Qué sistema – Noviembre 2021

Criminal al acumular riquezas en oligopolios arrasando la complejísima simbiosis de la humanidad con los otros componentes de la naturaleza planetaria. Y ante la crisis civilizatoria, la agrava.

Las luchas territoriales implican otras relaciones sociales con centro en los bienes comunes o sea sin propiedad privada ni estatal sobre las tierras. Solidaridarizarnos es clave para enfrentar al sistema mundo capitalista en crisis y no omnipotente.

Conciliación de clases/
Concentración y centralización capitalista/
Alternativas emancipatorias

Conciliación de clases

Reparemos en que la pandemia debería haber interpelado a la mayoría de los diversos de abajo sobre la situación límite e inflexión histórica de la humanidad. No sucedió porque, entre ellos, predominan subjetividades en conciliación con el sistema opresor sea por conformismo sea por resignación sea por creencia en la impotencia de los pueblos de hacer al cambio social. También por la gravitación del estatismo y el nacional populismo hasta en las izquierdas marxistas.

Al revés de los de abajo y a la izquierda que no tomaron la iniciativa de deliberar y decidir cómo hacer las transformaciones imprescindibles, los poderes tanto públicos como privados del sistema mundo capitalista y de sus locales aprovecharon para imponer sus conveniencias. En efecto, consiguieron exacerbar el individualismo y expandir la obediencia debida mientras prosiguieron profundizando las causas de la pandemia y de las futuras si no se frena al modo capitalista de producción, consumo y mercantilización de la naturaleza. Respecto a esta conducta disfuncional Eduardo Gudynas advierte: “ese confinamiento se aplicó bajo un amplio abanico de medidas de vigilancia y control, e incluso castigos. Se aceptaron toques de queda, prohibiciones al movimiento y reunión de las personas, se impidió que funcionaran comercios y ferias, y se lanzaron a las calles a policías y militares para controlar a los ciudadanos. Los que incumplían podían ser detenidos, judicializados e incluso encarcelados. La guetización ocurrió tanto bajo vigilancia clásicas, como políticas en retenes en calles y carreteras, pero también aprovechando nuevos instrumentos como las cámaras de vigilancia que inundan nuestras ciudades. (…) La pandemia instaló una necropolítica por la cual se convive con la muerte, con los muertos-vivos que deambulan entre la pobreza y la violencia, bajo la aceptación o resignación de muchos”.

El dejar morir: la condición necropolítica en América Latina


30 de octubre de 2021

Por Eduardo Gudynas

Rebelión

Bajo la sombra del Covid19 se han acentuado profundos cambios en las concepciones y prácticas de la política que conocemos. Muchos de ellos ya estaban en marcha bajo crisis previas, como la pobreza, violencia o degradación ambiental, pero se acentuaron aprovechando la pandemia. Esa transformación se profundizó por sucesivos pasos en estos casi dos años bajo la pandemia, alimentados por el temor a la enfermedad y la muerte. Es el tiempo de la necropolítica.

Esa idea, acuñada por el camerunés Achille Mbembe a inicios del siglo, sirve de inspiración para caracterizar lo que está ocurriendo en América Latina y otras regiones. Un primer aspecto son las medidas de confinamiento y aislamiento que alcanzan una intensidad y escala nunca vista antes. Por ejemplo, en Chile, restricciones y cuarentenas se sucedieron durante un año y medio (en algunos sitios se llegó a 172 días de confinamiento continuado), y en Argentina, Buenos Aires estuvo 244 días bajo prohibiciones de circulación (tal vez una de las cuarentenas más largas del mundo).

Se clausuraban y confinaban barrios, ciudades enteras, regiones e incluso países. Se estima que entre 2020 y 2021 estuvieron bajo algún tipo de confinamiento al menos 300 millones de sudamericanos. Lo mismo ocurrió en otros continentes haciendo que la escala de la necropolítica fuera planetaria.

Un segundo aspecto es que ese confinamiento se aplicó bajo un amplio abanico de medidas de vigilancia y control, e incluso castigos. Se aceptaron toques de queda, prohibiciones al movimiento y reunión de las personas, se impidió que funcionaran comercios y ferias, y se lanzaron a las calles a policías y militares para controlar a los ciudadanos. Los que incumplían podían ser detenidos, judicializados e incluso encarcelados. La guetización ocurrió tanto bajo vigilancia clásicas, como políticas en retenes en calles y carreteras, pero también aprovechando nuevos instrumentos como las cámaras de vigilancia que inundan nuestras ciudades.

Cualquiera de esas prácticas se justificó para detener el virus, pero queda claro que en América Latina su utilidad fue dudosa ya que el Covid se diseminó en todos los países. Sin embargo, sirvió para instalar y legitimar el control y la vigilancia sin que casi nadie protestara, e incluso respondiendo a amplios sectores ciudadanos que las reclamaban.

En tercer lugar, están en marcha efectos sociales y económicos demoledores. La recesión económica ha golpeado duramente a países como Venezuela, Perú y Argentina, y tan solo en el pasado año se sumaron 22 millones de nuevos pobres. Regresaron al primer plano dramas como el hambre, que por ejemplo en Brasil significó que 19 millones de personas la padecieron a fines del 2020. Se perdieron millones de puestos de trabajo, y eso ha golpeado sobre todo a los más jóvenes, con menor educación, así como a las mujeres.

Observando estas situaciones resulta evidente que la política de la pandemia terminó produciendo multitudes de nuevos pobres y desempleados, confinados y vigilados, muchos de ellos apenas vivos, enfrentados continuamente al riesgo de la precariedad y la muerte.

Eso explica una cuarta característica: la necropolítica deja morir a las personas. Es una política que usa la pandemia para ofrecer toda clase de explicaciones y excusas, desde la crisis económica a la necesidad de cuarentenas, pero que en realidad funcionan para liberarse de culpa y vergüenza. No firma órdenes de ejecución ni es el verdugo directo, pero es una política que se desentiende de las muertes evitables, naturaliza su propia incapacidad, y simplemente deja morir.

Siguiendo la misma perspectiva, se deja morir a la Naturaleza. Esta quinta característica no es menor, ya que su resultado es que bajo la pandemia se han mantenido, por ejemplo, todas las estrategias extractivistas. El deterioro ambiental siguió su marcha, como lo muestra el aumento de la deforestación y las olas de incendios que asolaron a América del Sur.

Pero al mismo tiempo, la necropolítica mantiene viva a la economía. Este sexto atributo es impactante, ya que se deja morir a las personas y a la Naturaleza mientras que se ponen todas las energías y los recursos en sostener la economía convencional. Por ejemplo, en Chile, Colombia y Uruguay, la ayuda estatal durante la pandemia se enfocó sobre todo en rescatar empresas, duplicando al gasto social; y en Ecuador se aprovecha la situación para un severo ajuste económico neoliberal. En todos los países se mantuvieron operando y con todo tipo de facilidades las empresas extractivas, a pesar de los riesgos sanitarios para sus obreros. Bajo la necropolítica parecería que los ministros de economía contabilizaban las exportaciones de recursos naturales para festejar balances, aunque ello implicaba que las muertes por Covid19 no tuvieran una expresión en sus planillas de cálculo.

Todos estos factores convergen en dejar en claro que estamos ante un dramático fracaso de la política en su más amplio sentido. Los gobiernos, sean de la tendencia ideológica que sean, todos fracasaron en evitar y controlar la pandemia, en impedir la pobreza y la crisis ambiental. Esto es doloroso pero no se puede ocultar. América Latina ha sido una de las regiones más golpeadas por la pandemia, con unos 40 millones de afectados, y casi un millón y medio de muertos. Hemos sido testigos de inoperancias y corrupción de todo tipo, desde las vacunaciones VIP para los ricos y privilegiados a las personas que morían en las calles o sus hogares sin que nadie las atendiera, desde peleas callejeras por el oxígeno a presidentes que decían que era una “gripecita” que se resolvía tomando té. Estos y otros atributos de la necropolítica se exploran con más detalle en un reciente ensayo, publicado en la revista Palabra Salvaje.

Todo esto ha sido posible por una mezcla de indiferencias ante la tragedia y la muerte, impotencia para poder enfrentarla y remontarla, e incapacidades de todo tipo. Esa mezcla es la que naturaliza y acepta ese dejar morir a las personas y la Naturaleza, sin entender la contradicción que implica que al mismo tiempo mantenga viva a la economía convencional. En esto se expresa uno de los componentes más profundos en esta deriva necropolítica: se están modificando las argumentaciones morales de la política.

En el pasado, contabilizar ese enorme número de muertos o presenciar la pobreza generalizada en las calles, hubiera sido insoportable para amplios sectores sociales. No sólo eso, sino que los embargaba la vergüenza y la angustia. Hoy, en cambio, la pandemia instaló una necropolítica por la cual se convive con la muerte, con los muertos-vivos que deambulan entre la pobreza y la violencia, bajo la aceptación o resignación de muchos.

Estamos ante un nuevo tipo de opresión, o de la vieja opresión pero que ahora se lanza sobre ámbitos más profundos, alcanzando la moral que alimenta a la política. Y lo hace de modos por los cuales eso pasa desapercibido, volviéndose todavía más peligrosa.

La necropolítica, entendida de estos modos, es la consecuencia de una Modernidad agotada, incapaz de detenerla y fatalmente productora de ella. Es por ello que la necropolítica asoma bajo muy distintos regímenes políticos. Es una Modernidad sumergida en la repetición, la aceptación y la resignación. Ha intentado todo tipo de reformas y revoluciones, pero vuelve a caer en problemática de origen, como su obsesión por la dominación. La necropolítica es expresión de una Modernidad ya exhausta. Son esas condiciones las que se deben contemplar para postular cualquier alternativa de cambio real.

Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). El ensayo completo sobre necropolítica

 Suscitemos, desde las luchas territoriales, alerta de una creciente mayoría sobre que no son tiempos de rutinas, repeticiones, aceptación y resignación. Al contrario, son tiempos de enjuiciar al 1% de la humanidad que maximiza la expropiación de los bienes comunes socionaturales. Es fundamental instalar en la agenda social que el capitalismo sume en crisis civilizatoria y está en crisis estructural. Su omnipotencia es más creencia suya y propaganda de fastuosidad. Pero ahora su desfachatez y sarcasmo arraiga en que ha comprobado la involución de muchísimos agrupamientos e individuos en el mundo respecto a los ideales de justicia social, de emancipación de los poderes expoliadores y de autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, nuestro desafío abajo es cuestión de vida presente y futura como lo asumen las luchas territoriales. Reflexionemos sobre:

Agronegocios contra el clima

Silvia Ribeiro*

En el marco de la COP26 sobre clima, Estados Unidos y Emiratos Árabes Unidos, dos países con grave culpa por el caos climático, anunciaron su nuevo plan para la agricultura y alimentación mundial. México se sumó, gracias al secretario de Agricultura Víctor Villalobos, atento a promover actividades contaminantes en favor de las trasnacionales de agronegocios.

Llamado Misión de Innovación Agrícola para el Clima, (AIM4C, por sus siglas en inglés), el plan fue anunciado por Joe Biden el 2 de noviembre. Tiene más de 70 socios entre grandes empresas trasnacionales, como Bayer, Basf, Syngenta, PepsiCo, junto a la asociación global de las empresas de agrotóxicos Croplife, la asociación global de la industria biotecnológica BIO, la fundación Bill y Melinda Gates, el Foro Económico Mundial (Foro de Davos), además de países que le dieron su apoyo como México y Brasil. Los mayores causantes del caos climático y la devastación ambiental, social y económica en agricultura y alimentación ven este plan como un jugoso negocio.

Según Tom Vilsack, secretario de Agricultura de EU, ya cuentan con inversiones por 4 mil millones de dólares para relanzar el concepto de agricultura climáticamente inteligente. Se refieren ahora a una nueva ola de digitalización, alta tecnología y robotización agrícola y de distribución alimentaria, a semillas, animales y microorganismos transgénicos, producción de carne sintética en laboratorio, así como mantener el alto uso de agrotóxicos, pero administrados con plataformas digitales e inteligencia artificial.

Esta batería de nuevas tecnologías digitales, robóticas y biotecnológicas apuntan a consolidar la pesada entrada de los titanes tecnológicos, como Microsoft, Amazon, Google y Facebook en agroalimentación, en acuerdos con los de agronegocios como Cargill, Bayer y John Deere para lograr mayor control de las actividades de las y los agricultores y trabajadores, así como una visión panorámica de territorios y recursos, desde sus drones y satélites.

El 4 de noviembre, la red global Climate Action Network (CAN), que reúne a mil 300 organizaciones, le otorgó a este proyecto el Premio Fósil del Día, que se entrega en la COP26 a quienes aumentan el caos climático o impiden enfrentarlo. El texto que acompañó el irónico premio expresa “¿Creía Joe Biden que (…) no nos daríamos cuenta de que es un ardid para reformular la agricultura industrial y las tecnologías disruptivas como acción climática? Está clarísimo que es todo lo contrario y va en contra de cualquier principio de justicia, desarrollo sostenible y seguridad alimentaria. Este regalo de Biden a la COP26 es parte de una estratagema para excluir a los agricultores de la agricultura y sustituirlos por robots, semillas editadas genéticamente y aumentar las ganancias en tecnología para sus compinches de Silicon Valley”.

Sol Ortiz, enviada de Sader a la COP26, defendió por años los intereses de Monsanto, Syngenta y afines como anterior secretaria ejecutiva de la comisión de bioseguridad. Aunque fue retirada de ese cargo, tomando en cuenta su desempeño en favor de las trasnacionales y los transgénicos, así como por haber obstruido las consultas a los pueblos indígenas que defienden la apicultura y las abejas contra la contaminación tóxica en la Península de Yucatán, el secretario Villalobos la recuperó para los intereses del agronegocio y la impuso directora de Atención al cambio climático y de la Estrategia nacional de polinizadores (!) dentro de la Sader. En su primer día de intervenciones en la COP26, Ortiz aseguró que México apoya esa agricultura climáticamente inteligente.

Paradójicamente, el proyecto AIM4C en el que se ha embarcado a México sin consultar a las y los campesinos, intenta hacer creer que va hacia un sistema agroalimentario con menores emisiones de carbono. Por el contrario, además de mantener las emisiones de gases de efecto invernadero por el alto uso de agrotóxicos derivados de petróleo, de metano y otros gases causados por los fertilizantes sintéticos, las actividades digitales, la captura de datos, almacenamiento y procesamiento en nubes informáticas, además de generar mayor dependencia de los agricultores, demandan una monstruosa cantidad de energía.

Por ejemplo, informa el grupo ETC, Bayer-Monsanto presume tener actualmente más de 69 mil millones de datos tomados de sus aplicaciones agrícolas –por cuyo uso cobra a los agricultores, aunque se apropia de su información. La empresa estima que los sensores en equipos de cosecha recogen hasta 7 Giga bits de datos por hectárea. Un cálculo aproximado indica que para ello, solo en campos de maíz en Estados Unidos se gastaría 3 mil 300 millones de kilovatios/hora (es decir, 3.3 teravatios/hora), equivalente al consumo anual de electricidad de una nación como Senegal. Y ésto es sólo una empresa, actualmente todas las trasnacionales de agrotóxicos, semillas, fertilizantes, maquinaria, junto a las grandes tecnológicas venden sus plataformas digitales agrícolas (https://tinyurl.com/ynyezvz7).

A todas luces, la Misión de Innovación Agrícola (AIM4C) es una nueva forma de empeorar el grave caos climático y de paso minar la soberanía alimentaria.

* investigadora del Grupo ETC

Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/11/06/opinion/021a1eco?fbclid=IwAR3x-xvtqEfg_j3V2iVsgIuz1KXZguhU2Lp5tuIFH5KCRcvIs8NOGiFyoh0#texto

Generalicemos la toma de partido contra las políticas agrarias del sistema mundo capitalista y sus locales dialogando entre las diversidades de abajo, por ejemplo, sobre:

Crudo informe sobre el efecto de
los «agrotóxicos» en la salud infantil

El Comité Nacional de Salud Infantil y Ambiente de la Sociedad Argentina de Pediatría publicó un informe, fruto del trabajo de varios años realizado por un equipo multidisciplinario encabezado por la pediatra María Gracia Caletti, que recopiló Información científica actualizada, generada local y mundialmente sobre pesticidas y salud infantil.

Por Alejandro Maidana

Indisimulable, esa es la palabra que grafica el impacto a la salud generado por los químicos utilizados por el agronegocio. Un derrotero tan extenso como demoledor, el avance contaminante y avasallante de toda vida circundante, ha sido desde siempre la carta de presentación de un modelo productivo enemigo de la biodiversidad en todo su amplio abanico.

El avance incesante de la frontera agrícola, exacerbada desde los 90 a esta parte, ha sembrado y cosechado tanto dolor como privilegios, socializando lo primero y concentrando lo último. Las migraciones internas, el despojo, la destrucción de las chacras mixtas y la aplicación impiadosa de agroquímicos, ha empujado a una mutación rural con profundo impacto en lo social y sanitario.

El modelo agrotóxico se encuentra atravesando una profunda crisis, sostenido solo por el furibundo lobby que lo impulsa y la enorme presión mediática y política. Este monstruo creado por el doctor capitalismo, no sólo nos muestra sus dientes afilados, también propone jugar una partida de ajedrez en donde los peones deben elegir entre un Rey explotador, pero algo dadivoso, o el “enemigo” liberador.

Vaya paradoja la que deben enfrentar aquellos que encontraron en el campo una herramienta para sostenerse, dentro de un sistema que acapara rehenes de una manera tan sigilosa como efectiva. La marcha de este modelo que alimenta ambiciones desmedidas a base de venenos, sólo podrá ser detenida sembrando más y más conciencia para poder cosechar en un futuro, el fruto de una resistencia tan digna como necesaria.

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Bajo este contexto lúgubre y desolador, emergen las infancias impactadas por un modelo que desprecia la vida en todo su esplendor. Por ello el Comité Nacional de Salud Infantil y Ambiente de la Sociedad Argentina de Pediatría, acaba de publicar el informe “Efecto de los Agrotóxicos en la Salud Infantil”, un trabajo realizado por un equipo multidisciplinario, que acumuló varios años de trabajo y fue encabezado por la pediatra María Gracia Caletti.

En dicho informe, se recopiló información científica actualizada, generada local y mundialmente, sobre pesticidas y salud infantil, tema que tiene un fuerte impacto en la salud colectiva de los argentinos y de los niños en particular. Reconociendo el carácter tóxico de los pesticidas, en primer lugar, es que se los denomina como lo que son: AGROTÓXICOS.

A continuación, la introducción del informe realizado por la Dra. María Gracia Caletti

A comienzos del año 2019, la recientemente electa Comisión directiva de la Sociedad Argentina de Pediatría invitó a los Comités nacionales a trabajar en problemas específicos de su área. El Comité de Salud Ambiental entre varias líneas de trabajo seleccionó el tema: “Efecto de los agrotóxicos en la salud Infantil”. Se trata de una afortunada elección dado que el tema describe un problema de salud pública que en la Argentina adquiere una dimensión muy grande, y que no está siendo resuelto a nuestro modo de ver, de una manera adecuada.

Nuestro país tiene una actividad agrícola que es de las más extensas del mundo; como consecuencia de esto, el uso de agrotóxicos es también generalizado, y su tendencia aumenta sostenidamente con el tiempo. Este fenómeno es el resultado de la concentración progresiva de los regímenes de tenencia de la tierra en el mundo, con condiciones económicas de concentración de capital invertido en el agro, extensión de las superficies cultivables en forma intensiva a expensas de tierras otrora destinadas a la cría de ganado.

La consecuencia de estos cambios es doble: por un lado, crece en forma sostenida el uso de agrotóxicos por aumento de las áreas cultivables, con el consecuente impacto sobre la salud de las poblaciones expuestas, y por otro, al disminuir las tierras para cría de animales, proliferan a este fin los llamados “feed–lots”, que no son otra cosa que la cría en condiciones de extremo hacinamiento, en las que los animales se intercambian gérmenes permanentemente unos a otros, aumentando en consecuencia la contaminación de los alimentos derivados y las enfermedades transmitidas por alimentos (ETAS).

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Este fenómeno es mundial pero en Argentina adquiere una significación especial por la enorme extensión de tierras destinadas a la actividad agropecuaria, actividad que está implementada según criterios principalmente económicos, y que encuentra al país con una serie de deficiencias que impiden el control del uso de los agrotóxicos y así la protección de la salud de la población: falta de leyes, incumplimiento de las existentes, ausencia de personal de salud capacitado en el tema, falta de concientización de la población, falta de educación comunitaria, ausencia de registros médicos adecuados y ausencia de estadísticas que permitan medir la magnitud del problema.

Es de conocimiento público el efecto perjudicial de los agrotóxicos sobre la salud humana tanto a nivel agudo como crónico. Este efecto sobre la salud tiene una sólida fundamentación científica. La mayoría de los países desarrollados tiene legislación restrictiva sobre el uso de estos productos, actualmente México, y otros como Francia que tiene una legislación que obliga a disminuir cada 5 años, el 30% de agrotóxicos usados hasta dejar de usarlos en el año 2035.

Hay mucha tarea por realizar en la Argentina, tanto dentro del sector salud como fuera de él. En el campo de la salud infantil, y continuando la tarea de la SAP, nos hemos propuesto preparar este documento destinado a los pediatras y demás miembros del equipo de salud pediátrico. Para este fin, seguimos los siguientes pasos:

  • Constitución de un equipo de trabajo. Teniendo en cuenta el carácter multidimensional del problema, invitamos a distinguidos profesionales de otras disciplinas para cubrir aspectos centrales del tema. Este grupo está descrito más abajo, y a ellos les quedamos profundamente agradecidos.
  • Búsqueda bibliográfica sobre los usos de los agros tóxicos en el país, sus efectos en la salud infantil, y los productos mayormente utilizados en la Argentina, publicados en la literatura científica, libros y, revistas especializadas, con énfasis en los años recientes.
  • Preparación de los objetivos, estructura y contenidos del documento. Deseábamos que no solo contuviera la información científica necesaria, sino que además brindara una contextualización de la problemática desde el punto de vista social, político, regulatorio y agronómico.

Todo el trabajo fue realizado en plena pandemia de coronavirus, cumpliendo las normas de distanciamiento físico recomendadas por las autoridades nacionales de salud, utilizando los medios actuales disponibles de comunicación: Zoom, Skype, teléfonos celulares y de línea, emails, mensajes de texto, whatsapp, etc.

Decimos que cumplimos con el “distanciamiento físico” pero no, como se dice “el distanciamiento social”, porque la comunicación y el sentido de equipo se mantuvo muy presente entre nosotros en todo momento. Sin este acercamiento social no hubiéramos podido terminar este documento.

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El documento puede serle útil a muchos profesionales, pero, como se ha dicho, fue escrito pensando especialmente en los pediatras y demás miembros del equipo de salud pediátrico. Esperamos que les sea útil para el cuidado de la salud de los niños que atienden.

También participó de la investigación el Dr. Medardo Ávila Vázquez, integrante de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, quién en el capítulo 6 del informe explicita sobre «Salud Infantil y exposición a pesticidas en Argentina».

Desde el año 1996 la cantidad de pesticidas que se aplican en el país aumenta permanentemente, por la extensión de cultivos de semillas genéticamente modificadas. Actualmente esos cultivos cubren 30 millones de hectáreas de un territorio donde viven (en pequeñas ciudades y pueblos) más de 12 millones de personas y tres millones de niños. Esta es la población expuesta a pesticidas por vivir en regiones donde estos se utilizan intensamente; es una forma de exposición ambiental, los pesticidas están en el aire, el agua y el suelo.

Es un fenómeno nuevo, en general los médicos teníamos información del vínculo pesticidas-enfermedad en relación a exposición ocupacional, es decir, la de los trabajadores de las plantas químicas que los fabrican y la de los trabajadores que las aplican sobre los cultivos. Pero con su utilización creciente, la población no vinculada laboralmente comenzó a sufrir exposición por su solo presencia en los ambientes contaminados con pesticidas. Tengamos en cuenta que las dosis de aplicación se multiplicaron en corto tiempo.

Para el herbicida Glifosato (Round Up), el pesticida más usado en Argentina y que conforma el 65% del total anual, las dosis de aplicación que eran de 3 litros por ha por año en 1996, pasaron a 12 litros para la misma hectárea por año. Y lo mismo paso con otros herbicidas e insecticidas, plantas e insectos fueron desarrollando resistencia a los pesticidas (como nosotros conocemos que hacen las bacterias cuando usamos demasiados antibióticos) y los productores debieron aumentar las dosis de aplicación todos los años para poder lograr los mismos resultados. De esta manera los ambientes agrícolas se cargaron de pesticidas y las personas entran en contactos con ellos al respirar el aire, tomar el agua o aspirar el polvo de la tierra.

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Son numerosos los datos publicados sobre esta contaminación. El más significativo es el de un grupo del CONICET de La Plata que demuestra como el agua de lluvia contiene pesticidas en las provincias de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y Bs.As. Esto significa que el glifosato se encuentra en el aire de la atmosfera que respiramos y que cuando llueve el agua al caer lo arrastra al suelo y allí lo podemos recoger y medir. Por otro lado, en estos momentos hay un conflicto judicial en Pergamino (Bs.As.) por la presencia de pesticidas que contaminan las napas subterráneas de agua donde se provee a la red domiciliaria de agua potable.

La carga de exposición

La contaminación del ambiente pone en contacto directo a la población de esos lugares con pesticidas, es decir que las personas están expuestas a los mismos y en riesgo de que estos afecten su salud. A nivel nacional, en 2018, se utilizaron 500 millones de litros de pesticidas en el país, la carga de exposición potencial a pesticidas es de 11,9 litros por argentinos y por año, pero es mucho mayor y real para aquellas personas que viven en las zonas agrícolas, en la zona sojera la exposición de los habitantes de pueblos agrícolas como Monte Maíz es de 121 litros por persona para todos los agrotóxicos y de 80 litros para el glifosato.

Estos cálculos devienen de reconocer las dosis de aplicación por ha y por año en cada área de cultivo de influencia de los pueblos, regiones o provincias y dividirla por la población del lugar. La carga de exposición de alguna manera nos sirve para cuantificar niveles de riesgo para la salud. La carga de exposición ambiental en todo el país es de 11.9 litros/persona, para la Provincia de Córdoba es de 25 litros/persona y para pueblos productivos cordobeses es entre 80 y 121 litros/persona.

El impacto en la salud de esta exposición se verifica en que los médicos que atienden estas poblaciones identifican un perfil de morbilidad distinto e incluso un perfil de mortalidad distinto a los que existían antes de que se generalizase esta forma de producción agrícola sustentada en pesticidas3,4. Ahora la primera causa de muerte es el cáncer, que explica entre un 30% a un 50% de los óbitos de los vecinos en los pueblos con alta exposición a pesticidas, cuando en todo el país y en las grandes ciudades, el cáncer está presente solo en el 20 % de los decesos. Incluso la población de enfermos oncológicos es más joven que la del promedio de todo el país. Otra característica es la elevada frecuencia de hipotiroidismo, asma bronquial y trastornos reproductivos como abortos espontáneos, malformaciones congénitas y trastornos inmunológicos encontrados en estudios epidemiológicos realizados en pueblos agrícolas por grupos de las Facultades de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario y de la Universidad Nacional de Córdoba5,6.

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Las manifestaciones de daño en la salud dependen también de las características individuales de cada persona. Por un lado, es muy importante reconocer si dentro de una comunidad con alta exposición ambiental a pesticida, el paciente en cuestión es miembro de un subgrupo poblacional con mayor riesgo aún. En el estudio de la comunidad de Monte Maíz, de 5000 personas estudiadas, más de 900 formaban las familias de los trabajadores rurales, aplicadores de pesticidas, productores agrícolas y agrónomos, este subgrupo presentaba un riesgo de cáncer medido como OR tres veces mayor al resto de las familias del mismo pueblo7. También las características individuales son muy importantes, la edad determina ventanas de vulnerabilidades neurológicas, endocrinas e inmunológicas dependientes a distintas capacidades de defensa contra radicales oxidantes y protección y reparación contra daño genotóxico que se expresan mucho más en los niños y en mujeres gestantes.

Con la intención de reflexionar sobre la publicación de un informe revelador y que con seguridad empujará a un necesario cambio de paradigma, Conclusión dialogó con Medardo Ávila Vázquez. “Este es un documento sumamente importante que recopila toda la información que se ha ido generando en los últimos 10 años sobre esta situación. Algo que es absolutamente nuevo, ya que hay pocos países en donde la exposición de las personas y los niños a los agrotóxicos es tan intensa como la que se da en los ambientes agrícolas, principalmente en pueblos, la contaminación del aire, suelo y agua, es muy importante ya que la aplicación de dosis de agrotóxicos se multiplica año tras año”, indicó.

¿Quién vela por la salud de las y los más vulnerables? “Los efectos en la salud de los niños son evidentes y están demostrados por minuciosos estudios tanto científicos como epidemiológicos, allí se explicita como en los pueblos agrícolas más del 40 % de los niños tienen síntomas de asma, sobre todos en los meses de aplicación de agrotóxicos. Esto se acrecienta principalmente en los meses de octubre, noviembre y diciembre, cuando en las ciudades grandes como Rosario, Córdoba, Mar del Plata o Buenos Aires, solo el 12% de los niños sufren cuadros asmáticos”.

Cabe destacar que en los lugares agrícolas se multiplican los nacimientos con malformaciones hasta en dos o tres veces con respecto a la media nacional. “Esto se da en contextos donde las madres, las embarazadas, deben convivir con los agrotóxicos y éstos actúan sobre la estructura genética de los embriones y los fetos generando malformaciones graves. El cáncer también es algo que ha aumentado considerablemente más que nada en adultos. El impacto de los agrotóxicos, es nocivo tanto en mayores como en niños, pero es necesario destacar que el glifosato en particular tiene la facultad de inhibir la multiplicación de las ramificaciones de las neuronas. Nuestras células cerebrales deben estar interconectadas, ya que éstas le brindan un sinfín de beneficios a nuestro cerebro”.

Este impacto se ve muy claramente en lugares donde el contacto con el glifosato es moneda corriente, esto se ha podido corroborar con distintos estudios científicos tanto a nivel nacional, como internacional. “En Estados Unidos se pudo demostrar que las madres que vivían en zonas cercanas a la aplicación de agrotóxicos, tenían más del doble de riesgo de que sus niños tengan problemas intelectuales, autismo, esto es muy grave. Por ello es muy importante que la Sociedad Argentina de Pediatría, que es la organización científica de los médicos pediatras, haya hecho este informe en el cual se llaman a las cosas por su verdadero nombre, las sustancias químicas que se utilizan en el campo, son tóxicas para el ser humano. Debemos avanzar hacia otra producción, hacia una que no comprometa la salud de los niños”, concluyó Medardo Ávila Vázquez. Aquí se puede acceder al informe completo de la SAP y su Comité de Salud Infantil y Ambiente.

 En consecuencia, es imprescindible favorecer análisis sobre nuestras necesidades y cotidianeidades en el contexto tanto de un incesante envenenamiento y destrucción de la naturaleza como del ultra procesamiento de alimentos. Es embarcarnos en ir haciendo a nuestros pensamientos críticos como plantea:

Leonardo Rossi

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Des-conexiones

¿Estamos en pandemia verdad? ¿nos estamos cuidando no?

Necesitamos alimentos nutricionalmente ricos, con suelos vivos, biodiversos, para mejorar la salud colectiva.

Necesitamos alimentos provenientes de sistemas que tiendan a ser autónomos en sus ciclos de nutrientes y tiendan a reducir el uso de la cadena petro-química. Es una necesidad ecológica y una imposición inminente por la escasez de los propios recursos de la cadena hidro-carburífera al que está atado el modelo alimentario industrial -maquinaria, agrotóxicos, fertilizantes-.

Necesitamos procesos agroalimentarios que cooperen a restaurar y vivificar ecosistemas de los que depende nuestro bienestar inmunológico. Eso no es nada sencillo, pero hay que organizarlo políticamente, porque se va a imponer y de no hacer nada, como ya se observa no será de la mejor manera para las mayorías.

Porque se insiste en ser vanguardia del impulso a monocultivos transgénicos dependientes de más agrotóxicos, con el avance del trigo HB4: trigo nada menos que base de gran parte de la dieta humana global. El rol del gobierno en ciencia, políticas agro-productivas y comerciales ha sido clave. Un verdadero Estado presente para el agronegocio. Ahí estarán beneficiadas algunas empresas emblemáticas hablando del alimento del mundo, mismas empresas que también nos vienen a cuidar de la pandemia con sus ramas farmacéuticas. Las des-conexiones entre agricultura, ecosistemas, alimento y salud tan brutales en los imaginarios políticos están más que claras para ciertos empresarios. Nueva vieja normalidad

Concentración y centralización capitalista

Advirtamos significados e implicancias de este avance del sistema mundo y sus locales:

El sueño de la razón

17 noviembre 2021

Silvia Ribeiro

Clima y economía verde militar

Uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero (GEI) del planeta son las fuerzas armadas, especialmente las de Estados Unidos. No obstante, sus emisiones no son tomadas en cuenta en las negociaciones de cambio climático. Por ejemplo, el proyecto Cost of War de la Universidad de Brown estimó que entre 2001 y 2017, las fuerzas militares de ese país emitieron 1200 millones de toneladas de dióxido de carbono, la tercera parte fuera del país y en guerras como las de Iraq y Afganistán. Esto es equivalente a las emisiones anuales de 257 millones de autos, más del doble de todos los autos que circulan en Estados Unidos.

El Pentágono es además el mayor consumidor institucional de combustibles fósiles del planeta. Un grupo de científicos que han estado colaborando en investigación sobre los impactos ambientales y climáticos del militarismo denunciaron en el marco de la conferencia de Naciones Unidas sobre el clima (COP26) realizada este noviembre, que el Pentágono es responsable de causar más emisiones GEI que 140 países juntos, incluyendo a países industrializados como Suecia, Dinamarca y Portugal. Pese a ello, las emisiones GEI provenientes de las actividades militares no son tema en la agenda de negociaciones y ni siquiera se reportan como tales. Esto debido a que el ejército de Estados Unidos se opuso temprana y activamente a cualquier análisis o informe sobre éstas.

En 1997, en las discusiones que llevaron a crear el Protocolo de Kyoto sobre control de emisiones de gases de efecto invernadero, Estados Unidos obstaculizó firmemente que se reportara sobre las emisiones GEI militares alegando razones estratégicas y de seguridad, que logró imponer al resto de la comunidad internacional. En 2015, con la firma del Acuerdo de París sobre cambio climático, se incluyó por primera vez que las emisiones militares debían ser reportadas pero solo en forma voluntaria, por lo que en la mayoría de los casos no sucede y ello no tiene consecuencias. Aun así, investigadores independientes estiman que las actividades militares globales son responsables de entre el 5 y 6 por ciento de todos los gases que causan el caos climático, más que lo emitido globalmente por todos los aviones y barcos comerciales combinados. La principal fuente de emisiones GEI militares conocidas proviene de los combustibles usados en sus aviones, barcos y vehículos terrestres, pero hay que sumar las emisiones del vasto complejo militar industrial, por lo que aún ese porcentaje es probablemente muy bajo.

Ante esta opacidad, una colaboración de centros de investigación presentó en actividades paralelas a la COP26 el mapa interactivo https://militaryemissions.org/, que muestra la información disponible sobre emisiones GEI de los países con mayor gasto militar a nivel global. De América Latina incluyen Argentina, Brasil, Chile, Perú, Ecuador, Colombia y México, pero en todos los casos la información de emisiones relacionadas a lo militar no existe, no se reporta o no está desagregada.

El Centro de Estudios por la Paz J.M. Delàs publicó en 2021 dos importantes informes sobre el impacto medioambiental y climático del militarismo. El informe Militarismo y crisis medioambiental. Una reflexión necesaria coordinado por Pere Brunet y Chloé Meulewaeter con investigadoras e investigadores del Centro Delàs, analiza de qué manera el militarismo es una de las causas relevantes del calentamiento global y los daños ecológicos en el planeta. Pone sobre la mesa datos de impactos ambientales y climáticos y plantea su vínculo con la violencia que genera el militarismo y la amenaza que representa el uso creciente de la fuerza militar para imponer un modelo económico capitalista, extractivista y depredador de comunidades y ambiente, así como para reprimir las resistencias de quienes se oponen a éste.

Entre los 23 principales países exportadores de armas (97,8% de ese comercio bélico) que tienen el 35,48% de la población mundial, concentran el 82% del gasto militar global y son responsables de dos terceras partes de las emisiones mundiales de GEI (67,1 %). Esos mismos países acogen a los 50 mayores agentes económicos que a su vez controlan 63,000 corporaciones transnacionales en todo el planeta, que son las que se benefician del enfoque militar-represivo que protege sus intereses.

El segundo informe Crisis climática, fuerzas armadas y paz medioambiental resume “La seguridad militarizada tiene un papel esencial en el empeoramiento constante de la crisis ambiental a nivel planetario que consiste en proteger a todos los agentes de poder no democráticos (corporaciones transnacionales extractivas, grandes entidades financieras, industria militar), para beneficio y lucro de sus minorías dirigentes, rompiendo equilibrios sociales y eco-planetarios. Una protección de los pocos que deja al margen a las grandes mayorías de población, a través de la llamada seguridad nacional. Una protección que es esencial, porque sin ella, el sistema depredador de recursos que amenaza el planeta y su sistema biológico, no podría existir (…) Los esquemas de seguridad nacional, bajo el pretexto de preservar los “intereses nacionales”, en realidad lo que realmente protegen son los intereses económicos de determinadas élites de grandes corporaciones, junto con los intereses lucrativos de aquellos que mueven los hilos del complejo militar-industrial”.

A las emisiones militares por uso de combustibles fósiles, se suman los impactos por los restos tóxicos y destrucción de hábitats que se producen a lo largo del ciclo del conflicto, que contaminan tierra, aguas y atmósfera, con efectos que en general duran largos períodos de tiempo con graves impactos en la vida humana y la salud de ecosistemas, flora y fauna, incluidos sobre los sistemas agrícolas, pastoriles y forestales que son sustento de muchas comunidades.

El tema es grave y no es nuevo, pero ante las crecientes e innegables evidencias de la crisis climática y las catástrofes que conlleva, y sobre todo, por las protestas de diversos movimientos y más evidencias de investigación, existe una creciente presión para reconocer el alto impacto climático del militarismo. Incluso en la propia COP26, se nombró -pero no se tomó ninguna acción- que debe ser revisado el tema de los reportes de sus emisiones en la COP27, algo que en sí mismo no cambiaría la situación, pero aún así es resistido.

No obstante, los altos mandos militares ya han comenzado una perversa tarea de recuperación de imagen. El 2 de noviembre, al comienzo de la COP26, el secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg declaró “Necesitamos encontrar un camino para reconciliar que las fuerzas armadas sean fuertes y efectivas con que sean verdes y amigables con el ambiente.”

Como no podía ser de otra manera, también desde la OTAN se refieren a que las fuerzas armadas deben ir a “cero emisiones netas”, no reales. Justamente, porque este paquete de tecnologías y mercados de carbono, les permite continuar sus actividades y aumentar el lucro de los intereses que protegen.

Fuente: https://desinformemonos.org/clima-y-economia-verde-militar/?fbclid=IwAR27e-xZufDqKnmtfLh3XrmrmPnJBiWmrgfIdJM4LmELOwD0IVOcwOcunb4

Atendamos cómo el progreso en la concentración/ centralización del capitalismo es viable por modelación de una trascendente opinión pública a su favor en razón de hacer creer en soluciones que son falsas.

Energías renovables e “hidrógeno verde”:
¿Un nuevo rostro de la destrucción?

noviembre 2, 2021

El gobierno argentino anunció una inversión de 8400 millones de dólares de la multinacional australiana Fortescue para producir “hidrógeno verde”. El Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales cuestiona la escala industrial de la llamada “transición energética” y afirma que los megaproyectos impactan negativamente en las poblaciones locales. Las falsas soluciones del capitalismo verde.

Por Joanna Cabello*

En una declaración de la Asociación Internacional de Energía Hidroeléctrica emitida en 2020, las mayores empresas hidroeléctricas del mundo piden a los gobiernos que se “aprueben planificaciones por la vía rápida” para garantizar que la construcción de nuevas grandes represas pueda comenzar lo antes posible1. La industria de la energía hidroeléctrica también presiona para asegurar que las grandes represas se consideren esenciales para la recuperación económica frente a la pandemia del Covid-19 y para “la transición a economías de carbono cero neto”2. De esta manera se presentan proyectos devastadores como “limpios” y fundamentales para la “transición energética verde”.

La energía renovable a escala industrial, tales como la hidroeléctrica, la eólica y la solar, se posiciona como una solución para nuestro creciente consumo de energía. A esto se suma la producción del llamado “hidrógeno verde”, que agrega otra capa de injusticias relacionadas con estas mega infraestructuras. Sin embargo, cambiar la fuente de energía no aborda en modo alguno el problema real que plantean los desmedidos niveles de consumo energético, impulsados por el crecimiento económico acumulativo. Tampoco cuestiona la violencia intrínseca para con las sociedades que esa energía potencia3.

Numerosos actores empresariales y del Estado están presionando para aumentar la capacidad de producir y utilizar el hidrógeno como parte de los planes de una recuperación “verde” de la crisis económica causada por la pandemia, lo cual se está volviendo un tema central en los debates sobre la “transición verde”.

El gobierno alemán anunció que planea gastar 9000 millones de euros (10.700 millones de dólares) para apoyar a su industria nacional del hidrógeno4. Asimismo, la Comisión Europea ha comenzado a promover el hidrógeno como una forma de reducir las emisiones de carbono y alcanzar sus objetivos climáticos del Pacto Verde Europeo. La Unión Europea planea ampliar los proyectos de “hidrógeno renovable” e invertir 470.000 millones de euros (740.000 millones de dólares) para 20505. Además, la Secretaria de Energía de Estados Unidos, Jennifer Granholm, dijo que el hidrógeno “ayudará a descarbonizar los sectores industriales y de servicio pesado altamente contaminantes [en los Estados Unidos] (…) y lograr una economía [de emisiones] cero neto para 2050”6.

¿Qué es el “hidrógeno verde”?

En general, por “hidrógeno verde” o “hidrógeno renovable” se entiende la generación de energía de hidrógeno sin el uso de combustibles fósiles. La técnica más común es extraer hidrógeno del agua, que es dos partes hidrógeno y una parte oxígeno (H2O). Un proceso llamado electrólisis divide la molécula de agua en sus dos elementos constituyentes. Por lo tanto, para producir “hidrógeno verde” se necesita agua, un electrolizador y abundante suministro de electricidad. Si la electricidad proviene de fuentes renovables, como la eólica, la solar o la hidráulica, entonces el hidrógeno se clasifica como “verde”. El hidrógeno puede utilizarse básicamente de dos formas: puede quemarse para producir calor o puede introducirse en una pila o célula de combustible para generar electricidad.

Almacenar y transportar el gas, que es altamente inflamable, no es fácil; ocupa mucho espacio. Debido a esto, el transporte a granel de “hidrógeno verde” requiere tuberías específicas que presurizan el gas o lo enfrían hasta convertirlo en líquido. Por otra parte hay que destacar que la producción de “hidrógeno verde” puede demandar hasta nueve kilos de agua de alta pureza por kilo de hidrógeno7. Eso implica que el recurso (agua) podría entrar en disputa con otras necesidades y usos del agua limpia, que es cada vez más escasa.

Las principales compañías petroleras como Shell y BP ya han anunciado inversiones en la producción de “hidrógeno verde”8. Y los gobiernos de Canadá, China, Alemania, Japón, Noruega, Portugal, Estados Unidos, Reino Unido, Holanda, Australia y otros ya están planificando o desarrollando varios proyectos importantes de “hidrógeno verde”.

La producción de “hidrógeno verde” se ha convertido hoy en día en una justificación más por la cual poderosos intereses comerciales aceleran la construcción de infraestructura de energía renovable a gran escala. Los destructivos impactos en las comunidades y los espacios vitales destruidos por la construcción de esta infraestructura permanecen en gran medida ocultos.

Éste es el caso del proyecto Gran Inga, en la República Democrática del Congo (RDC), con la controvertida mega represa “Inga 3”, que actualmente amenaza a las comunidades que viven a lo largo del río Congo.

El 15 de junio de 2021, el gobierno de la RD Congo anunció que el grupo australiano Fortescue Metals Group ejecutaría el proyecto de energía hidroeléctrica Grand Inga. Fortescue es la cuarta empresa minera de extracción de hierro a nivel mundial y ha establecido un plan para convertirse en “carbono neutral” para 2030; 10 años antes que su objetivo anterior. Fortescue Future Industries (FFI), subsidiaria de Fortescue de la cual posee la totalidad de su capital accionario, impulsa proyectos que suponen la construcción de capacidad productiva de energía renovable e “hidrógeno verde” a gran escala.

Andrew Forrest, presidente de Fortescue, declaró en un comunicado de prensa del pasado mes de abril de 2021: “Nuestro objetivo es proporcionar los dos ‘eslabones perdidos’ en la batalla del cambio climático, crear tanto la demanda como el suministro de hidrógeno verde. Debido a su alto rendimiento energético y neutralidad ambiental, el hidrógeno verde y la electricidad verde directa tienen el potencial de eliminar los combustibles fósiles de las cadenas de suministro. Una vez concretados, estos avances también reducirán sustancialmente los costos operativos de Fortescue”9.

Una cadena de despojos

El Grand Inga se refiere a una serie de represas propuestas para la parte baja del río Congo. Se trata del segundo río más grande del mundo en términos de caudal, después del Amazonas, y el segundo río más largo de África, después del Nilo. El plan es construir Grand Inga en siete fases. Inga1 e Inga2 fueron realizadas en 1972 y 1982 respectivamente. Les sigue Inga3, un proyecto lleno de controversias y críticas. El sitio para Inga3 se encuentra en las cataratas más grandes del mundo por volumen, las Cataratas Inga, que consisten en una serie de cascadas que caen a través de pequeños rápidos.

Es un hecho que las personas que viven en la RD del Congo necesitan energía: más del 90 por ciento de la población carece de acceso a la red eléctrica. La capital, Kinshasa, tiene más de diez millones de habitantes y menos del 30 por ciento de ellos tiene acceso a la electricidad. A pesar de esta enorme brecha energética, una serie de líneas de transmisión de alto voltaje llevarían la energía de la mega-represa Inga3 hacia centros industriales y urbanos lejanos. Estas líneas de transmisión no suministrarán energía al pueblo congoleño10.

Inga1 e Inga2 desplazaron por la fuerza y sin compensación alguna a comunidades enteras que fueron reubicadas en campamentos, lo que supuso un deterioro de su nivel de vida y afectó negativamente sus medios de vida. Todavía hay muchas personas que siguen viviendo en el “Campamento Kinshasa”, sin servicios básicos como agua y saneamiento adecuados. La construcción de Inga3 no solo profundizará la pobreza inducida por el “desarrollo”, la deuda generacional y las violaciones de los derechos humanos, sino que la mega represa también provocará el deterioro de los ecosistemas de agua dulce de la República Democrática del Congo. Inga3 inundaría el valle de Bundi, afectando tierras agrícolas y diversos territorios. El valle también es un espacio cultural que alberga cementerios, sitios sagrados y lugares de prácticas de ritos ancestrales. La reducción del caudal del río provocaría la pérdida de biodiversidad y un cambio en las especies dominantes. El área inundada también puede crear un entorno propicio para la reproducción de vectores transmitidos por el agua, como el mosquito malanquin. Además, la represa podría causar enormes emisiones de metano, que contribuirían al calentamiento global11. El director de la Agencia para el Desarrollo y Promoción de Grand Inga, Bruno Kapandji, estima que 37.000 personas serían desplazadas por Inga 3.12

El proyecto Grand Inga, que incluye también a la represa Inga3, había sido concedido a un consorcio chino formado por China Three Gorges Corporation y a un consorcio español que integra AEE Power. El acuerdo se firmó en 2018, pero debido a dudas sobre la viabilidad financiera, aún no ha comenzado la construcción. El principal asesor de la RD del Congo en materia de infraestructura, Alexy Kayembe De Bampende, declaró en junio de 2021 que el proyecto Grand Inga ahora será dirigido por Fortescue y que “la empresa china [y española] puede unirse a Fortescue”13. El presidente de Fortescue ha declarado que la empresa utilizará la energía para producir hidrógeno y exportarlo a todo el mundo14.

“Hidrógeno verde”: una fachada para más contaminación y despojo

En caso de que el increíblemente enorme proyecto Grand Inga resurja –de llegar a construirse sería el sistema de energía hidroeléctrica más grande del mundo– ignoraría la resistencia de larga data de las comunidades ya afectadas por Inga1 y 2, así como las que serían afectadas por Inga3.15 Constituiría una violación directa al río Congo y a las comunidades que coexisten con él y dependen de él.

El empuje y la promoción del “hidrógeno verde” como el “combustible del futuro” así como el camino hacia una “economía del hidrógeno” constituyen una alarma para las comunidades de todo el mundo que luchan contra las mega infraestructuras de las energías renovables. Esta ofensiva es también una clara señal de cómo la actual matriz energética, desigual e injusta, permanecerá intacta bajo la llamada “economía verde”.

El “hidrógeno verde” de Fortescue no suministrará energía al 90 por ciento de los congoleños que carecen de ella. Además, los impactos y la contaminación provocados por la construcción de la mega represa, así como por las instalaciones de licuefacción y el transporte del combustible a consumidores e industrias en la mayoría del Norte global, permanecen ocultos.

La República Democrática del Congo no es el único país al que apunta Fortescue. La compañía planea construir una planta de “hidrógeno verde” en el estado de Río de Janeiro, Brasil, que sería alimentada con proyectos de energía solar y eólica. De manera similar, en noviembre de 2020 la compañía anunció que estaba considerando la instalación de una planta de “hidrógeno verde” de 250 MW en Tasmania16. La empresa también está incursionando en Indonesia y Papua Nueva Guinea en busca de recursos hidroeléctricos17. Fortescue incluso pretende etiquetar a la industria del acero como “acero verde” al suministrar a dicha industria con “hidrógeno verde.”18

Otras empresas y gobiernos también están presentando proyectos de “hidrógeno verde” en todo el mundo. Marruecos firmó en 2020 un Memorando de Entendimiento con Alemania sobre la posible producción de este combustible19. Enegix Energy firmó un Memorando de Entendimiento con el gobierno del Estado brasileño de Ceará para construir la fábrica de “hidrógeno verde” más grande del mundo, que será alimentada por grandes proyectos eólicos20. Asimismo, en Chile, la iniciativa HIF, un consorcio que incluye a la holandesa AME, la italiana Enel Green Power, la alemana Porsche, la alemana Siemens Energy y la colaboración de la compañía chilena Empresa Nacional del Petróleo (Enap), anunció el primer proyecto de “hidrógeno verde” del país, vinculado al suministro de energía de un parque eólico21.

La necesidad de soberanía energética

La declaración de la Asociación Internacional de Energía Hidroeléctrica (mencionada al comienzo de este artículo) es un trago amargo para los millones de personas cuyas vidas y medios de vida han sido directamente dañados por la construcción de mega represas en todo el mundo, como son los casos de Inga1 e Inga2.

Detrás de la infraestructura de energía renovable a escala industrial y de las industrias del “hidrógeno verde” se ocultan los devastadores efectos sociales de una infraestructura a gran escala. Sus patrocinadores financieros también guardan silencio sobre los impactos severos en los espacios vitales, la biodiversidad, las fuentes de agua dulce, los bosques, las tierras fértiles y mucho más.

En lugar de acelerar la destrucción y la contaminación por la vía rápida, los gobiernos deberían priorizar un acceso justo a la energía de forma localizada, fuera de la red, que respete los ecosistemas fluviales, los espacios de vida y sus comunidades. La táctica de etiquetar el “hidrógeno verde” como el “combustible del futuro” es un intento desesperado por mantener intactos los crecientes niveles de producción y consumo energético, que a su vez desencadenan fuertes desigualdades. La discriminación, el racismo y la explotación se ven reforzados por la imposición de esta matriz energética y mega infraestructuras, que alimentan un sistema energético injusto que favorece principalmente a las grandes industrias.

 *Integrante de la Secretaría del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM)

 NOTAS (…)

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/energias-renovables-e-hidrogeno-verde-un-nuevo-rostro-de-la-destruccion/?fbclid=IwAR0r0QhmWvChKKczWNTXQOn0lkYMIWmJIT1LDYjG9Q71Jfy6PJqFSJxJ0BY

En consecuencia, como oposición a las graves emergencias generadas por el progreso en la acumulación gran capitalista, está el movimiento que mira hacia la justicia climática entretejiendo articulaciones internacionales de diversidades de abajo y expandiéndose de manera incesante. Ahora bien, en Europa puede ser válida la alternativa de llevar a cabo: “un gran proceso transformador de nuestro modelo productivo y de consumo, decreciendo en el consumo de recursos y relocalizando nuestras economías. Paralelamente es necesario aumentar la resiliencia de nuestras ciudades, pueblos y regiones para adaptarse a sus efectos y a los de otras grandes crisis ecosociales relacionadas (pico de producción de recursos, en especial los energéticos y minerales, pérdida de biodiversidad, conflictos sociales, etc. )”.

Pero es una transformación reformista y no revolucionaria que es la urgente e involucra a cambios radicales (no de decrecimiento, localización y de aumento de la resiliencia) a asumir desde los pueblos naciones, comunidades, profesiones… Cabe valorar a las reflexiones de Marcelo Colussi en:

Pandemia y ecología

 9 de septiembre de 2021

Por Marcelo Colussi 

https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33  https://www.facebook.com/Marcelo-Colussi-720520518155774/  https://mcolussi.blogspot.com/   

Rebelión  

La economía dominante de nuestras sociedades, el capitalismo, está enferma. No enfermó recientemente: nació enferma. Tiene un mal incurable, genético. Definitivamente: no tiene cura. Pero sigue respirando, aunque en su sobrevivencia mate de hambre y con bombas a millones de seres humanos, solo para mantener el privilegio de unos pocos.  

Esa “enfermedad” se evidencia en la injusticia reinante (aspectos estructurales: más de 20,000 personas muertas por falta de alimentos diariamente a nivel mundial), en los descalabros coyunturales como las crisis financieras que se viven cíclicamente (que pagamos, básicamente, los pobres, mientras los Estados salen a rescatar a las grandes empresas en apuros), y en términos de perspectiva histórica como especie: la destrucción de la civilización es una cruel posibilidad, tanto por la catástrofe medioambiental en curso como por la guerra nuclear total.

Según se nos dice con conocimiento profundo (la ecología es una ciencia ya ampliamente desarrollada), los actuales modelos económicos de producción y consumo están produciendo desastres en el medio natural con consecuencias catastróficas y probablemente irreversibles.

Actuar contra el capitalismo es actuar contra la injusticia, y más aún: es actuar a favor de la sobrevivencia de la vida en nuestro planeta, la de los humanos y la de toda especie animal y vegetal.  El capitalismo, guerrerista como es en su esencia, no puede prescindir de las guerras. Eso lo alimenta, es una escapatoria para sus crisis, es negocio.

De hecho, en Estados Unidos, la principal economía capitalista, una muy buena parte de su producto bruto interno viene dado por la industria militar, y un alto porcentaje de sus trabajadores se ocupa, directa o indirectamente, en esa producción. Eso es una locura, sin salida, que nos tiene reservada la muerte como punto de llegada… ¡Ese es el capitalismo más desarrollado! El año pasado, aún con el declive general de la economía global (decaimiento de un 4.4% en el producto planetario), la industria armamentísica creció. ¡Viva la muerte!, podría decirse.  Valga este ejemplo: de activarse todo el arsenal atómico disponible en este momento (que comparten unas pocas potencias capitalistas con Estados Unidos a la cabeza junto a Rusia y China, las que detentan los sitiales de honor en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) no quedaría ninguna forma de vida en el planeta. Más aún: colapsaría la Tierra, probablemente fragmentándose, con efectos igualmente sensibles para Marte y Júpiter, en tanto las consecuencias de la explosión llegarían a la órbita de Plutón…, pero todo ese espectacular desarrollo científico-técnico no logra terminar con el hambre en el mundo (un muerto por inanición cada 7 segundos). ¡Eso es el capitalismo! 

Junto a esa catástrofe, cada vez se acrecienta más, ya en forma alarmante, el deterioro del medio ambiente. “Cambio climático” es un tendencioso eufemismo que encubre la verdad: el modelo depredador de desarrollo impulsado por el capitalismo ha provocado desastres monumentales en nuestro planeta.

Si el clima cambia, no es por procesos naturales sino por la alocada intervención humana en búsqueda de lucro, de ganancia económica. “No entiendo por qué nos matan a nosotros, destruyen nuestros bosques y sacan petróleo para alimentar carros y más carros en una ciudad ya atestada de carros como Nueva York”, se preguntaba atónito un dirigente indígena ecuatoriano. 

Todo esto afecta la salud humana. Distintas voces vienen advirtiendo la posibilidad de pandemias cada vez más peligrosas, dada la relación que la especie humana ha ido tomando con el medio ambiente. Al considerar al mismo como una “infinita cantera a explotar”, el modo de producción capitalista instalado hace ya algunos siglos ve en la Naturaleza solo un recurso económico, obviando que el ser humano es parte de ese sistema ecológico, y se está en un perpetuo equilibrio inestable.

El consumismo desaforado que se ha impuesto, la catástrofe medioambiental que eso conlleva, la obsolescencia programada que hace que cada vez se desperdicien más y más materiales, la producción industrializada de absolutamente todo, trajo como consecuencia un cortocircuito entre el ser humano y su casa común, el planeta Tierra.  

Ya hace tiempo que se sabe que la pérdida de biodiversidad producida por esta catástrofe ecológica que vivimos permite una rápida propagación de nuevas enfermedades de los animales a los humanos. A partir de los brotes de otros coronavirus aparecidos recientemente, el SARS en 2002 y el MERS en 2012, la comunidad científica viene advirtiendo sobre la posibilidad de una pandemia mucho más extendida y, por tanto, más letal. Se está ahora, con la pandemia de COVID-19, ante la crónica de un desastre anunciado.  En el año 2016 la Organización Mundial de la Salud había clasificado los coronavirus como una de las ocho principales amenazas virales que debían ser investigadas, dándoseles un adecuado seguimiento. Como a los grandes oligopolios capitalistas que manejan la salud mundial no les interesaba el tema en ese momento, pues no reportaba beneficios inmediatos, la cuestión salió de circulación.

Por tanto, puede decirse que la pandemia de este coronavirus era previsible, pero la voracidad capitalista impidió que hubiera preparativos adecuados para afrontarla. Cuando llegó, a inicios del 2020, la salida fue buscar la vacuna universal, lo cual, evidentemente, se vio como una inconmensurable fuente de ganancias para esas empresas, aún a riesgo de experimentar apresuradamente con seres humanos en una escala global como nunca antes se había hecho.

Ya conocemos la historia: el pánico generalizado fue moneda corriente durante el 2020, y hacia fines de ese año, aun saltándose todos los protocolos necesarios, aparecieron las “salvadoras” vacunas. Las ganancias de los fabricantes son astronómicas, pero las pandemias por venir ya tocan la puerta.  Sin embargo, más que gastos en vacunas -velozmente puestas a circular sin las necesarias medidas previas- y cuantiosas inversiones en pruebas diagnósticas y medicamentos, se deberían priorizar medidas preventivas para evitar nuevas pandemias. Esas son algunas de las conclusiones del informe generado por el Grupo de Trabajo Científico para la Prevención de Pandemias, equipo creado por el Instituto de Salud Global de Harvard y el Centro para el Clima, la Salud y el Medio Ambiente Global de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard. “El cambio en el uso del suelo, la destrucción de los bosques tropicales, la expansión de las tierras agrícolas, la intensificación de la ganadería, la caza, el comercio de animales silvestres, y la urbanización rápida y no planificada son algunos de los factores que influyen en la propagación de virus con potencial pandémico”.

En otros términos: si son posibles nuevas pandemias, con modificaciones en la estructura productiva y en el modo de consumo las mismas podrían evitarse. Evidentemente, las respuestas más efectivas no son técnicas sino políticas. En otros términos: no más capitalismo rapaz. Dicho de otro modo: lo que nos mata es el sistema vigente, el capitalismo. Aunque no proporcione fabulosas ganancias a la empresa privada, la vida podría ser mucho menos agresiva, injusta y desfavorable para las grandes mayorías humanas de todo el mundo si se invirtiera más en prevención. La catástrofe ecológica que padecemos, producto de ese sistema de producción y consumo, parece que irremediablemente nos lleva a más pandemias. ¿Más vacunas entonces, o menos capitalismo?  

Fuente: https://rebelion.org/pandemia-y-ecologia/

Hoy es clave poner en práctica a «¡Cambiemos el Sistema, no el clima!» que descubre lo imprescindible de las menospreciadas luchas de comunidades y autoorganizaciones de vecinos e indígenas en defensa y recuperación de los territorios clasificados (por el bloque dominante local e imperialista) como zonas de sacrificio o a sacrificar. Contra este involucramiento mayoritario operan eufemismos como «ambiente o medioambiente», «cambio climático» y «antropoceno». Por eso, para la unión en diversidad mirando por las necesidades e intereses de los de abajo implícitos en las justicias social y ecológica, urge adquirir un lenguaje común para los indispensables diálogos o elaboraciones conjuntas horizontales. Es superar eufemismos que el sistema inculca para que no lo percibamos como el enemigo a derrotar.

 Alternativas emancipatorias

Recordemos, ante la actualidad del incesante acaparamiento oligopólico de tierras, que:

 Para Marx, la propia dominación de la tierra adquiría un significado complejo y dialéctico que derivaba del concepto que él tenía de «alienación». El dominio sobre las tierras por quienes las monopolizaban significaba hacerlo sobre las fuerzas y elementos de la naturaleza. Representaba el poder del terrateniente y del capitalista sobre la inmensa mayoría de los seres humanos. Por lo tanto, la «alienación» de la tierra, y en consecuencia su dominio sobre la mayor parte de la humanidad (al ser alienados en favor de unos pocos), era esencial a la propiedad privada y había existido en la forma de la propiedad de la tierra propia del feudalismo -que había sido «la raíz de la propiedad privada»- antes del surgimiento del capitalismo.

«En la forma de propiedad feudal», observaba Marx, «hallamos ya la dominación de la tierra como un poder ajeno sobre el hombre». Ya por entonces la tierra que pertenecía al señor «aparece como el cuerpo inorgánico de éste», quien a su vez la utiliza para dominar al campesinado. Pero es la sociedad burguesa la que lleva a la perfección esta dominación de la tierra (y a través de la dominación de la tierra, la dominación de la humanidad) y, mientras aparentemente se opone al sistema basado en los bienes raíces, llega a depender de él en la fase clave de su desarrollo. Por lo tanto ««la propiedad de la tierra a gran escala», como sucede en Inglaterra, arroja a una abrumadora mayoría de la población en brazos de la industria y reduce a sus propios trabajadores a la total miseria».

(…) Marx consideraba que esta alienación de la naturaleza, descrita por Mlintzer, se expresaba a través del fetichismo del dinero, que se convierte en la «esencia alienada»: «El dinero es el valor universal y autoconstituido de todas las cosas. Por lo tanto, es el dinero el que ha privado al mundo entero -tanto al mundo del hombre como al de la naturaleza- de su valor específico».

Sin embargo, no era solamente en relación con la agricultura y las grandes propiedades donde se producía un antagonismo entre el sistema de la propiedad privada y la naturaleza. También se podía apreciar una degradación ecológica, según manifestaba Marx en sus Manuscritos económicos y filosóficos, «en la contaminación universal que se está originando en las grandes ciudades»»· En estas ciudades, explicaba:

Incluso la necesidad de aire fresco ya ha dejado de ser una necesidad para los obreros. El hombre vuelve una vez más a vivir en una caverna, pero la caverna ahora está contaminada por el aliento mefítico y pestilente de la civilización. Más aún, el obrero no tiene más que el precario derecho a vivir en ella, ya que para él es un poder ajeno, que puede serle retirado cualquier día y puede desahuciársele en cualquier momento si no logra abonar. la renta. Verdaderamente tiene que pagar por permanecer en este depósito de cadáveres.

Una morada en la luz, que, como dice Prometeo en Esquilo, es uno de los grandes dones gracias a los cuales transformó a los salvajes en hombres, deja de existir en este caso para el obrero. La luz, el aire, etc. -la limpieza animal más elemental deja de ser una necesidad para el hombre. La suciedad -esta corrupción y putrefacción del hombre, la cloaca (esta palabra debe entenderse en su sentido literal) de la civilización- llega a ser un elemento vital para él. El abandono universal, antinatural, la naturaleza putrefacta, se convierten en elemento de vida para él.

Por lo tanto, la alienación de los obreros en las grandes ciudades había llegado a un punto en el que la luz, el aire, la limpieza, no llegaban ya a formar parte de la existencia del hombre; por el contrario, la oscuridad, el aire contaminado y las aguas residuales no tratadas constituían su medio ambiental material.

La alienación de la humanidad y de la naturaleza tenían como resultado no sólo la renuncia al trabajo creativo, sino también la renuncia a los elementos esenciales de la vida misma.

Fuente:https://radiozapatistasud.files.wordpress.com/2011/11/bellamy-foster-john-la-ecologc3ada-de-marx.pdf

Subrayemos e insistamos en que estamos, como humanidad, subsumidos en catástrofe ecológica por el modo de producción-consumo y mercantilización de la naturaleza que el sistema mundo capitalista y sus locales ejecutan.

Catástrofe Ecológica (¡Y no cambio climático!):
Un problema Político

23 de marzo de 2021

Marcelo Colussi

 No entiendo por qué nos matan a nosotros, destruyen nuestros bosques y sacan petróleo para alimentar automóviles y más automóviles en una ciudad ya atestada de automóviles como Nueva York«.Dirigente indígena ecuatoriano.

La «Flor de las Indias», como las llamara en el siglo XIV el incansable viajero y mercader italiano Marco Polo (las mil doscientas islas e islotes de coral desperdigadas por el Océano Índico conocidas hoy como Islas Maldivas), con sus 500.000 habitantes (actualmente un paraíso turístico), están condenadas a desaparecer bajo las aguas oceánicas en un lapso no mayor de 30 años si continúa el calentamiento global y el consecuente derretimiento de casquetes polares y glaciares. Lo tragicómico es que sus habitantes no han vertido prácticamente un gramo de agentes contaminantes.

La globalización es un proceso no sólo económico; es un fenómeno político-social y cultural. Más aún: es un hecho civilizatorio. Extremando el concepto, donde más podemos verla (sufrirla) es en la perspectiva ecológica que trae el nuevo modelo de producción industrial surgido hace doscientos años con el capitalismo que tuvo lugar en Europa, hoy difundido por todo el orbe. La globalización, en un sentido, es la mundialización de los problemas medioambientales, de los que nadie, en ningún punto del globo, puede sustraerse. Por eso el ejemplo con que se abre el texto: un habitante «subdesarrollado» de la Polinesia sufre las consecuencias de un desaforado consumo de combustibles fósiles en otra parte del planeta, en ciudades «desarrolladas» plagadas de automóviles. Es evidente que el planeta es uno solo, la casa común de la especie humana.  

La solución a esa degradación de nuestra casa común, que desde hace algunos años se viene dando con velocidad vertiginosa, es más que un problema técnico: es político, y no hay ser humano sobre la faz del planeta que no tenga que ver con él. Así como nadie escapa a la publicidad comercial -hasta en la más remota aldea del mundo puede encontrarse un afiche de Coca-Cola o de Shell-, así, mucho más aún, nadie escapa al efecto invernadero negativo, a la lluvia ácida, a la desertificación o a la falta de agua potable. En ningún área del quehacer humano puede verse más claramente la globalización que en el campo de la ecología (del griego: oikos: casa, logos: estudio). De igual modo, en ningún campo de acción en torno a grandes problemas humanos se encuentran respuestas más globalizadas que en lo tocante a nuestro compartido desastre medioambiental. Un habitante de las Maldivas, consumiendo 100 veces menos que un estadounidense o un europeo-occidental, está tanto o más afectado que ellos por los modelos de desarrollo depredadores que envuelven a toda la humanidad. O nos salvamos todos, o no se salva nadie.

Podríamos considerar el desastre ecológico como consecuencia de factores exclusivamente técnicos, solucionables también en términos puramente tecnológicos: se reemplazan los vehículos de combustión interna que queman combustibles fósiles por agrocombustibles, o por energías eléctricas. Pero la tecnología es un hecho altamente político. Si en vez de petróleo se utiliza etanol extraído de palma aceitera, o caña de azúcar, o se usan baterías de litio, siempre quedan problemas políticos en los marcos del capitalismo: para producir agrocombustibles se quitan tierras de cultivo de alimentos a los campesinos, o se invade Bolivia para buscar el litio de sus ricos yacimientos. Mientras la forma de concebir la productividad del trabajo se da en el marco del actual modelo de desarrollo (sin dudas contrario al equilibrio ecológico), ello es, ante todo, un hecho político, un hecho que nos habla de cómo establecemos las relaciones sociales y con el medio circundante.

Si, como dice el epígrafe, para tener automóviles circulando en Nueva York es preciso aniquilar humanos y selva en otras latitudes, ahí hay un tremendo problema con la noción de desarrollo.

II

La industria moderna ha transformado profundamente la historia humana. En el corto período en que la producción capitalista se enseñoreó en el mundo -dos siglos, desde la máquina de vapor del británico James Watt en adelante- la humanidad avanzó técnicamente lo que no había hecho en su ya dilatada existencia de dos millones y medio de años. Puede saludarse ese salto como un gran paso en la resolución de ancestrales problemas: desde que la tecnología se basa en la ciencia que abre el Renacimiento europeo, con una visión matematizable del mundo aplicada a la resolución práctica de problemas, se han comenzado a resolver cuellos de botella. La vida cambió sustancialmente con estas transformaciones, haciéndose más cómoda, menos sujeta al azar de la naturaleza.

Pero esa modificación en la productividad no dio como resultado solamente un bienestar generalizado. Concebida como está, la producción es, ante todo, mercantil. Lo que la anima no es sólo la satisfacción de necesidades, sino el lucro, el cual se concreta en el circuito de la comercialización («realización de la plusvalía» dirá el materialismo histórico). Más aún: la razón misma de la producción pasó a ser la ganancia; se produce para obtener beneficios económicos. Por eso se produce cantidades gigantescas de productos realmente no necesarios, pero que se van imponiendo como imprescindibles a partir del modelo de desarrollo imperante. Es desde esta clave esencial como puede entenderse la historia que transcurrió en este corto tiempo desde la máquina de vapor de mediados del siglo XVIII a nuestros días; la historia del capitalismo (europeo primero, norteamericano luego, igualmente el japonés o el de cualquier latitud) no es otra cosa que la obsesiva búsqueda del lucro, no importando el costo. Si para obtener ganancia hay que sacrificar pueblos enteros, diezmarlos, esclavizarlos, e igualmente hay que depredar en forma inmisericorde el medio natural -esa es la única lógica que mueve al capital-, todo ello no cuenta. La sed de ganancias no mide consecuencias.

Actualmente, dos siglos después de puesto en marcha ese modelo, la humanidad en su conjunto paga las consecuencias. ¿Merecen los habitantes de las Islas Maldivas desaparecer bajo las aguas porque en la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos, hay un promedio de un automóvil de combustión interna por persona arrojando dióxido de carbono, o porque los ciudadanos estadounidenses económicamente más privilegiados consumen más de 100 litros diarios de agua, 70 más de lo necesario (contra un litro de un habitante del África sub-sahariana)? ¿Se merece cualquier habitante del planeta tener 13 veces más riesgo de contraer cáncer de piel a partir del adelgazamiento de la capa de ozono que lo que ocurría 100 años atrás por el hecho de tener cerveza fría en la refrigeradora? ¿Es éticamente aceptable que un perrito de un hogar del «civilizado» Primer Mundo consuma un promedio anual de carne roja superior al de un habitante del Sur global o que tenga servicios psicológicos (¡sí: hay psicólogos caninos!) mientras en otros países faltan vacunas básicas, madres que no pueden amamantar a sus hijos por su desnutrición crónica o gente que muere de diarrea por falta de agua potable?

Aunque hay alimentos en cantidades inimaginables (45% más de lo necesario para nutrir bien a toda la humanidad), viviendas cada vez más confortables y seguras, comunicaciones rapidísimas, expectativas de vida más prolongadas, más tiempo libre para la recreación, etc., etc., la matriz básica con que el capitalismo se plantea el proyecto en juego no es sustentable a largo plazo: importa más la mercancía y su comercialización que el sujeto para quien va destinada. Si realmente hubiera interés en lo humano, en el otro de carne y hueso que es mi igual, nadie debería pasar hambre, ni faltarle agua, ni sufrir con enfermedades que las tecnologías vigentes están en condiciones de vencer. En definitiva, se ha creado un monstruo; si lo que prima es vender, la industria relega la calidad de la vida como especie en función de seguir obteniendo ganancia. Para que 15% de la humanidad (básicamente del Norte global y de algunas islas de esplendor en el Sur) consuma sin miramientos, un 85 % ve agotarse sus recursos. Y el planeta, la casa común que es la fuente de materia prima para que nuestro trabajo genere la riqueza social, se relega igualmente. Consecuencia: el mundo se va tornando invivible. Peligroso, sumamente peligroso incluso. ¿Habrá que pensar en una irremediable pulsión de muerte, como concluyó Freud, una tendencia a la autodestrucción que nos guía? ¿Será que en una sociedad nueva, un mundo de «productores libres asociados«, como decía Marx, esas contradicciones se superarán?

La cada vez más alarmante falta de agua dulce, la degradación de los suelos, los químicos tóxicos que inundan el planeta, la desertificación, el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono, el efecto invernadero negativo, los desechos atómicos, las montañas de basura que flotan en los océanos, son problemas de magnitud global a los que ningún habitante de la humanidad en su conjunto puede escapar. Todo ello es, claramente, un problema político y no solo técnico. Y es en la arena política -las relaciones de poder, las relaciones de fuerza social entre los diferentes grupos, entre las diferentes clases sociales– donde puede encontrar soluciones. Si se consume en forma voraz, demencial, sin medir las consecuencias, es porque quienes dirigen el mundo -los grandes megacapitales globales- han ideado esta increíble obsolescencia programada donde hay que botar todo muy rápidamente para seguir consumiendo. La gente común, el ciudadano de a pie, no es el irresponsable; solo sigue mansamente los dictados impuestos. «¡Hay que consumir!» es la consigna establecida. Y el consumo no para (ni tampoco las ganancias de los productores).

En el Foro Mundial de Ministros de Medio Ambiente reunido en la ciudad de Malmoe, Suecia, en mayo del 2000 en el marco del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), se reconoció en la llamada Declaración de Malmoe que las causas de la degradación del medio ambiente global están inmersas en problemas sociales y económicos tales como la pobreza generalizada, los patrones de producción y consumo no sustentables, la desigualdad en la distribución de las riquezas y la carga de la deuda externa de los países pobres. Por eso, es engañoso hablar de «cambio climático«, como si se tratara de una mutación natural de las condiciones climatológicas; lo que existe es una catástrofe generalizada provocada por el modelo capitalista en curso.

III

Se ve así que la destrucción del medio ambiente responde a causas eminentemente humanas, a la forma en que las sociedades se organizan y establecen las relaciones de poder; en definitiva: a motivos políticos. El modelo industrial surgido con el capitalismo y con la ciencia occidental moderna, además de producir un salto tecnológico sin precedentes (comparable a la conquista del fuego, a la aparición de la agricultura, o de la rueda, o de la escritura) generó también problemas de magnitud descomunal, porque el afán de riqueza que lo alienta no repara en otra cosa que en el billete de banco: se perdió de vista lo humano, y la idea de que los humanos somos parte de la naturaleza. El ensoberbecimiento de los «ganadores» (si es que al capitalismo se le puede decir «ganador») llevó a esquemas agresivos inimaginables. El poder de destrucción -y de autodestrucción- alcanzado por la especie humana creció también en forma exponencial, por lo que las posibilidades de autodesaparecernos son cada vez más grandes (¿pulsión de muerte entonces?). El militarismo capitalista -respondido por el socialismo real en forma simétrica- llevó a un callejón sin salida, donde la sobrevivencia de toda especie viva sobre el planeta está en entredicho. Valga agregar que la totalidad del poder atómico con fines militares generado en la actualidad -alrededor de 13.000 ojivas nucleares, repartidas fundamentalmente entre las dos superpotencias atómicas, la Federación Rusa -heredera de la ex Unión Soviética- y Estados Unidos, cada una de ellas equivalente a no menos de 20 bombas de las arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945- posibilitaría generar una explosión de tal magnitud cuyos efectos destructivos llegarían hasta la órbita de Plutón. Proeza técnica, sin dudas, pero que no sirve para terminar con el hambre, con la falta de agua para muchos, con la ignorancia y el pensamiento mágico-animista aún presente en las religiones.

En otros términos: el desprecio moderno por el medio ambiente que nos lega el capitalismo surgido en Europa se ha instalado con una soberbia aterradora. Lo cual reafirma que el llamado Occidente y la idea de desarrollo que ahí se gestó están en franca desventaja con otras culturas (orientales, americanas prehispánicas, africanas) en relación a la cosmovisión de la naturaleza, y por tanto al vínculo establecido entre ser humano y medio natural. El desastre ecológico en que vivimos no es sino parte del desastre social que nos agobia. Si el desarrollo no es sustentable en el tiempo y centrado en el sujeto concreto de carne y hueso que somos, no es desarrollo. Si se puede destruir el lejano Plutón, pero no se puede asegurar la vida de los habitantes de las Maldivas porque la idea de desarrollo no los contempla, entonces hay que cambiar ese modelo, por inservible. Es una pura cuestión de sobrevivencia como especie.

A no ser que haya sectores sociales -detentadores de omnímodos poderes, por cierto- que ya estén apostando por una vida fuera de este planeta, contaminado, lleno de «pobres», sin solución, en definitiva. Pero los que no hacemos voto por ello, los mortales de a pie, los que creemos que es más importante un habitante de las Maldivas que cambiar el automóvil cada año, los que no queremos morir de un evitable cáncer de piel, o sumergidos por el derretimiento de los hielos polares, tenemos mucho por seguir luchando aún. El problema de nuestra casa común nos toca a todos. Todos, entonces, podemos -tenemos- que hacer algo. Y es importantísimo remarcar que en esa lucha no se trata de cambiar hábitos de consumo personal, como si fuéramos los habitantes del mundo los responsables de la catástrofe en curso por una cuestión de ignorancia o de desidia. De algún modo, cierta preocupación ecologista que se ha instalado, con la figura de la joven activista sueca Greta Thunberg a la cabeza, no termina de resolver la cuestión. El problema no estriba en que cada ciudadano «responsablemente» consuma menos, recicle, no use bolsas de plástico sino de arpillera, cierre bien el grifo de agua y use la bicicleta en vez del vehículo con motor de combustión interna. Eso es loable, pero no alcanza. Lo que hay que cambiar es el modo de producción en su conjunto, el capitalismo. Como dijera Marx en 1950: «No se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva».

Blog del autor: https://mcolussi.blogspot.com/
https://mcolussi.blogspot.com/2021/03/catastrofe-ecologica-y-no-cambio.html

Necesitamos, por tanto, esforzarnos en unirnos y autoorganizarnos para superar al posibilismo y al reformismo (prevalecientes entre nosotros) que concilian con los poderes globales y locales.

COP 26: SOLUCIONES TIBIAS PARA
PROBLEMAS CANDENTES

11 de noviembre de 2021

«No hay que cambiar el clima, sino el sistema”.

Pancarta de un grupo ambientalista

El planeta está en peligro y, por tanto, todos los seres vivos (animales y vegetales) que allí vivimos. Desde el inicio de la revolución industrial hace dos siglos, hoy ya extendida por todo el mundo, el capitalismo ha cambiado la vida. Globalizado como está, su modelo de producción y consumo trajo grandes beneficios. Pero también, dada su insaciable voracidad de lucro, produjo problemas monumentales que hoy empiezan a verse como sumamente peligrosos.

No hay ninguna duda que lo que trajo el sistema capitalista, de la mano de la ciencia moderna surgida en Europa luego del Renacimiento, modificó de modo sustancial la civilización humana. De una vida centrada en el contacto directo con la naturaleza y una producción básicamente agraria desde hace 10,000 años en las diversas civilizaciones que poblaron el planeta, se pasó a un nuevo modo de producción y consumo enfocado en la industria, en las nuevas tecnologías que permitieron inventar, sin detenerse, nuevos y cada vez más sofisticados productos. El contacto con lo natural fue reemplazándose por el producto artificial; de allí a la entronización de la industria y el confort que la misma fue permitiendo, un paso. El socialismo científico, surgido en el siglo XIX y puesto en marcha por vez primera en el transcurso del XX (Rusia, China), heredó esa idolatría por la producción industrial. “Socialismo es poder soviético más electrificación”, pudo decir Lenin.

Ese modo de producción y consumo instaurado por la industria moderna, basado en un conocimiento científico crecientemente matemático-racional, trajo sustanciales mejoras en la vida cotidiana. Todos los campos del quehacer humano mejoraron en forma exponencial, transformando la existencia humana en algo crecientemente sustraído al temor ante lo natural, cada vez menos expuesta a la escasez, a las tragedias, al desconocimiento. El problema está en que lo que instauró el capitalismo no tuvo freno. La sed de ganancia del capital no paró de inventar nuevas y superfluas necesidades, y la fabricación de cosas se hizo interminable. Se llegó así, por ejemplo, a esa monstruosidad que es la obsolescencia programada; es decir: fabricar cosas para que se rompan rápido y haya que comprar rápidamente otra nueva. De esa manera, el circuito se reproduce eternamente: fabricar-vender-comprar-usar-botar-volver a comprar-volver a fabricar…. etc.) La máquina no se detiene nunca (pero para ello hay que buscar eternamente materias primas y energía. ¡Ahí está el problema!)

Así, ya entrado el siglo XX y con el modo de producción capitalista expandido globalmente, se fue instaurando una cultura consumista interminable. Todo pasó a ser mercancía destinada al mercado. La producción y consumo de cosas banales, innecesarias (a veces dañinas) no se detuvo. Si algo da ganancia, aunque sea superfluo o pernicioso, se produce y se vende. La cuestión es mantener la tasa de ganancia del capital. China, con su actual modelo de “socialismo de mercado”, pasando a ser la “fábrica del mundo”, contribuyó exponencialmente a ese modelo.

La mega producción de mercancías y el mega consumo de las mismas implica crecientes y crecientes necesidades de energía. Así, ya desde mediados del siglo XX, y en forma dramática en el XXI, ese esquema produjo catástrofes en el medio ambiente. La hiper producción trajo como consecuencia una interminable generación de agentes que contribuyeron al calentamiento global, como consecuencia de una monumental emisión de gases de efecto invernadero negativo. Entre ellos, el óxido nitroso (N2O), el metano (CH4), el ozono (O3), pero fundamentalmente, el dióxido de carbono (CO2).

La imparable quema de combustibles fósiles no renovables (carbón y petróleo), la deforestación sin límites, el uso mega excesivo de fertilizantes, la altísima producción de residuos (como efecto de los procesos productivos y de su posterior consumo hogareño), terminaron siendo un elemento dañino para el medio ambiente. La idea de un progreso infinito chocó contra sus límites. Producir para un mercado que se vuelve ostentosamente voraz es un círculo vicioso: no son necesarios cada vez más nuevos y sofisticados bienes y servicios, pero la maquinaria industrial no puede detenerse. Por tanto, se sigue y se sigue. Las emisiones de gases de efecto invernadero, entonces, terminan matándonos. Fueron las potencias industriales europeas, luego norteamericanas, las que siguieron adelante con ese ecocidio. Hoy día incluso la República Popular China, con un modelo socialista muy sui generis, produciendo para ese voraz mercado ávido de novedades, contribuyen a la catástrofe medioambiental.

En estos momentos es China el mayor emisor de estos agentes contaminantes, con 30.3% de contribución a la catástrofe. Le sigue Estados Unidos, con un 13.4% de producción de estos gases. Luego la Unión Europea y el Reino Unido de Gran Bretaña con 8.7%. Continúan India, que aporta su 6.8% a la tragedia ecológica, Rusia, con un 4.7%, Japón con un 3.0%. Todo esto produce tremendas alteraciones en el clima: sequías, desertificación, inundaciones, aumento de las aguas oceánicas, contaminación de las aguas dulces consumibles, de los mantos freáticos, polución de los suelos fértiles, del aire, derretimiento del permagel, extinción de especies animales y vegetales. En otros términos: la posibilidad de la vida en el planeta comienza a ponerse en entredicho.

 De todo lo anterior se desprende un proceso altamente peligroso: el modelo económico vigente es viable, porque hipoteca el futuro. El ser humano, con este modo de producción, está destruyendo su propia casa, el planeta Tierra. Las alarmas se prendieron, y hay reacciones. Pero las mismas no están realmente a la altura de los acontecimientos: respuestas tibias ante una situación candente, en llamas.

En este momento está realizándose en Glasgow, Escocia, co-organizada por el Reino Unido de Gran Bretaña e Italia, una nueva Cumbre sobre el tema: la COP 26, Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021, con la participación de autoridades de gobierno y organizaciones civiles (desde empresarios a ambientalistas, representantes de pueblos originarios y activistas de derechos humanos) de 196 países, o sea, aquellos que firmaron la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (CMNUCC, por sus siglas en inglés), redactada en 1992, hoy día con varias modificaciones. Durante dos semanas 20,000 personas están tratando estos acuciantes temas. Es la vigésima sexta vez que se realiza una cumbre de este tenor, pero la situación real del medio ambiente no cambia. O cambia muy lentamente, beneficiando siempre a los megacapitales y, por tanto, a los países considerados centrales, en detrimento de la llamada periferia (el Sur global: Latinoamérica, África, gran parte de Asia).

En algunos documentos utilizados por la comunidad científica y que sirven como insumos para la reunión, se subraya que “el cambio climático está causado por el desarrollo industrial, y más concretamente, por el carácter del desarrollo social y económico producido por la naturaleza de la sociedad capitalista, que, por tanto, es insostenible”. Es decir: el “malo de la película” no es la industria moderna sino el modelo económico-social en que la misma se despliega. Si la tecnología está al servicio del ser humano: bienvenida. Pero cuando lo que mueve el desarrollo no es la satisfacción de necesidades sino la obtención de lucro personal/empresarial, el modelo muestra sus límites. De esa cuenta, la naturaleza es considerada un bien a explotar, y se la destruye en forma inmisericorde. Eso es lo que ha estado sucediendo estos últimos dos siglos. Las consecuencias están a la vista: no hay “cambio climático” por causas naturales: es el paradigma basado en la tasa de ganancia económica lo que ocasiona el desastre ecológico.

Si todo esto se sabe en términos científicos, si hay clara evidencia que el calentamiento global nos está matando, ¿por qué no hay cambios sustantivos y el ecocidio continúa, poniendo seriamente en riesgo la supervivencia? Porque los intereses creados por los grandes capitales que manejan el mundo son irreductibles. ¿Qué esperar de la COP 26 entonces? No mucho.

Es probable que vayamos hacia un capitalismo verde, más ecológico, pero nunca pensado en favor de las grandes mayorías planetarias sino en función de la ganancia capitalista. Quizá prontamente se abandone el petróleo (“Eso ya no es redituable” expresó recientemente un miembro de la familia Rockefeller, históricos magnates del negocio del oro negro), pero vendrán nuevas guerras por los nuevos recursos estratégicos, como el litio, el agua dulce, el coltán, las tierras raras.

Las cumbres pomposas no pasan de la pompa. De hecho, el anterior presidente de la principal potencia capitalista, Donald Trump, fue un negacionista total del cambio climático. Y el actual, Joe Biden, se quedó dormido en medio de una reunión de la COP 26. ¿Esto lo dice todo? Juan Bordera y Ferran Puig Vilar recuerdan que “En este panorama ya de por sí dantesco, nos acabamos de enterar, gracias a la investigación del periodista Nafeez Ahmed, de que el designado como presidente de la Cumbre del Clima, el conservador Alok Sharma, recibió dos donaciones por valor de 10.000 libras del presidente del Foresight Group International, un conglomerado empresarial con intereses en el mundo del gas y el petróleo. También recibió otras donaciones de lobbies similares en el pasado. Además, Sharma, es conocido por haber votado generalmente contra las medidas necesarias para prevenir el cambio climático”.

Las conclusiones que salen de estos encuentros, más allá de buenas recomendaciones, como viene sucediendo ya desde hace largos años, no tienen grandes efectos. Los megacapitales no desean perder un centavo, y la voracidad capitalista sigue produciendo afiebradamente, obligando a consumir, sin detener su marcha. Ahora se habla de un capitalismo verde y responsable, dejando atrás la producción de energía a través de la quema de combustibles fósiles no renovables. Vamos hacia la era de las energías renovables, limpias, no contaminantes. Dicho así, pareciera una magnífica solución; la verdad es muy otra: las inequidades del sistema persisten, y la necesidad de producir siempre más (y consumir siempre más) se mantiene. Como siempre, las soluciones son para los poderosos, mientras que la gran mayoría empobrecida paga las consecuencias.

¿Servirá para cambiar este curso suicida la COP 26? Seguramente no. Más allá de buenas intenciones y de aparatosas declaraciones, la esencia misma del sistema no permite beneficiar a todo el mundo. Ese es el límite infranqueable del capitalismo: se inventan espectaculares robots que simplifican el trabajo, pero el capital, en vez de beneficiar a quienes trabajan reduciéndoles la jornada laboral, los lleva a la desocupación. Se producen biocombustibles amigables con el ambiente a base de caña de azúcar, maíz o palma aceitera, pero para obtener esos cultivos se priva a enormes masas de población del Sur de sus tierras fértiles con las que producir alimentos básicos. Como vemos, la traba no está en la tecnología, en la producción propiamente dicha, sino en el proyecto político-social y ético que la sostiene.

Se ha dicho, con la mejor buena intención, que hay que promover el “decrecimiento” económico, fomentando la sobriedad frente al consumismo, redistribuyendo la riqueza en forma equitativa entre Norte y Sur. Suena bien, pero eso no pasa de ser quimérico. Ya en los albores de la industria dieciochesca y decimonónica surgieron voces que llamaban a una más justa repartición de la renta; he ahí lo que se llamó socialismo utópico: Fourier, Owen, Saint-Simon, Flora Tristan. Pero eso no puede pasar de buena intención, incluso ingenua. ¿Cómo fomentar la sobriedad si el sistema capitalista se basa en el consumo desaforado? (“Lo que hace grande a este país [Estados Unidos] es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda”, Agencia publicitaria BBDO). ¿Cómo redistribuir la riqueza, si cada vez que se habla de comunismo caen encima la artillería pesada, la tortura, la persecución y muerte, la desaprobación y el rechazo más visceral?

Por tanto, la solución a la catástrofe ecológica que vivimos no está en superficiales medidas paliativas, “políticamente correctas”, pero que no tocan lo medular: energías renovables, llamado al consumo responsable, reciclado. La solución está en abandonar este sistema, buscando algo que no esté centrado en el lucro sino en la auténtica solidaridad humana.

Fuente: https://mcolussi.blogspot.com/2021/11/cop-26-soluciones-tibias-para-problemas.html

Analicemos la propuesta de Emiliano Teran Mantovani

COP26 Glasgow: los espectadores del ecocidio
y la defensa del derecho a vivir

17 noviembre, 2021

Emiliano Teran Mantovani

Resulta dramáticamente paradójico que, por un lado, el ‘Pacto Climático de Glasgow’ subraye la situación de alarma que surge por haber ya alcanzado una temperatura media del planeta de 1,1°C; con severos impactos del cambio climático que ya se están sintiendo en todo el mundo; un ‘presupuesto de carbono’ establecido en el Acuerdo de París que lo estamos agotando rápidamente, y los peligros de climas más y más extremos a medida que se siga incrementando el calentamiento global. Y por otro lado, que el acuerdo termine reflejando la desfachatez e indolencia de los representantes de los gobiernos firmantes, en el que nada concreto y significativo se establece para empezar a revertir este enorme problema.

‘Intenciones’, ‘esfuerzos’. Emplazamientos a las partes a tomar medidas. Medidas a ser tomadas ‘tan pronto sea posible’, bajo parámetros que serán definidos más adelante, en algún momento futuro. Todo rodeado de una cruel indefinición que pone a las élites políticas y económicas del mundo como los espectadores de la degradación de millones de vidas humanas, de territorios que desaparecen bajo las aguas, de miles y miles de refugiados climáticos, y en última instancia, de la agonía de la vida en la Tierra tal y como la conocemos.

Se podría mirar con alivio y hasta con cierto optimismo algunos avances, tales como el que por fin se ha hecho alguna muy tímida mención a comenzar a desplazar los combustibles fósiles, que se nombren a los pueblos indígenas o a la ‘justicia climática’, o el que se mantenga la referencia a la búsqueda de no sobrepasar la frontera de los 1,5°C para evitar el cambio climático catastrófico; pero también conviene mirar esto en clave histórica. Ya vamos más de un cuarto de siglo bajo este mismo esquema de las COPs, que ha sido inocuo, engañoso, elitista, mercantilizante, y durante las cuales las emisiones de GEI en el mundo han más bien crecido, al igual que cosas como la producción global de carbón. Algo de fondo no va, y de eso hay que hablar.

El asunto del clima es un problema político, no debemos cansarnos de decirlo; pero también es un problema epistémico. Se sigue con la lógica del crecimiento (ahora “verde”) y del desarrollo en declaraciones y documentos, se continúa con esa omnipresencia del discurso económico/burocrático sobre el ambiente que encubre un asunto esencial que no es cuestionado en esas frías oficinas: que en el fondo, lo que va mal es la forma dominante de relacionarnos con la naturaleza, con la trama de la vida que nos permite ser y estar en la Tierra.

Pero volvamos a las ‘cuestiones operativas’: sea por acción u omisión, e incluso reconociendo matices, complejidades y asimetrías de poder –‘responsabilidades comunes pero diferenciadas’–, el problema fundamental es que a estos liderazgos políticos les está quedando bastante grande el desafío histórico ante el cual se encuentran, y lo que es mucho peor, en los hechos están asfixiando la vida en la Tierra, de manera masiva; están jugando con la extinción. Algo que revela que, además del voraz apetito de acumulación de riquezas, y el aferramiento al poder por parte de élites globales y nacionales, hay un enorme extravío existencial, ontológico, epistémico por parte de estos grupos. Un profundo estado de alienación con respecto a la naturaleza.

A las cosas por su nombre: lo que representa un Pacto como el de Glasgow es un crimen de lesa humanidad, y un ecocidio global, ambos, quizás, en su forma más extendida. Sobre esta base, a nuestro juicio, es desde la cual hay que partir tanto para reconocer la gravedad del problema, como para potenciar la exigencia social de la defensa de tres derechos cruciales: nuestro derecho a vivir; el derecho a la vida de las futuras generaciones; y los derechos de la naturaleza. La Vida debe estar en el centro.

Nuevas facetas del colonialismo climático: ¿Zonas del Ser y Zonas del No ser?

La enésima evasión de responsabilidades por parte de los principales causantes del problema, los países ricos –no se entregaron fondos a los países “en desarrollo” para mitigación y adaptación, ningún fondo para ‘pérdidas y daños’, a pesar de que miles de millones de dólares se otorgan a subsidios a los combustibles fósiles y a estímulos fiscales en la pandemia para la recuperación económica en el Norte Global– es en realidad una cruda expresión de la lógica (neo)colonial de poder.

Nuevamente, es el mundo dividido en fronteras que segregan a privilegiados de su otredad ‘subdesarrollada’, racializada, ‘primitiva’, ‘salvaje’. Un mundo de geografías diferenciadas, de muros, alcabalas, sistemas migratorios, de zonas de sacrificio, que separa estas áreas de ‘civilización’, consumo, confort y seguridad, de otras regiones donde la vida vale mucho menos, por no decir nada. Zonas, estas últimas, donde la crisis climática será mucho más devastadora. Se trata de una colonialidad en torno al clima, que también se expresa en la tradicional pretensión de control de la naturaleza, ahora traducida en métricas de carbono y mercados climáticos.

La pregunta que retumba es, ¿qué clase de mundo podrían estar avizorando estos ‘líderes’ y grandes ‘decisores’ mundiales? ¿Poderosos gobernando sobre un mundo devastado e invivible, poblaciones desechables, territorios y comunidades dejados al abandono, y áreas de privilegio diseñadas y recreadas con tecnologías de punta e infraestructuras ‘resilientes’ para sobrevivir al colapso? ¿Una especie de versión climática de las Zonas del Ser y las Zonas del No Ser, que describía Frantz Fanon décadas atrás?

¿Algo así avizoran los estudiados líderes mundiales que gestionan el futuro planetario? ¿Tal es su delirio?

Un desencadenante para la justicia climática desde los pueblos en movimiento

La acción para abordar tamaño problema tendrá que ser, sí o sí, de carácter multi-escalar: requerimos incidir en cada escala posible. Desde lo más local, pasando por lo nacional, hasta la coordinación de orden regional y global. Pero parece quedar claro que el desencadenante para un giro político que rompa la inercia que domina la gestión del cambio climático, tendrá que venir desde las bases sociales, organizadas o no, lo que incluye a ciudadanas y ciudadanos preocupados por el futuro.

Si revisamos el pasado, cada derecho adquirido y reconocido en los sistemas políticos actuales tiene tras de sí las luchas y movilizaciones de miles de personas demandando significativos cambios ante los sistemas de represión social, precarización económica y degradación ambiental. Este, el de la crisis climática, no será un caso diferente. Sólo que ahora, lo que el momento nos exige, es demandar al menos estos tres derechos trascendentales a los que hacíamos mención: el derecho a vivir, el derecho al futuro (nuestro y de las próximas generaciones) y el derecho de la naturaleza, del conjunto de especies que componen la comunidad de vida en el planeta.

Este es ahora nuestro desafío histórico. Nos ha tocado defender el propio derecho a la Vida, en su más amplio sentido; y nos está tocando obligar a los ‘líderes’ mundiales a actuar con urgencia para abordar la situación.

¿Existen las posibilidades de que surja un gran movimiento global por la justicia climática? A nuestro juicio sí. Cada vez más personas se sienten sensibilizadas y alertadas por el problema. Y aunque es paradójico para las luchas por la vida, a medida que la crisis climática se agrave, más gente se sumará. La cuestión es también un problema de tiempo, ya que debemos generar un cambio significativo, quizás como ninguno en la historia de la humanidad, en esta misma década. 2020 es la década decisiva.

Cada acción cuenta, y mucho más en un sistema tan interconectado, en donde cualquier cosa, por más pequeña que sea, puede desatar una reacción en cadena. La clave está en que se sume cada vez más y más personas; configurar la masa crítica. La Acción Climática y la Justicia Climática es ahora.

*Emiliano Teran Mantovani es sociólogo venezolano y ecologista político; candidato a Phd en Ciencia y Tecnología Ambientales por la Universidad Autónoma de Barcelona; y miembro del Observatorio de Ecología Política de Venezuela.

Fuente: https://www.ecopoliticavenezuela.org/2021/11/17/cop26-glasgow-los-espectadores-del-ecocidio-y-la-defensa-del-derecho-a-vivir/?fbclid=IwAR0fRO36NBAkf8nLRPMiZaN2XA_YOF4FfxW23Ut9Icc6REevNQbtLewvCEE

 Coincidimos con Emiliano Teran Mantovani en preguntar: ¿Existen las posibilidades de que surja un gran movimiento global por la justicia climática? A nuestro juicio sí. Cada vez más personas se sienten sensibilizadas y alertadas por el problema. Y aunque es paradójico para las luchas por la vida, a medida que la crisis climática se agrave, más gente se sumará. La cuestión es también un problema de tiempo, ya que debemos generar un cambio significativo, quizás como ninguno en la historia de la humanidad, en esta misma década. 2020 es la década decisiva.

Cada acción cuenta, y mucho más en un sistema tan interconectado, en donde cualquier cosa, por más pequeña que sea, puede desatar una reacción en cadena. La clave está en que se sume cada vez más y más personas; configurar la masa crítica. La Acción Climática y la Justicia Climática es ahora”.

También conque: “La acción para abordar tamaño problema tendrá que ser, sí o sí, de carácter multi-escalar: requerimos incidir en cada escala posible. Desde lo más local, pasando por lo nacional, hasta la coordinación de orden regional y global. Pero parece quedar claro que el desencadenante para un giro político que rompa la inercia que domina la gestión del cambio climático, tendrá que venir desde las bases sociales, organizadas o no, lo que incluye a ciudadanas y ciudadanos preocupados por el futuro”.

Si bien es fundamental el internacionalismo revolucionario o la acción global ante el sistema mundo capitalista como comprendió La Vía Campesina. Pienso que la base indomable está en las raíces entroncantes con todos los pueblos planetarios en lucha por su respectiva autodeterminación y no de ciudadanas/os “preocupados por el futuro”. En Argentina ese arraigo local-plurinacional reside en las luchas territoriales o mejor en las defensas y recuperación de territorios para la vida contra los extractivismos rurourbanos. Que tienden a multiplicarse y a ampliar-profundizar la unión ya existente en la UAC.

Desde España aportan al aprecio por esas luchas territoriales cuyo origen parte de reconocer a los bienes comunes y comprometerse con su vigencia, puesta en práctica:

Bienes comunes vs. propiedad privada…
en tiempos de pandemias

22 de noviembre de 2021

Por Julia Cámara, Miguel Urbán/ Viento Sur

Se dice, y es verdad, que la crisis sanitaria, económica y social provocada por la pandemia de la covid-19 lo ha cambiado todo. Tanto que durante un tiempo fue posible dudar de si iba a ser también el punto y final de lo que conocemos como neoliberalismo. O, lo que es lo mismo, del entramado de políticas, dinámicas económicas e intereses que ha impregnado en las últimas décadas las agendas de los gobiernos y de las instituciones internacionales –y, por supuesto, también de las de la Unión Europea– en torno a la bandera de Más mercado. Desde luego, la pandemia ha profundizado y acelerado la crisis hegemónica que ya sufría el neoliberalismo desde hace años. Sus políticas siguen siendo las que rigen mayoritariamente el mundo, pero su capacidad de autolegitimarse y de seducir está cada vez más cuestionada.

La crisis actual ha revelado dramáticamente la fragilidad e inconsistencia de los postulados básicos neoliberales. Durante los primeros meses de la pandemia, las cadenas transnacionales de creación de valor, en torno a las que se articula la división internacional del trabajo, se rompieron. La consecuencia fue una brusca interrupción de los suministros y el colapso de los mercados, contribuyendo de esta manera a la paralización de una parte importante del tejido empresarial. Además, se dio la paradoja de que en toda Europa no tuviéramos capacidad de producir las necesidades básicas para responder ante una emergencia sanitaria de estas características.

La supuesta superioridad del mercado frente a lo público, que ha justificado las políticas de ajuste presupuestario y la mercantilización y privatización de servicios básicos para la vida, como la sanidad y los cuidados, también se ha visto cuestionada. A la hora de la verdad, el cortafuegos para detener y superar la enfermedad ha sido responsabilidad del sector público, que ha tenido que hacer frente a la situación de emergencia en un estado de extrema debilidad provocada, justamente, por las políticas neoliberales. La misma crisis sanitaria ha disparado a la línea de flotación del sálvese quien pueda, uno de los pilares antropológicos del neoliberalismo. Ahí se abre una pelea cultural y política sobre cómo debería ser la vida en común a partir de ahora.

¿Significa esto que estamos entrando en un escenario posneoliberal? Sabemos de sobra que transformaciones de estas características nunca se dan sin luchas sociales. Si no hacemos nada, puede que ocurra todo lo contrario y que nos encontremos viviendo una aceleración capitalista que utiliza la crisis como coartada. Por el momento, los pilares centrales que sostienen el orden neoliberal permanecen intactos. La distribución, la producción y la negativa de liberalización de las patentes de las vacunas han demostrado cómo las grandes corporaciones, las manos visibles de los mercados, se han configurado como una economía en la sombra que gobierna el mundo reforzando un poder corporativo que condiciona, en su propio beneficio, la agenda de los gobiernos y las instituciones. Un auténtico secuestro de la democracia donde la lex mercatoria impera sobre cualquier otro derecho.

Por tanto, no estamos ante los restos del naufragio del orden neoliberal. Pero sí es cierto que esta crisis ha desnudado sus limitaciones, mostrándolo incapaz de asegurar algo tan básico como la propia vida y el bienestar de las mayorías sociales. El relato que se nos vende desde hace décadas presenta las privatizaciones como la respuesta lógica, prácticamente natural, a los problemas y necesidades colectivas. Crisis como la actual nos demuestran no solamente que esto no es cierto, sino que, si queremos tener alguna posibilidad de éxito frente la emergencia climática y los retos del presente, es estrictamente necesario invertir el proceso. Recuperar espacios para el común, poner el máximo posible de esferas de la vida a funcionar al servicio de los intereses de las clases populares y no de los de una minoría privilegiada cuya forma de vida, depredadora de recursos y derechos, implica cada vez más violencia.

Las crisis son momentos de bifurcación que funcionan como agujeros de gusano que nos permiten asomarnos a otros tiempos y espacios posibles. En periodos como este vemos aflorar, chocar y articularse imágenes utópicas y distópicas. No hay certezas claras y las contradicciones cohabitarán, irán en aumento y tendrán expresiones cada vez más violentas. Cómo se reconfigure ese marco de convivencia, a nivel micro y macro, será determinante y marcará el próximo periodo. Lo que finalmente ocurra no está escrito y dependerá de muchos factores. Entre ellos, de la capacidad que tengamos para imaginar alternativas buenas y deseables para las mayorías sociales y de empujar colectivamente para hacerlas posibles.

Toda alternativa que cuestione el statu quo actual debe pasar por una profundización democrática que acabe con el poder corporativo y permita el control social de sectores estratégicos de la economía necesarios para las mayorías sociales. Solo desde el cuestionamiento de estas lógicas tendremos la oportunidad de sentar las bases de otra economía que enfrente los retos de la emergencia climática y que ponga la sostenibilidad y defensa de la vida en el planeta en el centro de las políticas. El primer paso para el fin del neoliberalismo es, ineludiblemente, pensar que es posible otro sistema que anteponga nuestras vidas a sus beneficios.

En este sentido, la vieja fórmula de bienes comunes aparece como posibilidad que abre la puerta no solo al rescate frente a las lógicas privatizadoras neoliberales, sino a un replanteamiento radical de aquello a lo que nuestra propia existencia colectiva nos da derecho. No se trata solamente de ampliar los terrenos sometidos a la gestión pública, sino de producir y reproducir colectivamente las bases y condiciones de nuestra vida. Una ampliación del concepto de lo público que supera la vía institucional y toma formas diversas en función del contexto y del bien concreto.

En este Plural comenzamos con el artículo de Isabelle Garo, “Marx y la propiedad, un análisis estratégico”en donde aborda la cuestión de la propiedad en la obra de Marx como un enfoque fundamentalmente político y estratégico de la cuestión comunista. Es esta dimensión estratégica la que se analiza en el artículo, partiendo de la cuestión de la propiedad y los bienes comunes, que desde hace algunos años ha vuelto al centro de la reflexión contemporánea sobre las alternativas al capitalismo. La autora defiende la cuestión de la propiedad en Marx no como una forma estrictamente jurídica, sino como una palanca política y como un gradiente de desarrollo individual. Esta reflexión en términos de formas y dinámicas contradictorias, enraizadas en condiciones siempre concretas y que implican la creciente conciencia de los actores de la transformación política y social, sigue siendo muy actual, a condición de que no se busque en ella unas recetas prefabricadas.

Continuamos el Plural con el artículo de Daniel Chavez Sean Sweeney, “El clima, la energía y el mito de la transición”, en donde abordan cómo el enfoque neoliberal hegemónico en las políticas de energía a escala global impide el desarrollo de alternativas efectivas de respuesta a la emergencia climática y la satisfacción de necesidades sociales. Un modelo basado en la satisfacción de demandas de ganancia a un número reducido de empresas privadas es incompatible con el suministro de energía para asegurar el bienestar social y para abordar una transición energética que enfrente la emergencia climática desde un punto de vista de justicia social. Esta situación, según los autores, debe ser reconocida como una verdadera emergencia política para la que no cabe otra solución que vigorizar “la propiedad pública y democrática de los sistemas y recursos energéticos”. Una alternativa pública que signifique la recuperación integral de la generación, transmisión, distribución y gestión de la energía como un elemento central para enfrentar los retos ambientales, económicos y sociales del cambio climático.

El siguiente artículo corresponde a Éric Toussaint, “Bienes comunes, deudas y patentes de la industria farmacéutica”que aborda cómo desde el inicio del capitalismo los bienes comunes fueron sistemáticamente cuestionados por la clase capitalista en su lógica de mercantilización y de apropiación privada. Siendo las deudas un mecanismo de expropiación y de ataque contra los bienes comunes, tanto en el Norte como en el Sur. El saber, los descubrimientos científicos, los procedimientos técnicos que deberían constituir bienes comunes de la humanidad no se han librado de la voracidad capitalista. Cuanto más se extendió el capitalismo, más favoreció la apropiación privada de los conocimientos y de las técnicas, especialmente por medio del sistema de patentes. Desde la extensión de la pandemia, el debate sobre las patentes se ha vuelto fundamental, condensando perfectamente la contradicción entre capital y vida, entre propiedad privada y bienes comunes.

Entre las experiencias prácticas que recogemos en el Plural está la aportación de Karla Lara, “Antes, ya había un antes… ¡ya corrían los ríos!”, que aborda el ejemplo de Honduras como laboratorio neocolonial extractivista y escenario de lucha y disputa por el agua y el territorio. Una lucha con un alto coste personal y colectivo, que se lleva la vida de decenas de activistas asesinadas, como Berta Cáceres, encarceladas como las defensoras del río Guapinol, y acosadas como cientos de defensoras medioambientales anónimas. Recogiendo un llamamiento a desaprenderse de las historias de derrotas para recordar, refundar, repensar, pero desde otro lugar, con otros referentes teóricos, esa es la tarea fundamental para pensar en la lucha por la defensa del agua, para la defensa de la vida.

A continuación, Javiera Manzi y Karina Nohales, en su artículo “Socializar la vida. Horizontes feministas posneoliberales”, hablan de la crisis de la reproducción social existente ya antes, pero puesta todavía más en evidencia por la pandemia, como “una crisis dentro de la crisis”. Escriben desde Chile, campo de pruebas del neoliberalismo pero también de la posibilidad de su destitución democrática, y uno de los epicentros del movimiento feminista de los últimos años. Plantean una estrategia de socialización (de los trabajos y las riquezas, pero también de la política y el placer; de la vida) que nos insubordine frente al mandato de la ganancia privada y construya un marco decisional y distributivo de lo común.

Por último, desde la Comisión de Comunicación de La Ingobernable reflexionan sobre el modo en que las experiencias de democracia directa y autogestión puestas en práctica en los centros sociales pueden ser herramientas de lucha contra el modelo neoliberal de ciudad y un entorno urbano cada vez más privatizado. En “Centros sociales y luchas por el derecho a la ciudad: aprendizajes en el proceso de La Ingobernable” nos hablan de las diferentes decisiones que la asamblea fue tomando en el contexto del carmenismo y de un Madrid asediado por las privatizaciones, de su aprendizaje de la experiencia previa de otros centros sociales, y de algunas de las preguntas que se abren en el futuro de la lucha por los comunes urbanos. Animando a estimular el debate a partir de las luchas reales y de la conquista de espacios para el común en los núcleos urbanos.

En resumen: una mirada poliédrica a un debate que podría parecer antiguo pero que no solo es de plena actualidad, sino que se nos revela como fundamental para hacer frente en buenas condiciones a los retos del presente. Desnaturalizar un régimen de propiedad privada de una minoría, basado necesariamente en el expolio y desposesión de las mayorías sociales, para abrir horizontes de posibilidad donde las necesidades colectivas y la vida buena para todas y todos sean la prioridad de cualquier articulación social, económica y política.

https://vientosur.info/bienes-comunes-vs-propiedad-privada-en-tiempos-de-pandemias/

Fuente: https://rebelion.org/bienes-comunes-vs-propiedad-privada-en-tiempos-de-pandemias/

En consecuencia, o en resumen como definen Julia Cámara, Miguel Urbán/ Viento Sur:

 una mirada poliédrica a un debate que podría parecer antiguo pero que no solo es de plena actualidad, sino que se nos revela como fundamental para hacer frente en buenas condiciones a los retos del presente. Desnaturalizar un régimen de propiedad privada de una minoría, basado necesariamente en el expolio y desposesión de las mayorías sociales, para abrir horizontes de posibilidad donde las necesidades colectivas y la vida buena para todas y todos sean la prioridad de cualquier articulación social, económica y política.

Formulo algunas aclaraciones a conceptos claves. Considero que las «luchas sociales» deben convertirse en «lucha de clase» o sea de antagonismo horizontal, plurinacional e irreconciliable con el Capital y su Estado en las distintas jurisdicciones. También creo conveniente referirse al capitalismo y no al neoliberalismo. El 19/20 se pronunció contra esta etiqueta del sistema y tácitamente no descubrió la imposibilidad de otro capitalismo en nuestra época. A este desconocimiento aprovechó el progresismo K para desviar la rebelión popular hacia conciliar con el poder económico e imperialista. Hoy urge enfocar el pos capitalismo. Hacia otro sistema social valoremos:

Decálogo ecofeminista
para salir de la pandemia

5 de marzo de 2021

Por Ecologistas en Acción 

Con motivo de la celebración del 8M, Ecologistas en Acción pone de manifiesto que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha agudizado y acelerado la crisis ecológica, económica, social y de género que la precedían. La organización ecologista propone diez medidas ecofeministas para construir la nueva normalidad encaminada a la sostenibilidad ambiental, justicia social y equidad de género.

La pandemia de la COVID-19 ha mostrado las costuras de un sistema sostenido en relaciones desiguales, de expolio y violencia, y ha agudizado y acelerado las múltiples crisis estructurales que existían previamente: ecológica, económica, social y de género. Nos encontramos ante un prólogo civilizatorio, un acontecimiento que incide en todos los ámbitos de la vida y lo cambia todo. Esta coyuntura nos ha mostrado la rapidez con la que la sociedad puede transformarse y qué actividades y trabajos han sido y son esenciales para sostener la vida.

La respuesta a la emergencia sanitaria solo afronta los síntomas, pero no las raíces, las que son la fuente causal de la misma, provocados por la acelerada desaparición y degradación de los ecosistemas debido a la acción humana, el mal uso de las energías fósiles, la hipermovilidad, la ganadería industrial, las industrias extractivas, la deforestación y la destrucción de la biodiversidad. De la misma manera que nuestro modelo de desarrollo se apropia de la naturaleza, también se apropia del trabajo y los cuerpos de las mujeres, especialmente de aquellas que viven en territorios del Sur global. La desigualdad de género, el sexismo, el racismo, la LGTBfobia y otras formas de dominación, han condicionado el devenir de la pandemia para miles de personas.

Todos estos factores nos han llevado a adoptar un modelo de habitar el planeta incompatible con la vida, que solo atiende al beneficio a corto plazo y al crecimiento ilimitado, en un planeta con recursos finitos. Un modelo que funciona gracias a los trabajos de cuidados y mantenimiento de la vida -realizados principalmente por mujeres- que se realizan en condiciones de explotación y precariedad.

La desconexión entre el neoliberalismo global y las bases materiales que permiten la vida ignora nuestra dependencia como especie -tanto de la naturaleza como de otras personas que cuidan de nuestros cuerpos vulnerables- así como las profundas desigualdades que nuestro modelo de desarrollo genera.

Aunque durante la pandemia la presión sobre los ecosistemas ha disminuido drásticamente, mejorando algunos indicadores ambientales, la actividad extractivista en otros lugares no solo se ha consolidado, sino que se ha visto aumentada. También se han agudizado las diferencias sociales y la exclusión de muchas personas, la mayoría mujeres.

Además de la pérdida de cientos de miles de vidas, de empleos e ingresos, la salud de las mujeres se ha visto afectada de forma dramática. Son las mujeres las que en situación de mayor precariedad y con diferente estatus migratorio, realizan mayoritariamente los trabajos considerados como esenciales, sobre todo de cuidados, tanto en el ámbito laboral como privado, en los hogares, con graves impactos psicosociales en algunos casos.

En este contexto de crisis civilizatoria, Ecologistas en Acción señala que se necesita  promover otro orden social que enfrente las desigualdades y relaciones de poder existentes y tenga en cuenta la interdependencia y la ecodependencia. Por ello, la organización ecologista ha elaborado un decálogo de medidas que haga posible vivir vidas dignas y compatibles con el equilibrio de la naturaleza, y que defiendan  la justicia social, la equidad, la sostenibilidad y lo comunitario:

1. Una transición ecológica justa, para alcanzar una sociedad sin energías fósiles, que revierta la pérdida de biodiversidad y que respete los límites de los ecosistemas. Fomentar el consumo de cercanía adaptado a los ciclos de la naturaleza y sustituir los sectores productivos más contaminantes. Es necesario establecer mecanismos para que la producción y distribución estén arraigadas en el territorio, sin depender de la rentabilidad monetaria, garantizando su accesibilidad y sostenibilidad. Los Fondos Europeos de Recuperación, Transformación y Resiliencia y la llamada política Palanca VIII (Nueva economía de los cuidados y políticas de empleo), deberían emplearse  para la construcción de una nueva economía y acelerar la urgente y necesaria transición ecológica.

2. Una reforma profunda y urgente del sistema fiscal para que sea progresivo, justo, verde y ecofeminista.

3. Reconocer el derecho al cuidado como un derecho fundamental universal en todos los niveles, tanto público como comunitario, sacarlo del ámbito privado y doméstico y de la responsabilidad exclusiva de las mujeres, que los vienen realizando de manera gratuita e invisible. Se debe garantizar la corresponsabilidad del trabajo doméstico y de cuidados entre todas las personas, la sociedad y el Estado.

4. Reorganización socioeconómica de nuestro sistema productivo, orientándolo hacia una economía de los cuidados que priorice las tareas necesarias para el mantenimiento de nuestras vidas y evite su mercantilización. Un nuevo equilibrio social que corrija las desigualdades por razón de sexo, género, raza (entendida como construcción social) clase, diversidad funcional, orientación sexual o identidad de género, con una redistribución y democratización del  trabajo, productivo y reproductivo, que sea indispensable y necesario.

5. Justicia antirracista y decolonial. Los territorios del Sur global y sus saberes son expoliados desde hace siglos, perpetuando el desequilibrio de poder y legitimando la violencia hacia estos colectivos de forma sistémica. Es necesario atajar el racismo estructural, revertir estas dinámicas y ubicar los límites de cada posición (histórica, política, subjetiva) para hacer un frente común contra la dominación colonial, capitalista, racista y patriarcal. No habrá justicia climática sin justicia decolonial.

6. Abogar por una dieta sana, ecológica y sostenible sustentada por la soberanía alimentaria y la implementación de la agroecología, en donde el papel de las mujeres siempre ha estado muy presente y vinculado a estas prácticas, compatibles con el respeto a la naturaleza y animales no humanos. La experiencia y demandas en materia de igualdad de colectivos de mujeres rurales  deben ser escuchadas. No podemos seguir manteniendo las prácticas de la agricultura y ganadería intensivas ni asumiendo prácticas que agudicen las desigualdades.

7. Garantizar servicios y suministros esenciales (agua, comida, saneamiento, energía, vivienda digna) y el derecho a la educación pública de calidad, incluyendo la educación para la sostenibilidad, la educación ecofeminista, educación para la paz, educación sexual, la justicia restaurativa, la interculturalidad y empoderamiento de mujeres y hombres como ciudadanos y ciudadanas globales.

8. Garantizar el derecho a la salud (física, ambiental, comunitaria, sexual, mental). Esto exige una sanidad 100 % pública y universal, protección frente a la contaminación, impulso a la atención primaria, a la medicina preventiva y a la salud pública, así como a la educación respetuosa con la diversidad de identidades de género y relaciones sexoafectivas bajo la lógica público-social-comunitaria, en detrimento de la lógica de mercado.

9. Ciudades y pueblos sanos y habitables, con especial cuidado a las periferias, donde se priorice la participación comunitaria y no organizando el trabajo y el consumo en función del capital y en oposición y disociación con la naturaleza. Deben ser entendidas como espacios comunes, producidos y reproducidos por quienes los habitan. Lugares inclusivos y saludables que prioricen la coexistencia intergeneracional y la proximidad de espacios naturales, una movilidad sostenible que prime la cercanía, el uso peatonal y en bicicleta y el transporte colectivo, basadas en una economía no lineal sino circular, que cierre ciclos.

10. Sociedades libres de violencias machistas y racistas, que garanticen los derechos humanos (entre ellos los derechos sexuales y reproductivos) de todas las personas, especialmente de quienes los ven amenazados de manera especial (mujeres, personas LGTBQ+, migrantes, habitantes del Sur global, personas amenazadas por defender el territorio).

Además de publicar este decálogo ecofeminista, Ecologistas en Acción quiere poner en valor luchas de mujeres que trabajan en dirección a los objetivos planteados. «Desde el sindicalismo feminista de las jornaleras en lucha, a las activistas de la PAH dejándose la piel por el derecho a la vivienda, Territorio doméstico luchando por el 189, Ganaderas en red visibilizando la situación de las mujeres en la ganaderías, o las defensoras del territorio poniendo el cuerpo contra los proyectos extractivistas», destacan.

Rosana Cervera, portavoz de Ecologistas en Acción: «Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Ecologistas en Acción hacemos un llamamiento a todas las personas, y especialmente a las mujeres, para seguir tejiendo alianzas entre las organizaciones feministas y las ecologistas, junto con organizaciones sociales de todo tipo, como las organizaciones que trabajan en defensa de los servicios públicos o los derechos humanos. Porque sabemos que está en riesgo la sostenibilidad de la vida, y que solo podremos asegurarla trabajando desde el ecofeminismo por la justicia socioambiental. El futuro será ecofeminista, o no será».

Ecologistas en Acción

Fuente: https://www.biodiversidadla.org/Recomendamos/Decalogo-ecofeminista-para-salir-de-la-pandemia