Octubre2025

Qué Sistema

Conciliación de clases/ Concentración y centralización capitalista/Alternativas emancipatorias

Conciliación de clases

(…) La razón progresista ha instalado también una gravosa confusión teórico-política sobre el neoliberalismo. Circunscribiéndolo a las políticas del Consenso de Washington, ha omitido sus orígenes en los años ’70 y sus continuidades en la última década a través del Consenso de Beijing. Al definir sus programas de gobierno como una “lucha contra el neoliberalismo”, la izquierda progresista ha coadyuvado a instituir la naturalización (ya por aceptación, ya por resignación) del capitalismo.

Evidentemente, “neoliberalismo” no es un modo de producción ni una formación social, sino una fase histórica del capitalismo, definida por un específico régimen de acumulación cuya característica central está dada por el predominio de procesos de acumulación por despojo34.

En este sentido, la especificidad de esta fase neoliberal no tiene que ver con el “achicamiento” del Estado, ni necesariamente con políticas de ajuste, sino que se trata de una fase de intensificación de las dinámicas de mercantilización mediadas por múltiples y crecientes recursos de violencia.

La intensificación de la mercantilización supone una expansión de las fronteras materiales y simbólicas del capital, lo que acontece incluso por medio del intervencionismo activo del Estado35. Como expresan Duménil y Lévy, el rasgo distintivo del neoliberalismo es “el reforzamiento del poder de la clase capitalista”36, ahora estructurada en una compleja trama institucional que involucra a grandes corporaciones transnacionales, Estados y organismos multilaterales, todos los cuales funcionan bajo la subordinación estricta del capital financiero, al que responden como sus resortes gerenciales.

Como hemos señalado en otros trabajos37, este avance del poder de clase no es ajeno al estallido político de la crisis ecológica global. No es casualidad que ésta coincida con los orígenes del neoliberalismo, ni que haya sido América Latina el primer territorio de experimentación neoliberal. Frente a la crisis de la economía material en los ’70, se inicia también el neoliberalismo como proyecto geopolítico imperial específicamente dirigido a afrontar los desafíos de la acumulación, en una era signada por el agotamiento crítico de los recursos.

Justamente, la crisis de los ’70 devela en qué medida el crecimiento económico y la estabilidad política de los países centrales (procesada vía expansión del consumo) dependió históricamente del imperialismo ecológico, a través del cual subsidiaron el metabolismo de sus sistemas urbano-industriales.

Para las grandes potencias, el desafío ecológico se tradujo en un mero desafío geopolítico: “se resumió en cómo compensar y garantizar el abastecimiento permanente de materia y energía [desde los países del Sur], en una etapa histórica en la que el colonialismo [formal] ya no se sustenta ni moral ni políticamente”38. (…)

«Crítica de la razón progresista. Una Mirada marxista sobre el extractivismo/colonialismo del Siglo XXI”. Revista Actuel Marx. Intervenciones N° 19, segundo semestre 2015

Corporaciones tecnológicas
en agricultura y alimentación:
edición genómica y digitalización

30 de junio de 2025

Las grandes empresas se basan, para dominar un mercado, en generar monopolios, regulaciones que facilitan sus ganancias y la dependencia de paquetes tecnológicos. A continuación, una radiografía del contexto corporativo en agroalimentación y de las nuevas tecnologías que afectan a las economías, la vida campesina, al ambiente y la salud.

 

Por Silvia Ribeiro para Alianza Biodiversidad

La alimentación es una función vital para todas y todos. No podemos vivir sin comer. Por eso las grandes empresas trasnacionales se han empeñado en controlar la agricultura y la alimentación, ya que es también uno de los mayores sectores económicos. Por más de 10.000 años, la producción agrícola y alimentaria se basó en las agriculturas, tecnologías y modos de vida campesinos e indígenas, diversos y descentralizados, entre los cuales había intercambio y mercados territoriales, pero muy poca concentración de poder empresarial.

Eso cambió en el siglo XX, con la introducción de tecnologías que permitieron la uniformización de las semillas, sistemas de riego industrial, fertilización sintética, grandes maquinarias y automatización

En el siglo XXI se desplegaron nuevas biotecnologías de ingeniería genética y formas de digitalización en toda la cadena agroindustrial, junto a la robotización y uso de información satelital.

Tres de los principales medios de control que las empresas usan, además de la explotación laboral y desplazamientos de los campos, han sido la dominación de mercado, estableciendo oligopolios y monopolios; regulaciones que facilitan sus actividades y ganancias; la introducción de tecnologías que les dan más control y supuesta eficiencia.

En este breve documento se plantea un panorama de los nuevos contextos corporativos y cuáles son las principales tecnologías que afectan a las economías y vida campesina, al ambiente y a la salud.

El contexto corporativo

A nivel de toda la cadena alimentaria agroindustrial encontramos que, en cada eslabón, pocas empresas controlan cerca de la mitad o más del mercado global. Por ejemplo, entre cuatro trasnacionales controlan cerca de las dos terceras partes del mercado global de agrotóxicos y semillas comerciales. Son Bayer (Alemania, dueña de Monsanto) Syngenta Group (China, compra por parte de Sinochem y fusión con Adama), Corteva (Estados Unidos, fusión de DuPont y Dow) y Basf, de Alemania.

Todas son antiquísimas fabricantes de veneno que se apropiaron de las empresas semilleras en las últimas cuatro décadas. Esas cuatro controlan prácticamente el 100 por ciento de las semillas transgénicas sembradas en el mundo, de las cuales la gran mayoría han sido manipuladas para ser dependientes de uno o más agrotóxicos, que son el principal rubro de venta de esas mismas empresas.

En el resto de la cadena, desde maquinarias, almacenadores, procesadores a supermercados, hay una fuerte presencia de oligopolios de empresas trasnacionales, muchas de las cuales son conocidas desde el siglo pasado, como John Deere, Cargill, ADM, Bunge, Nestlé, Pepsico, Conagra, Walmart, Carrefour. (…)

Los cultivos transgénicos han causado una enorme contaminación de suelos, agua y alta presencia de residuos químicos en alimentos. Por ejemplo, se han encontrado residuos de glifosato en orina, sangre y leche materna, en la población en regiones de siembra, también en niños y docentes en escuelas. El maíz y algodón transgénicos han contaminado con genes manipulados a variedades nativas y criollas.

Pese a que podemos tener la impresión que los transgénicos están en todas partes (están en diez países de América Latina, aunque algunos en áreas reducidas), en realidad la gran mayoría está en muy pocos países y todos los transgénicos sembrados son controlados por cuatro trasnacionales.

Como una forma de escapar del estigma negativo del nombre “transgénico” y de paso evitar incluso los débiles controles de las leyes de bioseguridad en cada país, la industria biotecnológica y de agronegocios cambió el nombre a las nuevas formas de hacer cultivos y animales con ingeniería genética a “edición génica”, o “edición genómica”. Para hacer aún más confuso el nombre, en varios países llaman a estos nuevos organismos modificados genéticamente como resultantes de lo que llaman “técnicas de mejoramiento de precisión”. Esto coincidió con el uso de nuevas técnicas, por ejemplo, las llamadas Crispr-Cas9, Talen y otras. Sin embargo, todas son formas de ingeniería genética para manipular los genomas de cultivos o animales y conllevan impactos e incertidumbres.

Con los nuevos nombres, las empresas han logrado transgredir las leyes de bioseguridad en varios países, e incluso las prohibiciones de transgénicos en la constitución, como es el caso de Ecuador.

Actualmente, se está trabajando a nivel experimental en manipular genéticamente arroz, maíz, tomate, soja y trigo, además de algunas hortalizas , frutas, insectos, microorganismos y ganado.

Todos los organismos resultantes de “edición génica” han sido manipulados en su genoma, en algunos casos introduciendo nuevos genes y en otros silenciado genes o parte de ellos, con lo que cambian su expresión. Este tipo de ingeniería genética conlleva nuevos riesgos, que se suman a los que ya tenían los transgénicos anteriores.

Por ejemplo, producen cambios inesperados en los genomas, que pueden resultar en crecimiento anormal de órganos, reacciones alérgicas, toxicidad. Ya se conocen muchos riesgos de la edición génica en plantas y animales, y hay grandes incertidumbres sobre sus efectos en los organismos, en quién los consuman y en el ambiente. No obstante, si se exceptúan de pasar por evaluación de bioseguridad, serán comercializados como convencionales, sin advertir de los riesgos o cambios que puedan causar.

En ese paquete de tecnologías de “edición génica” se incluye también la riesgosa tecnología de impulsores genéticos, que es para intentar que un gen manipulado pase a todas las generaciones siguientes violentando las leyes de la herencia. Esta tecnología se está experimentando por ejemplo, en insectos que son considerados plagas en ganado o para revertir la resistencia al glifosato en malezas. (…)

Algunos impactos de la digitalización en la agricultura campesina:

  • Mayor control de los agronegocios y nuevas corporaciones sobre todos los aspectos de la cadena agroalimentaria, desde las semillas a la producción y las ventas.
  • Mayor dependencia de las y los productores con las empresas y sus tecnologías.
  • Mayor separación entre productores y consumidores, intermediados por empresas y herramientas digitales.
  • Extracción masiva de datos de los campos y territorios que son vendidos a otras empresas para explotación y para manipulación de conductas de consumo y otras.
  • Mapeo y venta de datos que abre a nuevas explotaciones en los territorios.
  • Disputa por agua, energía y recursos en los territorios, por ejemplo con el establecimiento de centros de datos y su demanda de estos recursos.
  • Generación de basura tóxica de la industria informática.

 

Nuevos desafíos para las organizaciones campesinas y movimientos sociales

  • Las nuevas configuraciones corporativas incluyen actores nuevos que nunca habían actuado antes en alimentación y agricultura. Es preciso detectarlos y comprender los impactos de sus actividades.
  • Las nuevas formas de biotecnología, como la edición génica y otras, conllevan nuevos riesgos ambientales y a la salud que se suman a los que ya han causado los transgénicos.
  • Varios gobiernos de América Latina han sido playa pionera a nivel global para eliminar el principio de precaución, debilitar leyes de bioseguridad y habilitar la comercialización de organismos modificados genéticamente de edición génica, sin regulación ni aviso de que están en los mercados.
  • Es necesario rechazar la invasión de la industria digital corporativa en agricultura y rechazar la extracción de datos de comunidades, personas y territorios.
  • Es necesario comprender nuevas trampas, como la nueva ola mercados de carbono en suelos, bosques y territorios agrícolas y rechazar la aplicación de mercados de carbono, especialmente en agricultura y alimentación.

Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/corporaciones-tecnologicas-en-agricultura-y-alimentacion-edicion-genomica-y-digitalizacion/

Concentración y centralización capitalista

Nueva meta climática: cuadruplicar combustibles sostenibles

22 de octubre de 2025

Por Mario Osava | IPS

Brasil se convirtió en un gran productor del etanol, un biocombustible que compite con la gasolina. Los monocultivos de caña de azúcar componen un paisaje monótono en el sureño estado de São Paulo y en el centro-oeste del país, pero ayudan a descarbonizar los transportes en el país.

RÍO DE JANEIRO – Cuadruplicar la producción y el uso de combustibles sostenibles hasta 2035 es la meta de una nueva iniciativa internacional para impulsar una transición energética y la mitigación de la crisis climática, que se lanzará durante la cumbre climática de Brasil, en noviembre.

El “Compromiso de Belém por los combustibles sostenibles”, encabezado por Brasil con el apoyo de India, Italia y Japón, espera la adhesión de otros países tras su lanzamiento oficial durante la llamada “Cumbre del clima”, el 6 y 7 de noviembre en Belém, en el norte de Brasil.

La reunión de los jefes de Estado y de gobierno precederá en esta ocasión a la 30 Conferencia de las Partes (COP30) sobre cambio climático, que hospedará la misma Belém del 10 al 21 de noviembre. La separación excepcional entre la COP y la cumbre busca mitigar los problemas de alojamiento de la urbe amazónica.

El compromiso, apodado “Belém 4x”, se basa en un informe de la Agencia Internacional de Energía que apunta la posibilidad de cuadruplicar el volumen, sumando nuevas alternativas, como el hidrógeno verde, combustibles sostenibles de aviación (SAF, en inglés) y navíos, y sintéticos al etanol y biodiésel.

“El éxito de la COP30 depende de promover la implementación de una transición justa, ordenada y equitativa para eliminar los combustibles fósiles, que son la principal causa del recalentamiento global”: Claudio Angelo.

En la COP28, celebrada en 2023 en Dubái, se acordó iniciar «una transición para abandonar los combustibles fósiles», como medida indispensable para contener el recalentamiento del planeta a 1,5 grados centígrados. En Belém se trata de implementar esa decisión consensual.

“Brasil tuvo el cuidado de no limitar la iniciativa a los biocombustibles para incluir variados combustibles sostenibles, una distinción importante porque hay países, especialmente en Europa, que se oponen a los biocombustibles”, advirtió Claudio Angelo, coordinador de política internacional del Observatorio del Clima, una coalición brasileña de 133 organizaciones sociales.

Las objeciones al biocombustibles incluyen posibles daños ambientales, conflictos por la tierra y la competencia con la producción alimentaria, detalló por teléfono a IPS desde Brasilia.

Mercado de biocombustibles

Es un viejo sueño brasileño crear un amplio mercado internacional de biocombustibles, por su gran producción de etanol, además de su potencial para ampliarla.

Brasil intentó, sin éxito, fomentar ese mercado en la década de los 90 y comienzos de este siglo, basado en la existencia de muchos países productores de caña de azúcar, el cultivo de mayor productividad para ese biocombustible.

Cuba, en el pasado el mayor exportador mundial de azúcar, rechazó la propuesta con el argumento de la prioridad a los alimentos, pese a la decadencia de su industria azucarera y la carencia de energía, debido a la dependencia del petróleo importado, que escaseó tras el fin de la Unión Soviética, su gran proveedora, en 1991.

“Las decenas de plantas de biodiésel (instaladas en Brasil) van a desaparecer en algún momento. Fueron una solución temporal, favorecida por el excedente de aceite de soja, cuando el salvado de soja tenía una demanda creciente”: Roberto Kishinami.

Brasil solo se convirtió en el mayor exportador de azúcar en mediados de los años 90, dos décadas después de inaugurar su Programa Nacional del Alcohol, para sustituir parte de la gasolina por etanol.

Buscaba mitigar la crisis económica provocada por alza del petróleo, cuyo precio triplicó en 1973 y volvió a duplicarse en 1979. Entonces, el país importaba cerca de 80 % del crudo que consumía, hoy exporta petróleo y etanol.

Muchos países usan el etanol, como mezcla en la gasolina, como forma de reducir la contaminación. En Brasil la mezcla ya alcanza 30 % y también se usa el etanol puro como combustible automotor.

Pero la mayoría de los automóviles de pasajeros hoy en el país son “flex”, consumen gasolina o etanol y mezclas en cualquier proporción.

En 2023 nació en Nueva Deli, durante la cumbre anual del Grupo de los 20 (G20), de economías industriales y emergentes más relevantes, la Alianza global de Biocombustibles, en un nuevo intento de fomentar su producción.

Meta ambiciosa

Ahora, en la COP30, se trata de ampliar el intento de sustituir los combustibles fósiles y con una meta ambiciosa, de multiplicar por cuatro la producción actual de los alternativos en 10 años.

Se sigue así la ruta trazada en la COP28, celebrada en Dubái en 2023, donde se acordó iniciar «una transición para lejos de los combustibles fósiles», como medida indispensable para contener el recalentamiento del planeta a 1,5 grados centigrados. En Belém se trata de implementar esa decisión consensual.

Actualmente esa producción, básicamente de biocombustibles, alcanza 175 000 millones de litros, cerca de dos tercios de etanol y un tercio de biodiésel. Estados Unidos supera a Brasil como el mayor productor.

En Brasil se elaboraron 36 800 millones de litros de etanol y 9070 millones de litros de biodiésel en 2024. En los últimos años creció la producción de etanol con base en el maíz, aprovechando los excedentes de ese grano en el centro-oeste del país, Su participación se acerca ya a 20 % del total.

Un estudio del Instituto de Energía y Medio Ambiente (Iema), divulgado el 9 de octubre, asegura que Brasil podrá duplicar esa producción hacia 2050, sin deforestar nuevas áreas. El aprovechamiento de las tierras de pastizales degradados seria suficiente para alcanzar la meta.

El país tiene cerca de 100 millones de hectáreas de esos pastizales, abandonados en su casi totalidad. Corresponde al doble del territorio de España y debe aumentar, ya que Brasil tiene 238 millones de vacunos, muy por encima de los 213 millones de habitantes humanos.

De ese total, el cultivo destinado a doblar los biocombustibles podría ocupar 25 a 30 millones de hectáreas. Sobraría mucha tierra para la expansión de la agricultura de alimentos, destacó Felipe Barcellos e Silva, investigador del Iema y autor del estudio.

Según sus cuentas, una parte de los pastizales se destinaría a la reforestación para restauración del bioma y las áreas de protección ambiental, otra parte a la recuperación de los mismos pastizales para una ganadería más productiva.

Quedarían de 55 a 60 millones de hectáreas para las agriculturas energética y alimentaria, cerca de la mitad para cada una.

El área para biocombustibles variaría según la opción por más biodiésel, que requiere el cultivo de oleaginosas, o más etanol, en ese caso ampliando el área de caña de azúcar o maíz.

Las alternativas componen seis escenarios en que se combinan las prioridades a las distintas materias primas y la opción por producir otros combustibles, como el SAF y el diésel verde, distinto del biodiésel.

Alternativas persistentes

“El biodiésel presenta un problema por ser un compuesto orgánico degradable”, inestable, mientras el diésel verde es producto del mismo aceite vegetal pero sometido a un hidrotratamiento y tiene “propiedades físico-químicas similares a la del diésel mineral”, explicó Roberto Kishinami, físico y especialista estratégico del no gubernamental Instituto Clima y Sociedad.

El diésel verde, aseguró, sustituye plenamente el diésel fósil sin dañar los vehículos y tiene la ventaja de emitir menos contaminantes urbanos que el biodiésel, como material particulado fino, monóxido de carbono y óxido de nitrógeno.

“Las decenas de plantas de biodiésel (instaladas en Brasil) van a desparecer en algún momento. Fueron una solución temporal, favorecida por el excedente de aceite de soja, cuando el salvado de soja tenía una demanda creciente”, como alimento ganadero, señaló Kishinami a IPS por teléfono desde São Paulo.

En su evaluación la transición energética y la descarbonización de los transportes y de la industria necesitan los combustibles sostenibles, ya que la electrificación no es económicamente viable en todas las actividades. La combinación de las dos soluciones deberá imponerse.

La creación de un mercado internacional de esos combustibles, especialmente los biocombustibles, depende de uniformar normas y patrones en el mundo, una tarea difícil especialmente ante las rígidas exigencias europeas.

Además, enfrenta las cuestiones geopolíticas, como “la guerra comercial Estados Unidos-China que dominará las próximas décadas”, concluyó Kishinami.

La producción de biocombustibles en Brasil no crece solo por expansión de los cultivos, sino también por avances tecnológicos y aprovechamiento de residuos.

Ya se produce el etanol de segunda generación, a partir de la paja de la caña, y el biometano, que equivale al gas natural, por la biodigestión de la vinaza generada en la producción del etanol, apuntó Silva.

También se empieza a cultivar la palma de macauba (Acrocomia aculeta), que recibe diferentes nombres en América Latina y tiene una alta productividad de aceite.

La electrificación llevará tiempo. Es relativamente rápida en los vehículos ligeros, pero lenta en los vehículos pesados, cuya vida útil alcanza cerca de 20 años. Es donde la descarbonización se hace por los biocombustibles, sostuvo Silva.

“La transición en los transportes seguirá por lo menos hasta 2050”, luego los biocombustibles podrán atender otras demandas, incluso la generación eléctrica, concluyó en entrevista telefónica a IPS desde São Paulo.

El compromiso de cuadruplicar los combustibles sostenibles es positivo, pero no puede dominar “de ninguna manera” el debate energético en la COP30, advirtió Angelo.

“El éxito de la COP30 depende de promover la implementación de una transición justa, ordenada y equitativa para eliminar los combustibles fósiles, que son la principal causa del recalentamiento global”, concluyó.

ED: EG

https://ipsnoticias.net/2025/10/nueva-meta-climatica-cuadruplicar-combustibles-sostenibles

Fuente: https://rebelion.org/nueva-meta-climatica-cuadruplicar-combustibles-sostenibles/

El aumento de la demanda de aceite de soja para combustibles amenaza con colapsar la Amazonía brasileña

8 de noviembre de 2022

Ecologistas en acción

Un nuevo estudio analiza la relación entre el incremento del uso de aceite de soja para producir carburantes y los niveles históricos de deforestación de extensas zonas de Brasil.

– Un nuevo estudio analiza la relación entre el incremento del uso de aceite de soja para producir carburantes y los niveles históricos de deforestación de extensas zonas de Brasil, así como con el aumento del precio de alimentos básicos y la destrucción de un ecosistema clave para la vida en el planeta.

– Ecologistas en Acción alerta de que la eliminación progresiva del aceite de palma en la fabricación de combustibles está provocando la utilización masiva de otros cultivos alimentarios como el aceite de soja, con unos impactos muy negativos que deben ser frenados.

– La UE en su conjunto, y España como Estado miembro, deben catalogar el aceite de soja como materia prima insostenible y abandonar de inmediato su utilización para la fabricación de combustibles, tal y como ha propuesto el Parlamento Europeo.

Según el informe publicado hoy por la organización europea Transport&Environment, de la que forma parte Ecologistas en Acción, el fuerte aumento de la demanda de aceite de soja para producir combustibles está directamente relacionado con la aceleración de la deforestación en la Amazonía brasileña, que en 2021 alcanzó su máximo de los últimos 15 años. Una tendencia que se mantiene en 2022, año en el que se ha registrado el mayor nivel de destrucción de la selva brasileña entre los meses de enero y agosto desde 2008.

Tal y como pone de manifiesto el estudio, dicha tendencia coincide con un incremento progresivo en la demanda de aceite de soja para la fabricación de combustibles. En efecto, mientras en 2005 tan solo el 6 % del aceite de soja producido en el ámbito global iba a parar a nuestros depósitos, en 2021 la cifra se había triplicado para alcanzar el 20 %. Si tenemos en cuenta los volúmenes de soja procesados en este periodo, estos han aumentado un 580 %, pasando de 2,1 millones de toneladas en 2005 a 12,2 en 2021.

La UE ha contribuido en gran medida a dicho aumento de la demanda. El fomento de la producción de combustibles procedentes de cultivos alimentarios establecido en la Directiva de Energías Renovables ha provocado que el consumo de aceite de soja en la UE se haya duplicado entre 2015 y 2017. Y esta tendencia podría verse agravada en el futuro: tras la catalogación por Bruselas del aceite de palma como materia prima de alto riesgo en 2019 y el abandono previsto de su uso en 2030, la industria se focaliza cada vez más en materias primas como la soja. De ahí que, según cálculos de Transport&Environment, la demanda de aceite de soja podría cuadriplicarse en los próximos años.

Según el informe publicado, demanda de aceite de soja y deforestación van de la mano. Amplios territorios de selva (como la Amazonía) y de sabana (como El Cerrado, un extensísimo bioma al sur de aquella) han sido arrasados para convertirse en zonas de cultivo de la soja. Incluso tierras deforestadas para ganadería industrial acaban cediendo a la presión del monocultivo de la soja, lo que fuerza a las explotaciones ganaderas a adentrarse aún más en la selva.

Los datos mostrados por el informe son concluyentes: la superficie de terreno dedicada al cultivo de soja en la Amazonía ha aumentado 10 veces entre 2009 y 2019. Algo coherente con las estimaciones de la FAO, que muestra cómo, mientras la superficie para ganadería se ha mantenido estable en Brasil desde el año 2000, las tierras destinadas al cultivo de soja, maíz y caña de azúcar —los cultivos más demandados para la fabricación de combustibles— han crecido en 23, 6,4 y 5,2 millones de hectáreas, respectivamente.

Paradójicamente, ese aumento de la superficie de tierra cultivada no se está empleando para producir alimentos que satisfagan las necesidades alimentarias de personas y animales, como pone de manifiesto el hecho de que las áreas dedicadas al cultivo de arroz o leguminosas ocupan hoy 3,6 millones de hectáreas menos que en 2000.

Por otro lado, la fuerte demanda de cultivos alimentarios para producir carburantes ha provocado importantes subidas en los precios de los aceites vegetales, que alcanzaron un máximo histórico en 2021. La presión sobre una materia prima como la soja genera aumentos inmediatos en el coste de otras materias primas, como aceites vegetales, cereales o productos lácteos.

Intensificada por la guerra en Ucrania, esta situación se traduce en un aumento de los niveles de inseguridad alimentaria en numerosos puntos del planeta: según el Programa Mundial de Alimentos, el número de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda ha pasado de algo más de 200 millones en 2019 a 345 millones a día de hoy.

Paralelamente, la destrucción de ecosistemas para el monocultivo de la soja tiene efectos nefastos sobre la vida en espacios de enorme riqueza natural. Según el estudio de Transport&Environment, se calcula que el jaguar ha perdido en torno al 50 % de sus hábitats originales como consecuencia de la deforestación de la Amazonía. Igualmente, en el informe miembros de comunidades indígenas denuncian situaciones de hostigamiento para abandonar sus territorios, incendios provocados, rociamiento de comunidades con pesticidas o contaminación de sus aguas, entre otras agresiones por parte de la industria.

Para frenar todos estos impactos, el estudio apunta a una serie de recomendaciones políticas para la UE, inmersa en el proceso de revisión de la Directiva de Energías Renovables. En opinión de Pablo Muñoz, portavoz de la campaña de biocombustibles de Ecologistas en Acción, “la UE puede y debe frenar el daño que la expansión de la soja está provocando en Brasil y otros puntos del planeta. Para hacerlo, la Comisión y el Consejo deben simplemente apoyar la propuesta del Parlamento Europeo de abandonar en 2023 el aceite de palma y de soja para producir combustibles”.

Algo que aplica igualmente a los Estados miembro individualmente, según recuerda el portavoz ecologista: “España debe sumarse a otros países de la UE que ya han decidido abandonar tanto la palma como la soja. Seguir quemando alimentos en nuestros depósitos no tiene ninguna justificación, como tampoco la tiene seguir deforestando y agravando la crisis climática que nos afecta”.

https://www.ecologistasenaccion.org/212288/el-aumento-de-la-demanda-de-aceite-de-soja-para-combustibles-amenaza-con-colapsar-la-amazonia-brasilena/
Fuente: https://rebelion.org/740752-2/

Brasil y Bolivia concentran el 90% de
la deforestación y degradación de la Amazonia

Según una investigación, dada a conocer por la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica, el bosque tropical más grande del mundo se encuentra a puertas de la “destrucción irreversible del ecosistema”

5 de septiembre2022

Por Andrés Rodríguez

La Amazonia se encuentra inmersa en una crisis o punto de no retorno debido a las altas tasas de deforestación y degradación. Esta situación no es un escenario futuro, sino un estado ya presente en algunas zonas de la región. Países como Brasil y Bolivia concentran el 90% de la deforestación y degradación combinadas, entendidas como perturbaciones en el bosque. Como resultado, la sabanización, proceso que lleva a un ecosistema a convertirse en llanuras con pocos árboles o muy distanciados entre síya se está produciendo en ambos países, de acuerdo conel informe La Amazonia a contrarreloj: un diagnóstico regional sobre dónde y cómo proteger el 80% al 2025, dado a conocer este lunes, en Lima, Perú, en la V Cumbre Amazónica de Pueblos Indígenas, organizada por la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA).

La investigación, dada a conocer por líderes indígenas amazónicos e investigadores, aborda la problemática a nivel nacional en los nueve países de la cuenca y evidencia que el 34% de la Amazonia brasileña ha entrado en un proceso de transformación, al igual que el 24% de la Amazonía boliviana, seguido por Ecuador con el 16%, 14% en Colombia y 10% en Perú, que son los países con mayores índices. Asimismo, la sabanización ya es una realidad en el sureste de la región, principalmente en Brasil y Bolivia. Ambas naciones comparten las invasiones o avasallamientos como causa central de la deforestación. Esta problemática pone en el centro de las soluciones a los Estados y sus marcos legales.

La Amazonia se encuentra a puertas de la “destrucción irreversible del ecosistema” debido a las altas tasas de pérdida y perturbación de la selva que, combinadas, ya alcanzan el 26% de la región. Sin embargo, el 74% restante, 629 millones de hectáreas de áreas prioritarias siguen en pie y requieren protección inmediata. La Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG) conceptualiza a la Amazonía como un ecosistema integral que cubre un área de investigación de 847 millones de hectáreas. “Sin saberlo, comemos, nos transportamos y nos vestimos con productos que destruyen a la Amazonía. No podemos darnos el lujo de perder una hectárea más. El futuro de la Amazonía es una responsabilidad de todos”, dijo Alicia Guzmán, representante de Stand.Earth, una de las coordinadoras que forma parte de la coalición “Amazonia por la Vida”.

Según el Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales, dependiente de la Agencia Espacial Brasileña, en los últimos 30 días se registraron vía satélite 31.513 alertas de incendios en la Amazonia, convirtiendo al pasado agosto en el peor desde 2010, cuando las quemas ascendieron a 45.018 en todo el mes. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sugirió que el incremento de los incendios fue causado por eventos naturales o por las comunidades indígenas, según dio a conocer en una entrevista con Globo TV el pasado 22 de agosto.

“En Brasil somos testigos de un Gobierno con una política de Estado frontalmente antiindígena que intenta, de todas las maneras posibles, legalizar lo ilegal. La destrucción y codicia desenfrenada a nuestros territorios ancestrales, nuestra Amazonia, en el norte del país, es la cara visible de la histórica violación de derechos a los que nosotros estamos sujetos hace décadas”, dijo Nara Baré, ex coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Amazonia Brasileña.

Según el mismo informe, desarrollado desde 2021 por la RAISG—con datos desde 1985 a 2020—, la industria ganadera es la mayor impulsora de la deforestación en la Amazonia. La deforestación causada por la ganadería en la selva amazónica representa casi el 2% de las emisiones globales de dióxido de carbono (CO2) anualmente.La mayor parte de la actividad ganaderaen el mundo tiene lugar en Brasil.

La investigación también señala que el 66% de la Amazonia está sujeta a algún tipo de presión fija o permanente. Apunta a que donde hay fuerte presencia estatal se presentan amenazas y presiones o impulsores “legales” y en sitios donde la presencia gubernamental es débil, se presentan impulsores “ilegales”.Los territorios indígenas y áreas protegidas no están almargen de esta realidad. “Los bloquespetroleros, centrales hidroeléctricas yminas se planifican a lo largo y ancho de la Amazonia. Los marcos legales vigentes generan condiciones para que los Estados concesionen licencias en bosques intactos o territorios indígenas sin el consentimiento libre previo e informado de las poblaciones que habitan la región”, señala el documento.

Otro dato que no es menor, presente en el informe, es que entre 2015 y el primer semestre de 2019, 232 líderes comunitarios indígenas fueron asesinados en la región en disputas por la tierra y recursos naturalesEn 2020, esta tendencia se mantuvo. Mientras que, en 2021, un tercio de todas las violaciones registradas en las Américas fueron contra defensores de los derechos ambientales, territoriales y de los pueblos indígenas. Debido a la alarmante situación de violencia en la región, el pasado julio, el Parlamento Europeo ha adoptado una resolución que condena las políticas de derechos humanos del presidente brasileño y denuncia la creciente violencia contra defensores, indígenas, minorías y periodistas en Brasil, incluido el asesinato de Dom Philips y Bruno Pereira.

Existe una correlación directa entre la destrucción de nuestro hogar y los asesinatos a líderes y lideresas indígenas, defensores de nuestros territorios. Hemos corroborado que el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas de la cuenca amazónica es una solución urgente para salvaguardar el 80% de la Amazonia. Debemos actuar todos en unidad, y debemos hacerlo antes de 2025″, dijo José Gregorio Díaz Mirabal, líder indígena y coordinador general de la COICA.

Fuente: https://elpais.com/america-futura/2022-09-05/brasil-y-bolivia-concentran-el-90-de-la-deforestacion-y-degradacion-de-la-amazonia.html

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¿Amazonía en el punto de no retorno?: Brasil y Bolivia son los países con mayor deforestación y degradación de sus bosques

15 septiembre 2022

Por Ivette Sierra Praeli

  • Un estudio elaborado por la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada señala que un 26 % de los bosques amazónicos se han transformado de manera irreversible y presentan alto nivel de degradación.
  • La sabanización de la Amazonía ya está presente en Brasil y Bolivia, mientras que Ecuador, Colombia y Perú avanzan en el mismo sentido.

Las cifras de deforestación y degradación de los bosques amazónicos han llegado al 26 % en todo el territorio de la Amazonía que cubre 847 millones de hectáreas: 20 % ha sufrido una pérdida irreversible y 6 % presenta alta degradación. El punto de no retorno de la Amazonía ya no es un escenario futuro, sino del presente en algunas zonas de la región. Además, de los nueves países que conforman la cuenca amazónica, Brasil y Bolivia tienen las mayores cantidades de destrucción y como resultado “la sabanización ya se está produciendo en ambos países”.

Así lo indica el estudio La Amazonía contra reloj: un diagnóstico regional sobre cómo proteger el 80 % al 2025, elaborado por la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG) —en coalición con la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA) y Stand.earth— que se presentó en la V Cumbre Amazónica de Pueblos Indígenas realizada en Lima, Perú.

En el estudio se destaca que Brasil y Bolivia concentran el 90 % de la transformación y alta degradación que afecta a la cuenca amazónica. El restante 10 % lo comparten Perú, Colombia, Ecuador y Venezuela, con cifras de pérdida de bosques amazónicos cada vez más preocupantes.

Cabe precisar que según los estudios de Thomas E. Lovejoy y Carlos Nobre el punto de no retorno ocurre cuando la deforestación y degradación combinadas superan el umbral de entre el 20 % y 25 %, cifra que los científicos consideraron para la Amazonía este, sur y central.

“Estamos destruyendo el agua, la biodiversidad, los alimentos. El ser humano, las empresas extractivas y los gobiernos continúan con una economía de combustibles fósiles y están destruyendo nuestro presente y nuestro futuro. Este es un llamado de emergencia”, dijo José Gregorio Díaz Mirabal, coordinador general de la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), durante la presentación de este informe.

El documento reúne información sobre el estado actual de las áreas prioritarias clave en la Amazonía, datos de la situación de la biodiversidad e identifica los impulsores o drivers de destrucción de los bosques amazónicos. Además,  plantea soluciones para abordar la crisis Amazónica.

El punto de no retorno en la Amazonía

“Nuestros datos demuestran que la protección del 80 % de la Amazonía es necesaria y posible, pero sobre todo, urgente. De continuar la tendencia actual de deforestación, la Amazonía tal como la conocemos hoy, no llegaría al 2025”, dice el informe elaborado por la RAISG, sustentado en el análisis de datos desde 1985 hasta 2020.

Marlena Quintanilla, directora de investigación de la Fundación Amigos por la Naturaleza (FAN) e investigadora principal del informe, indica que en los últimos 20 años la Amazonía ha sufrido la transformación de por lo menos 50 millones de hectáreas. “A muchos nos cuesta dimensionar cuánto significa esta extensión, pero podemos decir que es un territorio más grande que toda España”.

Quintanilla menciona que “el 26 % de la Amazonía ha sufrido transformaciones completas y una degradación profunda” y precisa que Bolivia y Brasil, los países con mayor impacto y transformación de su Amazonía, presentan síntomas importantes de estos cambios. En Bolivia —añade Quintanilla— las lluvias han disminuido en un 17 % y la temperatura se ha elevado en más de 1 grado centígrado. “Estamos en el momento para revertir y restaurar la Amazonia”, advierte y hace un llamado para que se tomen acciones hacia el 2025 “porque para el 2030 puede ser tarde”.

La experta de FAN se refiere así a una de las conclusiones expresadas en el informe: “Un horizonte al año 2030 puede ser catastrófico para el bosque continuo más grande del planeta y para las más de 500 nacionalidades y pueblos indígenas que en él habitan y para la humanidad”.

El informe también detalla que la Amazonía de Brasil —que ocupa el 40 % del bosque tropical del mundo— ha superado el punto de no retorno con un 25% de transformación y un 9 % de alta degradación, es decir, el 34 % de la Amazonía brasileña prácticamente se ha perdido. “Esta realidad amenaza a toda la región por ser Brasil el país que alberga dos tercios de la Amazonía. La pérdida registrada compromete el sur brasilero y también a los biomas bolivianos. La transformación responde primordialmente a la urbanización”.

En esta vorágine de destrucción, Bolivia ha llegado prácticamente al límite del punto de no retorno con un 20 % de transformación y 4 % con alta degradación. Este país tiene un 24 % de su Amazonía arrasada.

Quintanilla también critica que los discursos de los gobiernos plantean la protección de la Amazonía, pero estos ofrecimientos no se concretan. “El avasallamiento de los territorios indígenas y la no titulación son los principales problemas. Muchas de las áreas que demanda Coica como territorios indígenas no han sido atendidas. En el caso de Bolivia, desde el 2012 no ha habido avances en la titulación de territorios indígenas. La titulación es un paso importante para garantizar y no transformar más la Amazonia”.

En ese sentido, la experta de FAN dice que a través de este informe se busca visibilizar cuál es el rol de los pueblos indígenas para proteger la Amazonía y asegura que la lucha contra el cambio climático debe incluir como protagonistas a los pueblos indígenas.

Las causas de la deforestación

Este informe se presenta un año después de que más de 60 estados miembros de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) aprobara —durante su Congreso Mundial de 2021, realizado en Marsella, Francia— el compromiso de proteger el 80 % de la Amazonía para el 2025.

Ahora, el informe de RAISG indica que se requieren medidas urgentes para salvaguardar ese 80 % de la Amazonía que, en realidad, corresponde al 74 % restante —629 millones de hectáreas— que aún no han sufridos transformación ni alta degradación.

De todo este territorio el 33 % corresponde a Áreas Prioritarias Clave, el 41 % a una Baja Degradación, mientras que un 6 % restante son tierras dedicadas a la restauración (54 millones de hectáreas) de tierras con alta degradación.

Las cifras de este informe también indican que “el 66 % de la Amazonía está sujeto a algún tipo de presión fija o permanente” y especifica que en los lugares con presencia del Estado se presentan amenazas y presiones o impulsores legales, mientras que en donde la presencia estatal es débil, las presiones e impulsores de la destrucción son ilegales.

La actividad agropecuaria es —según el informe— responsable del 84 % de la deforestación amazónica, y las invasiones o avasallamientos, así como los incendios forestales están directamente relacionadas a la ampliación de la frontera agrícola, mientras que la deforestación causada por la ganadería en la selva amazónica representa casi el 2 % de las emisiones globales de CO2 anuales y la mayor parte de la ganadería en el mundo ocurre en Brasil.

La minería es otro de los drivers de la deforestación y degradación de los bosques amazónicos, una actividad presente en los nueve países y que afecta al 17 % de la Amazonía. Además, “la minería ilegal que carece de registros se está expandiendo en toda la cuenca amazónica”, precisa el informe.

La extracción de petróleo también tiene un impacto negativo en el bioma amazónico. Los cálculos de RAISG indican que el 9.4 % de la superficie Amazónica (80 millones de hectáreas) está ocupada por lotes petroleros.

Ecuador es el país donde se extrae más petróleo, pues el 89 % del crudo exportado desde la Amazonía proviene de este país. “Más de la mitad (52 %) de la Amazonía ecuatoriana es un bloque petrolero, 31 % en Perú, 29 % en Bolivia y 28 % en Colombia”, señala el informe. Además, el 43 % de estos bloques petroleros están ubicados en áreas protegidas y territorios indígenas.

Carmen Josse, directora de la Fundación Ecociencia y coautora del estudio, señala que el panel científico ha constatado que en la Amazonía el aumento de la temperatura es de 1.2 grados más, cifra que está por encima del promedio global de 1.1 grados. “Es una de las regiones con más riesgo en la tierra y con más del 90 % de especies expuestas a temperaturas sin precedentes si se ven las estimaciones de los modelos hacia el 2007”.

Josse menciona que el panel científico responsable del estudio ha advertido que estamos muy cerca de alcanzar el punto de no retorno. “Los bosques amazónicos que conocemos ya no podrán existir y serán reemplazados por otros tipos de ecosistemas que no ofrecerán los mismos servicios ecosistémicos que tenemos ahora. Es un efecto en cascada que tendría enorme impacto en el clima y, en consecuencia, en la biodiversidad, agricultura, salud y bienestar de todos los humanos”. (…)

Fuente: https://es.mongabay.com/2022/09/alerta-por-deforestacion-y-degradacion-de-la-amazonia-punto-de-no-retorno/

 Alternativas emancipatorias


¿Amazonía en el punto de no retorno?: Brasil y Bolivia

son los países con mayor deforestación y degradación de sus bosques

15 septiembre 2022

Por Ivette Sierra Praeli

(…) Las propuestas de los pueblos indígenas

“Los datos son sumamente preocupantes, estamos al borde de un colapso grave que impacta no solo a los pueblos indígenas, sino a toda la humanidad. Se está dando un aumento significativo de deforestación y relacionado con ese desbosque están las matanzas de los líderes indígenas que defienden su territorio”, señala Ángela Kaxuyana, lideresa indígena de la ​​Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña, en relación con los constantes asesinatos de los líderes indígenas.

Hace tan solo unos días, dos asesinatos impactaron en Brasil. Un primer crimen ocurrió el sábado 3 de septiembre, en el estado de Maranhao, cuando Janildo Oliveira Guajajara, miembro del grupo autodenominado Guardianes de la selva, recibió un disparo por la espalda. En el ataque otra persona resultó gravemente herida. Ese mismo día, también en Maranhao, Jael Carlos Miranda Guajajara fue atropellado por un auto y se sospecha de que se trató de un asesinato selectivo. La policía investiga si estos crímenes se relacionan con la presencia de madereros ilegales en territorios indígenas.

El informe señala que 232 líderes comunitarios indígenas fueron asesinados en la región entre 2015 y el primer semestre de 2019 por disputas por la tierra y recursos naturales. El documento también indica que en 2021, un tercio de todas las violaciones registradas en las Américas fueron contra defensores de los derechos ambientales, territoriales y de los pueblos indígenas.

“La falta de información, vuelve opaco el número real de quienes pierden hasta su vida por proteger sus territorios. La Iniciativa Amazonía por la Vida: protejamos 80 % al 2025 es una medida urgente propuesta por los pueblos indígenas en honor a los que no están y a los que quedamos, y, para frenar la muerte de nuestras familias”, dice Julio César López, Coordinador Organización de Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana (OPIAC), de Colombia, país con la mayor cantidad de asesinatos de líderes indígenas y defensores ambientales en la región y en el mundo.

Estudios científicos han demostrado que los bosques mejor conservados se encuentran en los territorios indígenas, incluso, con iguales o mayores niveles de conservación que las áreas naturales protegidas. “Esto se debe, principalmente, a la cosmovisión de más de 500 pueblos indígenas que han habitado la Amazonía por milenios”, precisa el documento.

De acuerdo con el informe, los pueblos indígenas, son más vulnerables a los impactos del cambio climático, por tanto, —señala el documento— el camino para una transición justa en la Amazonía tiene que ser liderado por ellos, quienes, a través de su conocimiento milenario, conocen sus secretos más profundos para mantener los bosques amazónicos en pie.

“Es indispensable que la política global y nacional reconozca el rol de los pueblos y territorios indígenas en la preservación de los ecosistemas más sensibles del planeta como protagonistas de las soluciones de la crisis climática que atravesamos”, menciona el documento.

En ese sentido, el informe presenta las soluciones identificadas por los pueblos indígenas para detener el punto de no retorno de la Amazonía, los mismos que deben estar sujetos a un llamado a la comunidad internacional.

“Debemos contar con un plan de acción porque a los pueblos indígenas los están asesinando, encarcelando, contaminando. Este plan de acción vamos a presentarlo a los gobiernos en la próxima Cumbre Climática Global que se realizará en Egipto y en la Cumbre de Biodiversidad en Canadá”, señala Gregorio Díaz Mirabal, coordinador general de Coica.

Las propuestas para frenar la deforestación amazónica contempla el reconocimiento inmediato de los territorios indígenas que ya están identificados, así como la asignación de recursos para fortalecer la gestión territorial, además, se sostiene que más de la mitad de la Amazonía tiene que entrar en un régimen de gestión territorial para que se pueda preservar toda la región.

En ese sentido, el informe presenta las soluciones identificadas por los pueblos indígenas para detener el punto de no retorno de la Amazonía, los mismos que deben estar sujetos a un llamado a la comunidad internacional.

“Debemos contar con un plan de acción porque a los pueblos indígenas los están asesinando, encarcelando, contaminando. Este plan de acción vamos a presentarlo  a los gobiernos en la próxima Cumbre Climática Global que se realizará en Egipto y en la Cumbre de Biodiversidad en Canadá”, señala Gregorio Díaz Mirabal, coordinador general de Coica.

Las propuestas para frenar la deforestación amazónica contempla el reconocimiento inmediato de los territorios indígenas que ya están identificados, así como la asignación de recursos para fortalecer la gestión territorial, además, se sostiene que más de la mitad de la Amazonía tiene que entrar en un régimen de gestión territorial para que se pueda preservar toda la región.

Para lograrlo se propone la titulación de alrededor de 100 millones de hectáreas que aún están en disputa; la definición de una política forestal y de zonificación que permita la creación de áreas intangibles, sin carreteras y sin actividades extractivas; la restauración de tierras degradadas; la creación de reservas indígenas o áreas protegidas cogestionadas; una moratoria inmediata sobre la deforestación y degradación industrial de todos los bosques primarios.

También proponen, entre otras acciones, detener los impulsores de la deforestación actual y futura, y una condonación de la deuda externa de los países amazónicos. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), para el 2021, la deuda bruta de los gobiernos es del 78 %, en promedio, del PIB regional y representa el 59 % de sus exportaciones de bienes y servicios. Los pueblos indígenas también solicitan que el sector financiero se comprometa a garantizar el cumplimiento de sus derechos y a poner fin a la deforestación en todas las cadenas de suministro que financian.

“Si no planteamos una solución y no invitamos a los gobiernos, los aliados, y todos los que están realizando alguna actividad en la Amazonía, creo que no vamos a lograr defenderla como lo estamos planteando. Estamos ante un problema en todo el planeta y los pueblos indígenas quieren ser protagonistas de la solución”, precisa Diaz Mirabal.

Fuente: https://es.mongabay.com/2022/09/alerta-por-deforestacion-y-degradacion-de-la-amazonia-punto-de-no-retorno/

Atendamos a la Nueva red de articulación internacional: Pueblos contra el extractivismo.

MANIFIESTO

15 de mayo de 2025

La apropiación y mercantilización corporativa de los territorios y la naturaleza se está expandiendo en términos sectoriales, geográficos y políticos.

Los megaproyectos extractivos vinculados a la explotación de minerales fundamentales, el desarrollo de grandes polígonos de energías renovables, macrogranjas agroindustriales, agronegocios y gigantescas infraestructuras de todo tipo adquieren un gran protagonismo como espacios preferentes para la acumulación de capital. Asimismo, las iniciativas clásicas de extracción minera e hidrocarburífera mantienen su carácter estratégico para el sostenimiento de la dinámica capitalista.

El capitalismo define una relación mercantilista y de explotación de la naturaleza, al mismo tiempo que es incapaz de resolver las crisis energética, sanitaria, ecológica y socioeconómica que afecta principalmente a las clases populares de todo el mundo. Se trata de una etapa neocolonial y rentista del capitalismo donde la expoliación de la naturaleza a través del extractivismo, el poder corporativo y la militarización lideran una auténtica ofensiva sobre los distintos territorios, sobre todo en los países periféricos y semiperiféricos. A la base, existe una creciente disputa por los suministros de energía y materiales, que, en suma, continúan alimentando un consumo insostenible principalmente del norte, cuya base es la explotación de los recursos naturales que destruye los hábitats y beneficia exclusivamente a unas reducidas élites económico-políticas a escala global, nacional y local.  

Los hidrocarburos y las materias primas clave para el desarrollo de los rubros de este renovado capitalismo verde militar y digital se concentran en localizaciones específicas, generalmente fuera de las fronteras de los Estados centrales con lo que, en la práctica, solo se trata de incentivar el extractivismo y en concreto, a las grandes empresas mineras del mundo a explotar todo cuanto sea necesario para cambiar la fuente principal de recursos energéticos. Mientras, el discurso hegemónico disfraza esta fiebre extractivista bajo conceptos como neutralidad climática, transición verde y digital o en pactos políticos al estilo del Pacto Verde Europeo o Green New Deal que solamente pinta de verde la voracidad del capitalismo.

Esta transición verde y digital solo ahonda en las desigualdades sociales a escala planetaria, al mismo tiempo que apuntala una matriz energética extractivista y acelera la superación de los límites biofísicos del planeta.

Además, en términos geopolíticos, incrementa aún más el poder de las empresas transnacionales, azuza el régimen de guerra y profundiza en esta ofensiva neocolonial. De ahí que las grandes potencias se estén disputando el acceso y el dominio de las cadenas de suministros necesarios para sus economías, poniendo al servicio de esta estrategia un conjunto de dispositivos económicos, diplomáticos y militares. Sus intereses se despliegan a través de la firma de tratados de libre comercio e inversión, que vienen a constatar el modus operandi habitual de la globalización capitalista: mientras se promete todo tipo de beneficios sociales, laborales y salvaguardas ambientales para los países firmantes, estos no solo no revierten positivamente en las mayorías sociales, sino que, sus efectos les son devueltos en forma de graves impactos socio ecológicos. Al mismo tiempo, proliferan los acuerdos sobre energía y materias primas a escala bilateral y regional, que solo nutren las cuentas de resultados de élites y grandes corporaciones, mientras esquilman a la clase trabajadora y a los pueblos. La militarización y consolidación del estado de guerra en muchos territorios estratégicos es ya una realidad palmaria dentro de esta ofensiva neocolonial.

La minería a pequeña o gran escala tiene consecuencias irreparables en términos de daños a la superficie de la tierra, la contaminación del aire, contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, impactos sobre la flora y fauna y el desplazamiento de comunidades de sus territorios de origen mediante una violencia que solo replica la lógica colonizadora.

Generalmente las actividades extractivas se hallan en zonas de alta sensibilidad ecológica como páramos, pampas, llanuras, mares, bosques, cuencas altas, nacimientos de fuentes de agua, además de lugares que son la base de una economía agro-productiva de largo plazo y donde los daños provocados terminan afectando la producción de alimentos de la población rural y urbana. El desarrollo de la megaminería, la industria petrolera o el agronegocio, significa continuar con la historia de saqueo de territorios y la imposición de no producir nuestros alimentos en el marco de la soberanía alimentaria sino al contrario favoreciendo a las grandes cadenas de producción alimentaria.

Si la transición ecosocial es necesaria e inevitable, ésta debe sostenerse sobre una perspectiva de clase, popular y democrática, que decida el qué, el quién y el cómo avanzar en la misma. El extractivismo, como brazo fundamental del modo de producción capitalista, basado en la explotación intensiva y devastadora de la clase trabajadora, campesina y la madre tierra, genera graves impactos sociales, económicos, culturales y ambientales en las comunidades y territorios en todo el mundo. En este contexto, la autoorganización social y popular se convierte en una herramienta fundamental para la defensa de los derechos territoriales, la justicia ambiental y la construcción de una propuesta ecosocial alternativa que confronte al embate extractivista y su engranaje jurídico, político y empresarial. Es hora de pensar otros futuros posibles más allá de este modelo de vaciamiento y despojo.

Frente al avance del enfoque privatizador y extractivista, desde las clases populares, campesinas e indígenas, existen otras formas de generar riqueza en nuestros territorios donde preexiste una enorme riqueza étnica y cultural, con potencialidades propias y respetuosas con la naturaleza.

Abrir paso a otras formas de organizar la economía y la vida en común no pasa por delegar en los Estados aliados con el poder corporativo, ni por confiar en la buena voluntad de los propietarios de las grandes fortunas. Los límites mostrados por la acción de los gobiernos progresistas y los acuerdos interclasistas son más que evidentes, por lo que es necesario ir más allá: rearticular espacios globales, nacionales y locales protagonizados por organizaciones populares que fortalezcan una dinámica de conflicto y confronten explícitamente la hegemonía de las élites político-empresariales.

Sigue siendo clave una solidaridad internacionalista que articule a las comunidades en lucha y los pueblos en resistencia para enfrentar el orden capitalista, heteropatriarcal, colonial y ecocida.

La única salida justa de la crisis será con los pueblos y la lucha popular en defensa de los territorios frente al poder corporativo, fortaleciendo propuestas alternativas y redes contrahegemónicas transnacionales que exijan y hagan efectivos los derechos de las mayorías sociales. En ese sentido, la idea de poder articular las luchas de los pueblos nace como luz para generar organización popular internacionalista y continuar las luchas territoriales uniendo esfuerzos y así cualificar y amplificar la lucha contra el extractivismo en todas sus formas, como uno los sectores de la lucha social más activos y que pone énfasis en las contradicciones del capitalismo.

La propuesta fundamental es la creación de una Red Internacional de los Pueblos contra el extractivismo, de carácter anticapitalista, antipatriarcal, anticolonial y por una justicia climática, cuya finalidad sea:  

1) Plantear estrategias comunes de lucha frente a las empresas extractivistas transnacionales. Éstas son el enemigo común frente al cual podremos responder con mayor impacto y fuerza desde este espacio internacionalista.

2) Conformar la unión de organizaciones populares que luchamos en contra de la minería y el extractivismo en todas sus formas, comprendiendo que estas son consecuencia directa de las dinámicas capitalistas a escapa mundial. Partimos de la idea que no es posible luchar contra los efectos sin luchar contra las causas que están a la raíz del modelo económico que permite e incentiva todo tipo de relaciones de opresión, neocolonización y expoliación.

3) Plantear la defensa del planeta, la vida presente en la flora y fauna, desde una óptica radicalmente de clase, de los pueblos oprimidos y en especial, aquellos que enfrentan las peores consecuencias ambientales y sociales de este sistema depredador.

Concretamente hacemos un llamado a todos los pueblos hermanos que nos encontramos luchando por un mundo nuevo, a unir nuestra voz de esperanza y articularnos a través de esta gran Red internacional. Para lo cual, de forma determinada los primeros pasos sean:

–    Identificar en cada uno de nuestros países las luchas afines y articularnos con firmeza en la creación o fortalecimiento de alianzas amplias con organizaciones sociales, políticas y sindicales como un objetivo clave de la Red.

–    La apuesta por un internacionalismo ecoterritorial, pegado a redes comunitarias

–    El rechazo activo a las lógicas bélicas y neocoloniales de expoliación e invasión.

–    Una composición diversa, enraizada en las luchas populares y que mire más allá de las fronteras estatales como único marco posible de acción política.

Para seguir profundizando en todo esto, convocamos a las organizaciones de base, pueblos en lucha y distintas resistencias antiextractivas a un encuentro internacional en el que se presentará esta articulación global, coincidiendo con la Cumbre de los Pueblos que tendrá lugar en noviembre de 2025 en Belém (Brasil).

Es así como nos autoconvocamos por un mundo en crisis ecológica y social

https://www.facebook.com/profile.php?id=61575730814333

contacto@antiextractivismo.org

Fuente: https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2025/05/15/nueva-red-de-articulacion-internacional-pueblos-contra-el-extractivismo/

Qué Democracia

Legalidad-legitimidad de la gran burguesía/ Bloqueo de la lucha de clases/ Alternativas emancipatorias

Legalidad-legitimidad de la gran burguesía

 Bloqueo de la lucha de clases

Lo cierto es que Argentina, más allá de los discursos o la firma de acuerdos y compromisos para atemperar las causas del Calentamiento Global y cuidar los bienes naturales y sus funciones, hace realmente muy poco en esa dirección, tanto que las Naciones Unidas han colocado a nuestro país entre los que más descuidan su “elemento estratégico” por excelencia: el AGUA.

Desde nuestra Campaña y limitados por la pandemia, fuimos recorriendo un camino de casi cuarenta Conversatorios y Cabildos Abiertos virtuales, analizando y reconociendo posibles maneras de ver e interpretar nuestras relaciones con la vida, con los otros seres de la naturaleza y específicamente con el AGUA. Allí pusimos en discusión las estrategias más aptas para socializar la problemática y construir consensos sociales capaces de promover cambios sustantivos en las conductas hacia una defensa efectiva del AGUA.

Entre todes, quienes arrancamos y quienes nos fuimos sumando desde diferentes rincones de la Argentina, llegamos a la conclusión de que la “Iniciativa Popular” sería una herramienta constitucional dinamizadora hacia esos objetivos y nos pusimos a trabajar en la redacción de un proyecto de Ley y sus fundamentos a fin de someterlos a la consideración popular. Nuestro objetivo principal no es un diálogo con la dirigencia política que está sentada en el Congreso de la Nación sino con un pueblo que necesita empezar a vislumbrar y fortalecer esperanzas para luchar. Además, que esas luchas puedan encontrarse y potenciarse. Queremos proteger la vida, para todas las vidas y el agua puede ser lo que nos une, porque Somos Agua.

En concreto, estamos necesitando renovar esa legitimación que nos impulsó y nos sostiene desde el inicio de la Campaña y al mismo tiempo nos volvemos a convocar a ser parte activa en este debate tan necesario para nuestra sociedad que no podemos obviar. Un proceso que debe ser transparente y genuino para reflejar con toda fidelidad la voluntad popular que nos trajo hasta aquí.

Por todo lo expuesto, quienes acompañamos con nuestra firma el lanzamiento de la primera Campaña (colectivos, organizaciones, personas) nos convocamos y convocamos a construir, en este año electoral, LA OTRA CAMPAÑA “LA DEFENSA DEL AGUA PARA LA VIDA” para concientizar nos, debatir y resolver sobre los problemas y las alternativas que proponemos. NOS MOTIVA acordar y articular a nivel nacional una CAMPAÑA (de difusión e información) hacia una “INICIATIVA POPULAR” EN DEFENSA DEL AGUA PARA LA VIDA.

AHORA QUE FINALIZARON LAS ELECCIONES

Ahora, que de una vez por todas han finalizado las elecciones legislativas en las que vivimos el remake renovado de candidatos y candidatas del tren fantasmagórico electoral, podremos ya afirmar con certeza que los pasillos oscuros del Congreso Nacional y las Legislaturas Provinciales representan sólo laberintos sin salida en los que gran parte del pueblo ha dejado de creer.
Ahora que el carruaje se volvió calabaza y que la imagen que nos devuelve el espejo es la de un país cada vez más saqueado y endeudado con un pueblo mucho más empobrecido aún, tendremos que admitir definitivamente que nos han declarado públicamente una guerra asumiendo que estamos completamente indefensos y desorganizados para enfrentarla.
Ahora que lo dicen sin tapujos, sabemos firmemente que vienen por profundizar el saqueo de nuestros territorios, con ley o sin ella, con decretos o de hecho, porque en realidad, cuentan con todo el poder real para hacerlo. Es decir, lo que en la jerga del mercado se diría un país atendido por sus propios dueños.
Ahora que descubrimos que en Argentina hay pueblos originarios, a los que el poder invisibilizó y cuando ya no pudo seguir haciéndolo los autopercibió extranjeros o truchos. Ahora que asistimos a su nuevo exterminio porque se encuentran ubicados en el punto justo de su mapa de saqueo, podremos revisar de una vez por todas nuestra mirada y ser parte de su resistencia, que en realidad es la nuestra: no convertir nuestro país en tierras de sacrificio.
Ahora que vimos que Scott Bessen es nuestro Ministro de Economía y el Comando Sur de los Estados Unidos nuestro ejército, en otras palabras, que volvimos a ser oficialmente colonia, está claro que habrá que retomar algo más que el Cruce de los Andes para defender nuestra bandera y lograr nuestra segunda independencia.
Ahora que vimos que los Yanquis han desembarcado totalmente en nuestras playas podremos volver a colocar el mapa de Argentina en el de Latinoamérica, reconocernos hermanos y hermanas de la lucha por la autodeterminación de los pueblos venezolano, nicaragüense y cubano a los que el Imperio no ha dejado de atacar mientras calla selectivamente el sufrimiento de los pueblos de Paraguay, Perú, El Salvador o Ecuador por poner sólo algunos ejemplos de los que siguen servilmente sus recetas, listado en el que dolorosamente debemos apuntar a nuestro pueblo que no ha dejado nunca de ser criminalizado para evitar su resistencia.
Ahora que millones de argentinos no fueron a votar o los que fueron a votar sienten el sabor amargo de haberlo hecho sin convicción, puede ser que sintamos de una vez por todas que llegó el momento de recuperar nuestras más grandes historias de lucha. Porque, aunque quisieron así decretarlo, el tiempo demostró que la historia nunca tiene fin.
No suena complejo, al menos frente a la realidad que vivimos que sí lo es. Sólo hace falta que se prenda nuestra mecha de dignidad para rescatar del olvido los mejores sueños de nuestro pueblo.
Los sueños que permitirán transformar la realidad que vivimos y dibujar un horizonte soleado para los niños y niñas que crecen en nuestras tierras y los que serán llamados a crecer en el futuro de una patria grande y soberana.

Fuente: https://www.facebook.com/share/p/16uBp6t4UD/

  

Alternativas emancipatorias 

Entrevista a Carlos Walter Porto-Gonçalves

“Estamos ante un otro léxico teórico-político de lucha y de la izquierda”[1]

-Revista Crítica y Resistencias: ¿Cómo lees la situación actual respecto de los desplazamientos y cambios en el campo de las luchas y resistencias populares en Nuestra América?

Carlos: Para entender un poco lo que pasa hoy, en cierta forma, hay que preguntarse cuándo empieza “el hoy”, cuándo empieza ese momento que llamamos “el hoy”. Esta primera cuestión supone, al menos, un ejercicio de periodización. En ese sentido, pienso que nosotros en América Latina atravesamos un momento muy original de luchas sociales, sobre todo desde los ‘90, y esto nos ayuda a entender un poco la situación actual. En ese momento podemos ubicar el inicio de la emergencia de ciertos movimientos que, en mi opinión, fue posible en el marco de una crisis mundial, marcada por la caída del Muro de Berlín. Lo que aquí nos interesa es que la caída del Muro significó un avance y profundización de la perspectiva neoliberal que afectó a todos, pero que generó un problema particular para lo que podemos llamar como “izquierda tradicional”[2]. Este reto para la izquierda tradicional, paradójicamente, coincide con un momento de gran ascenso de los movimientos en América Latina.

Podemos nombrar algunas manifestaciones de estos cambios si miramos, por ejemplo en Ecuador, a Humberto Cholango[3] cuyo liderazgo entre las luchas campesinas de los años ‘70 y ‘80 se construyó a partir de su figura como sindicalista. Luego de la crisis de los ´90, él empezó a reconocerse y presentarse ya no como sindicalista sino como indígena. Para él, antes de los ´90, era una imposibilidad epistémica y política nombrarse como indígena y luchar como indígena por el territorio.

Entonces aquí tenemos unos profundos cambios: la «lucha por el territorio» no implica solamente la lucha por la tierra. Es que la tierra es más que un medio de producción: es fuente de vida, de ahí sacamos la comida, las medicinas, etcétera. Hacemos eso con la naturaleza y la tierra. Esto representa una ampliación de la “lucha por la tierra” en la medida en que se pone en juego un sentido de estar en la tierra. Por eso hablamos de territorio y territorialidades[4]. Este tipo de ampliaciones en las identidades, las demandas o sentidos de la lucha representa un fenómeno muy rico cuya emergencia fue concomitante, justamente, con esta crisis de la izquierda tradicional.

Y es este camino lo que nos lleva a entender el momento actual. Creo que se trata de un momento paradójico porque no es un momento de crisis del pensamiento crítico en América Latina, sino que se trata de un momento de crisis de una cierta arista o cuestión del pensamiento crítico. Es decir, eso que está en crisis no es el pensamiento crítico como tal, sino una determinada perspectiva dentro del pensamiento crítico, profundamente hegemonizada por el pensamiento de la izquierda eurocéntrica. Me parece que, para hablar de cuándo comienza “el hoy” de las luchas y movimientos en resistencia en la región, esta cuestión es sumamente importante: mientras en el resto del mundo se decía que la izquierda estaba en crisis, en la América Latina de los `90, en cambio, tenemos un escenario de grandes rebeliones y grandes movilizaciones. Entonces, lo que estaba en crisis no es la izquierda, sino una forma específica de la izquierda.

CyR: Entonces, respecto de eso que llamas izquierda “tradicional o eurocéntrica”, ¿qué nuevos sentidos o claves traen estas luchas en nuestra región?

Carlos: Tomemos como referencia dos momentos, dos de las grandes marchas que ocurren en América Latina: una, en Ecuador[5]; otra, en Bolivia[6]. Ambas tenían la misma consigna: «Lucha por la vida, por la dignidad y por el territorio».

Lo que aparece aquí es -antes que un nuevo- un otro léxico teórico-político de lucha.

No es “Igualdad, Libertad y Fraternidad”, cuya matriz es más eurocéntrica. Es una lucha por “la vida, por la Pachamama, por la tierra”, y por todo lo que implica “la vida”, incluso nosotros como hombres y mujeres. Pero, además, aparece en el lenguaje de las resistencias una lucha por «la dignidad», que implica un reclamo hacia el respeto de la condición de un otro que fue negado por la colonialidad de la modernidad que quiso civilizarlo, evangelizarlo y después desarrollarlo según los diferentes momentos de la moderno colonialidad. De una manera sintética, la dignidad implica que se respete como soy, soy digno de ser lo que soy, y por tanto, implica respetar nuestras diferencias: soy indígena, por ejemplo, o soy campesino, y eso no descalifica mi condición de ser hombre o mujer. Por eso la dignidad es la condición previa para la igualdad y para la libertad.

La lucha por la dignidad supone también una lucha por el territorio, porque la dignidad no es una cosa abstracta, necesita de unas condiciones materiales donde expresarse y manifestarse. De la misma manera, la lucha por la cultura es material necesariamente, no es un conjunto de símbolos solamente. Si así lo pensamos, caeríamos en esa trampa del pensamiento eurocéntrico que es separar lo material de lo simbólico. Nosotros nos apropiamos de aquello que hace sentido, que tiene significado; por lo tanto, no hay apropiación material que no sea al mismo tiempo simbólica. Tal separación es inexistente, y así lo es también la lucha por la dignidad y la lucha por el territorio, como expresión material de esa dignidad. Entonces me parece que estas experiencias nos dibujan un nuevo horizonte teórico-político para la lucha, un nuevo horizonte de sentido por la vida. Estos son los sentidos de las resistencias presentes en las luchas que mencionamos en Bolivia y Ecuador. (…)

-CyR: Introdujiste una cuestión que creemos muy importante para caracterizar el mapa y las dinámicas de las luchas actuales: «la autonomía». ¿Cuál crees que es el lugar que ocupa la autonomía en este otro léxico político de lucha que se está creando? ¿Cuáles crees que son las disputas o tensiones alrededor de esta idea y alrededor de la práctica misma de la autonomía?

Carlos: Hay muchas, muchas tensiones. Ya en el debate interno al campo de los autonomistas hay muchas cuestiones que debemos enfrentar, y yo me considero dentro de ese campo.

Primero, hay algo que no nos gusta mucho de oír: no hay autonomía absoluta. Toda autonomía es dependiente. Observemos esto: todo ser vivo, al mismo tiempo, tiene huecos en su cuerpo (sus ojos, sus narices, sus orejas) y necesita del mundo. Por lo tanto, incluso la autonomía del propio cuerpo depende del afuera, de otro. Ninguna autonomía es absoluta, nunca, ninguna comunidad y ningún lugar es y será absolutamente autónomo. Más bien, toda autonomía es dependiente.

Desde esta perspectiva, resulta mejor pensar en un juego de tensión dialéctica entre autonomía o dependencia, que se define a partir del lugar en donde se pone el acento: si está en la autonomía, o si está en la dependencia. Esta tensión nunca se resuelve de manera teórica: y no es sólo que se resolverá en términos prácticos, sino que, además, nunca se resolverá definitivamente. De ahí que la búsqueda de la autonomía implica un proceso de lucha permanente para resolver esa relación entre autonomía y dependencia. Por lo tanto, no debemos nunca desplazar de nuestra atención esta cuestión, que es una cuestión teórico-política.

Eso nos obliga a abrir nuestros ojos, a no engañarnos a nosotros mismos, y observar los cursos que está siguiendo el autonomismo para no acabar acentuando un esencialismo que da pie a la crítica injusta y degradación sobre la idea.

CyR: En esta forma que propones de pensar y practicar la autonomía, ¿cómo interviene la cuestión del Estado?

Carlos: Si consideramos que hay que pensar la autonomía en tensión con formas de heteronomía, la forma más concreta y especializada de heteronomía es el Estado. El Estado es la forma heterónoma de organización del poder en la sociedad moderna. Tenemos que pensar la autonomía con y en contra de eso.

Y el Estado nos toca, nos atraviesa permanentemente. Tenemos un documento de identidad nacional, y el Estado está ahí. Entonces es absurdo pensar que no nos toca el Estado. Todos estamos atravesados por esta forma de organización del poder, queramos o no queramos. Podemos conformarnos con esa forma de poder o podemos estar tensionándola, disputándola. Y de eso se trata ponernos en el campo del desafío de la autonomía/heteronomía: nunca debe ser un debate abstracto -como decía antes. La dependencia al Estado y a su forma de organización del poder es uno de esos campos concretos desde donde resolver -siempre momentáneamente- la tensión de la autonomía/heteronomía.

En este punto, siempre amplío el debate trayendo algunas discusiones sobre la configuración espacial del Estado, esto es, el Estado y su dimensión territorial. Esta cuestión parece que ha quedado por fuera de los debates de la teoría política.

Hablar de Estado territorial significa que el territorio “natural” del Estado, su base territorial, como diría la ciencia política, es siempre el producto de un debate político. Las fronteras, los límites de ese territorio son políticos, no naturales. El término frontera viene de una expresión militar, “front”, que hace referencia al espacio en disputa entre dos fuerzas de lucha. Aquel que vence en la guerra, en la conquista, hace de la zona de “front” una frontera, y entonces, tiende a hacer de la frontera una cuestión “natural”. Nosotros decimos que el río Uruguay, separa Brasil de Argentina. El río Uruguay no nos separa, al contrario, nos une. Sucede que escogieron el río Paraguay, el río Uruguay, la sierra tal, el monte tal, para hacer frontera. Pero no fue el monte en sí mismo, no fue el río, no fue el lago; no existe frontera natural, pues las fronteras son esencialmente políticas.

Siempre me gusta recordar que la palabra «límite» viene del griego y es una palabra relacionada al mundo de la «polis». Después se comienza a utilizar el término ciudad-polis a lo que estaba contiguo al límite, será la muralla que separa la ciudad del campo, ese es el origen griego del término. Y política para el griego es «el arte de definir límites», recuperó el sentido original.

La configuración de un Estado territorial es en sí mismo un fenómeno político, no natural. Sin embargo, si yo pregunto, “¿Tu eres natural de dónde?”, tú dices “De argentina». ¿Cómo puedes ser natural de algo que no es natural? ?¿Cómo es que eso  se naturaliza? Es que esto tiene que ver con la idea del Estado-nación: un Estado en donde nacer es una condición natural. Sí, nacemos biológicamente; pero el territorio donde tú naciste no es nada natural, sino que es una configuración política.

En general, la ciencia política ha tirado a la basura la consideración de este proceso en el que el Estado configura políticamente su territorio, y en eso, va incluyendo a su interior múltiples otras territorialidades que le pre-existían: las territorialidades de las comunidades campesinas, las de las comunidades indígenas. Esas territorialidades existen hoy y configuran diferentes maneras de organizar la vida, y en consecuencia, diferentes comunidades acaban configurando diferentes formas territoriales.

Pero el territorio que configura el Estado nación naturaliza e iguala a partir de una idea de «argentinos», de «brasileros» o de «franceses». Hoy naturalizamos la idea de que nacemos en Argentina y somos todos argentinos; pero sucede que no todos los argentinos son iguales, no todos somos parte y nos identificamos con un mismo territorio. En la misma Argentina hay, por ejemplo, comunidades campesinas o comunidades indígenas viviendo en la ciudad, en un espacio políticamente definido como lo es “lo urbano”.

El Estado nación se crea a partir de la delimitación política de un territorio, y por ello, porque esa delimitación es política, implica que se subsumen y opacan otras territorialidades. A esto llamamos una cuestión colonial interna al Estado, una colonialidad del poder que al mismo tiempo es una colonialidad del saber que descalifica al otro saber campesino o indígena. Por eso existe un epistemicidio que significa, asimismo, un desperdicio de las experiencias creativas de la humanidad. Algunos quieren hablar de un memoricidio porque implica también que la memoria de eso también pereció.

Insisto en esto porque, si consideramos que esos Estados territoriales se formaron primero en Europa, allí nace esa forma geográfica de organización del poder, y en este sentido no podemos dejar de hablar de que ese Estado se formó en contra del campesinado. Tengamos en mente una Europa en la que eran más intensas las luchas campesinas a un nivel local entre señores, siervos y campesinos; y, en un determinado momento, esos señores feudales empiezan a articularse y crean una especie de Señorío Centralizado que es una Monarquía Centralizada. Y así aparece el Estado Absolutista en la literatura o en la historia de la ciencia política[9].Pero, ¿cómo es que se forma? Son esas élites locales abdicando en parte su poder para construir una sola fuerza en el orden nacional. De más está decir que esa fuerza no era precisamente nacional, sino una fuerza territorial para combatir al campesinado, y que por eso descalifica a todo lo que es local, porque la fuerza del campesinado es local, es un saber local. El campesinado no es “nacional”, sino «regional»; no tienen “cultura”, tienen “folclore”;  no tienen “lengua”, tienen “dialecto”; no son pueblos, son “etnias” o “tribus”.  Todos estos conceptos están atravesados por prejuicios, preconceptos.

El territorio estatal que surge es siempre una estructura jerárquica. Desde la ciencia política tratan muy bien esta cuestión de la estructura jerárquica de la organización estatal, pero ya vemos que el Estado nacional -aun cuando se proclame como la unidad mínima de respeto en la comunidad internacional- es territorialmente jerárquico porque ignora y atenta contra las múltiples nacionalidades y territorialidades. Por si fuera poco, el Estado tiene una ciudad «capital» que también es otra marca de esa dimensión jerárquica, que supone una distribución asimétrica entre la capital y el resto del territorio, de la red urbana, o respecto de las redes locales. En esa trampa estamos, y no podemos olvidarla. La propia estructura del Estado territorial es una estructura jerárquica que anula lo local. (…)

Crítica y Resistencias. Revista de conflictos sociales latinoamericanos

N° 2. Año 2016. ISSN: 2525-0841. Págs. 210-221

http://criticayresistencias.comunis.com.ar

Edita: Colectivo de Investigación El Llano en Llamas

Fuente: https://www.criticayresistencias.com.ar/revista/article/view/80/160

Rebeldías Resistencias. El Común y Otras Luchas.

17 de agosto 

Palestina es la cuestión moral de nuestro tiempo porque el abuso de los palestinos es el síntoma más evidente de la enfermedad imperial. Usted puede ver los efectos de la dinámica abusiva del imperio en cómo está jugando fuera, desde el racismo al colonialismo al militarismo a la especulación de la guerra a la propaganda mediática masiva a la construcción del imperio a la corrupción del gobierno a la supresión de la libertad de expresión al ecocidio a los despiadados, sin sentido, devoradores del alma la naturaleza del sistema capitalista bajo el que todos vivimos.

Pero hay más que eso. La razón principal para colocar a Palestina al frente y al centro como el problema moral de nuestro tiempo es porque si no podemos ordenar la moralidad de un genocidio activo respaldado por nuestros propios gobiernos occidentales, no vamos a ser capaces de resolver nada más. Detener el holocausto de Gaza y hacer justicia a los palestinos es el primer paso hacia una civilización sana.

Palestina es la cuestión moral de nuestro tiempo por la misma razón que si vieras a alguien en tu familia torturando a otro miembro de tu familia hasta la muerte, sería el asunto más urgente que sucediera en tu vida en ese momento. Tendrías otros problemas en tu vida, pero eso iría primero.

Si somos el tipo de sociedad que permitiría que un genocidio transmitido en vivo tenga lugar con el apoyo de nuestro propio gobierno y sus aliados, entonces no somos el tipo de sociedad que puede alejarse de su trayectoria hacia la distopía y el armagedón. Si eres el tipo de individuo que permitiría que un genocidio transmitido en vivo tenga lugar con el apoyo de tu propio gobierno y sus aliados, entonces no eres el tipo de persona que puede ayudar a alejar a nuestra especie del desastre.

Gaza no es lo único que importa en el mundo. Pero si no te estás oponiendo enérgicamente al holocausto de Gaza, definitivamente no tienes una conciencia lo suficientemente sana como para abordar cualquiera de los otros problemas del mundo.

A veces veo que los partidarios de Israel se refieren al sentimiento pro-Palestino como «señalización de la virtud», lo que es gracioso porque significa que se ven a sí mismos como manteniendo una posición impopular e invirtuosa. Pero en realidad no hay nada particularmente virtuoso en apoyar a Gaza, y no es una cosa genial y especial que quieras señalar sobre ti mismo. Es lo que haces cuando no eres una persona extremadamente mierda. Es la expectativa básica y mínima de la moralidad humana normal.

No quiero ser amigo de nadie que no se oponga al holocausto de Gaza. No quiero seguir a ningún comentarista o analista que no hable en contra del holocausto de Gaza. En este punto ni siquiera quiero escuchar música o leer poesía de gente que no toma una postura contra el holocausto de Gaza. Desde 2023 he pasado de rechazar a cualquiera que se uniera activamente a Israel a rechazar a cualquiera, incluso cómplice de su silencio.

El otro día vi a una influencer australiana tratando de afirmar con fuerza que es okay no tomar una posición sobre Gaza, y nadie en sus respuestas lo estaba creyendo. Apoyar a Israel y alinearse con la política exterior de EE. UU. viene con una gran cantidad de beneficios profesionales para personas de alto perfil, y no puedes disfrutar de esos beneficios y también mantener a la gente ética interesada en lo que tienes que decir. No se puede tener de las dos maneras. Tienes que elegir entre las ventajas y la gente. Realmente lo haces.

La oposición al holocausto de Gaza es el primer paso para evaluar si alguien vale la pena mi tiempo. Si ni siquiera puedes cumplir con la expectativa básica y mínima de oponerte a un genocidio activo, entonces eres demasiado insensible y apático para ser mi amigo. Si ni siquiera puedes hacer bien esta básica pregunta moral a nivel de jardín de infantes, entonces tu mente es demasiado superficial y tu corazón demasiado endurecido para que yo esté interesado en tu análisis, tus ideas, tu política o tu arte.

Hay tantas cosas terribles en nuestro mundo, y hay tanto trabajo que hay que hacer para abordarlas. No sé qué ideas, estrategias y movimientos nos sacarán de este lío, pero sí sé que, si alguno va a surgir, van a venir de la gente que ha estado tomando una postura firme contra Israel y sus aliados occidentales estos dos últimos años. Esos son los individuos, movimientos y facciones políticas a prestar atención a seguir adelante. Nadie más está equipado para ayudar.

De Caitlin Johnst.

Qué Trabajo

Expropiado y explotado por burguesía / Ecocida y genocida /
Alternativas emancipatorias

Expropiado y explotado por la burguesía

El sindicalismo de clase
prepara una huelga general en Italia
contra los presupuestos de guerra

28 de octubre de 2025

Por Javier Guijarro | nuevarevolucion.es

Posición Acrata

Autodefensa anarquista:
cuando la ofensiva es defensa

Decir que toda acción ofensiva de los pueblos es autodefensa no es un juego de palabras. Es afirmar que la violencia de abajo nunca es primera, nunca es gratuita, nunca es caprichosa. La violencia originaria, la que inaugura todas las demás, es la del despojo, la de la conquista, la de la propiedad privada, la del Estado que se erige para garantizarla y la del capital que la convierte en sistema.

Desde ese momento fundacional, los de arriba levantaron ejércitos, policías, prisiones y fronteras para mantener sus privilegios. Moldearon leyes, religiones y discursos para convencernos de que su violencia es “orden” y la nuestra “crimen”. Pero la verdad es sencilla: siempre que los de abajo se rebelan, lo hacen respondiendo a un ataque previo del poder.

El hambre no es un accidente: es una política. La represión no es un exceso: es un método. El desalojo, el despojo, la explotación laboral, la violencia patriarcal y racista, el saqueo ambiental: cada una de estas violencias institucionales son ofensivas permanentes contra nuestras vidas. Frente a eso, resistir no es una opción: es un derecho elemental.

Los poderosos quieren trazar una línea entre “defenderse” y “atacar”. Nos dicen que resistir es legítimo, pero que pasar a la ofensiva es “terrorismo”. Ese límite es una trampa: aceptar la autodefensa solo como aguantar golpes es aceptar la derrota. Una comunidad que recupera tierras del latifundio, una fábrica ocupada tras un cierre patronal, un pueblo que levanta barricadas contra el tarifazo: ¿atacan o defienden? Defienden su existencia y su dignidad. La ofensiva popular no es lo opuesto a la autodefensa: es su forma más consecuente.

La historia confirma esta verdad: París 1871 con la Comuna, España 1936 contra el fascismo, Argentina 2001 con el pueblo en las calles, el EZLN en 1994 levantándose por la vida, Chile 2019 contra el saqueo neoliberal, Palestina hoy frente al genocidio. Siempre que los pueblos avanzaron, lo hicieron porque defenderse pasaba por tomar la iniciativa. La autodefensa se volvió organización, y la organización, creación de nuevas formas de vida.

El anarquismo no glorifica la violencia, sino que desnuda su origen. Como decía Malatesta, la violencia es legítima no solo frente a la agresión inmediata, sino también contra las instituciones que sostienen la esclavitud. Sartre lo resumió con claridad: la violencia del pueblo siempre es contraviolencia. El Estado pretende monopolizarla, pero como mostró Gramsci, su violencia se extiende también a la escuela, la iglesia, la familia patriarcal y la cultura. Kelsen dejó en claro que la violencia estatal ya no se disfraza de “moral”: es puro aparato jurídico al servicio del privilegio.

Por eso, romper el círculo no significa abolir la violencia —porque es parte de la vida misma—, sino impedir que se monopolice. Ese es el error de los “Estados obreros” y “Estados socialistas”, que terminan repitiendo dominación. El anarquismo plantea lo contrario: organización popular que disperse el poder, que reduzca la violencia al mínimo, que la devuelva al terreno colectivo.

El Estado es violencia institucionalizada, el capital es violencia económica, el patriarcado y el racismo son violencias naturalizadas. Frente a esto, la autodefensa no es solo resistir: es desmontar la máquina que los produce. Como escribió Bakunin, “la pasión por la destrucción es también una pasión creadora”. Destruir cárceles, bancos y ejércitos no es nihilismo: es abrir espacio a la libertad.

La violencia de arriba es la causa; la violencia de abajo, la consecuencia. Y como toda consecuencia, es necesaria para que la causa deje de repetirse. Por eso afirmamos: toda acción directa de los pueblos contra el Estado y el capital es autodefensa. Aunque parezca ataque, es siempre defensa de la vida, de la dignidad y del futuro.

 

 Ecocida y genocida

HORACIO MACHADO ARÁOZ:

(…) Tal como hemos precisado en otros trabajos26, el extractivismo demuestra el histórico vínculo ecológico-geográfico que, desde los orígenes del capitalismo, se estructura entre las economías imperiales y “sus” colonias, siendo ese vínculo fundacional y constitutivo del propio capitalismo. Por tanto, dicho concepto no se restringe a una fase de los procesos productivos, ni a la mera explotación exportadora de bienes primarios. Lejos de ser algo ahistórico como pretende García Linera27, o de ser algo reciente como pretenden otros, se trata de un fenómeno que hunde sus raíces en los propios orígenes del sistema-mundo. Como señalara Marx, “la separación es el verdadero proceso de generación del capital”28. Cuando en el capítulo XXIV de “El Capital” analiza ese proceso de separación/ruptura originaria, alude tanto a la fractura sociometabólica29 como a la fractura colonial. No se trata sólo de la separación de los productores respecto de los medios de producción; esa separación es histórica y geopolíticamente indisociable de las separaciones campo/ciudad, espacio-de-la-reproducción (de-la-vida)/ espacio-de-la producción (de-mercancías), y colonias/metrópolis.

Cuando hablamos de fractura colonial, aludimos al hecho de que el capitalismo, como sistema-mundo, “está dividido jerárquicamente entre un centro y una periferia de naciones que ocupan posiciones fundamentalmente diferentes en la división internacional del trabajo, y en un sistema mundial de dominación y dependencia”30, y que sólo por esa división estructural y en función de ella se hace posible el  “crecimiento del centro del sistema a tasas insustentables”, cuyo costo inexorable es “la continua degradación ecológica de la periferia”31.

Así, el extractivismo expresa esa fundacional y estructurante división imperialcolonial de la producción y el consumo material a escala mundial. Surge de y con la conquista y colonización de “América” y se va consolidando y transformando correlativamente a la mundialización del capital. El extractivismo es, por tanto, un fenómeno indisociable del capitalismo; como éste, a su vez, lo es de la organización colonial del mundo. No sólo está en las raíces ecológicas, geo-económicas y geopolíticas del capitalismo, sino que es un efecto y una condición necesaria para el funcionamiento de la acumulación a escala global.

Ahora bien, en cuanto el extractivismo es una dimensión estructural (ecológico-geográfica) y una función constitutiva del sociometabolismo del capital como sistema-mundo, los regímenes extractivistas son las formaciones coloniales-periférico-dependientes de aquél; tales regímenes dan cuenta de la modalidad específica que el capitalismo adquiere en la periferia32.

Eso significa que mientras en su conexión hacia afuera cristalizan un vínculo de dependencia estructural, hacia el interior esos regímenes están en la raíz de la estructuración oligárquica de las formaciones sociales emergentes33. Y hablamos de oligarquía tanto para caracterizar los regímenes políticos, como para dar cuenta del rígido sistema clasista-racista de estratificación social.

Uno y otro no son aspectos accidentales ni fenómenos independientes de los regímenes tradición crítica de las ciencias sociales latinoamericanas ha nacido y se ha desarrollado discutiendo y analizando la problemática de los regímenes primario-exportadores y sus múltiples secuelas económicas, políticas y culturales. En estas vertientes, los problemas del carácter colonial (Bagú; Gunder Frank), periférico (Prebisch; Pinto) y marginal (Nun; Stavenhagen) del capitalismo latinoamericano están estructuralmente imbricados en las características y consecuencias de los regímenes primario-exportadores. Los efectos de estas formaciones sociales han sido críticamente señalados a través de las nociones de intercambio desigual y transferencia de excedentes (Prebisch, Baran y Sweezy), desarrollo del subdesarrollo (Frank), producción de la dependencia (Cardoso y Faletto; Dos Santos), superexplotación (Marini), acumulación dependiente (Cueva), colonialismo interno (González Casanova) y colonialidad del poder (Quijano). 33

No se puede soslayar que tras las “revoluciones independentistas”, las élites “nacionales” se consolidan como los nuevos sectores dominantes, en base al sostenimiento y profundización de las economías extractivistas heredadas de la colonia. De allí en adelante, la gestión extractivista se constituye como el molde estructural del ordenamiento económico, político y socioterritorial de las formaciones sociales emergentes. En tal sentido, las oligarquías latinoamericanas son integralmente un producto histórico-geográfico del extractivismo. (…)

(…) Pese a que las condiciones elementales de las que depende la vida se han degradado a niveles extremos, lo mismo que la generalización de la violencia y el grado de deshumanización alcanzado en las relaciones contemporáneas, el término “crisis” se limita hoy, prácticamente, al mundo de los valores de cambio. En el lenguaje político contemporáneo, hablar de “crisis” es hablar de “crisis financieras”, de “deudas soberanas” y de “balanzas de pagos”. Los desequilibrios fiscales y el estancamiento de los niveles de actividad y de comercio preocupan más que la drástica alteración del clima, la pérdida de biodiversidad o la acidificación de los océanos. Cualquiera de estos fenómenos, pese a que ya están provocando millones de víctimas humanas7, pierden abruptamente su relevancia y prioridad frente a las caídas del PBI o de indicadores bursátiles.

En el mundo de los sentidos hegemónicos, lo “ecológico” queda soslayado por lo “económico”. La declamada urgencia de los problemas “sociales” se esgrime como justificativo para aceptar la expansión de actividades “económicas” claramente destructivas y contaminantes. Pareciera consolidarse un sólido consenso que acaba subordinando las problemáticas “ecológicas” a la cuestión (esa sí, considerada prioritaria) de “reactivar la economía” y sostener los niveles (lo más elevado posible) de crecimiento. Llegamos al absurdo de, en nombre de “razones humanitarias” (por ejemplo, “luchar contra la pobreza”), justificar la continuación de las múltiples formas contemporáneas de degradación de la propia biósfera. Ahora bien, la gravedad de este panorama no reside tanto en la ceguera epistémica y política del sistema, sino en la desidia con que la izquierda –en sus corrientes dominantes– viene reaccionando frente a la misma. Al fin y al cabo, si respecto de la devastación del mundo de la vida, nada del capitalismo nos debería sorprender (en términos teóricos) y nada cabría esperar (en términos políticos), sí en cambio, nuestras expectativas deberían concentrarse en la tradición crítica-socialista. No obstante, en el marco de los avatares contemporáneos de las “luchas contra el neoliberalismo”, se ha ido consolidando el predominio de “posturas de izquierda” que priorizan el “crecimiento” sobre cualquier otra variable, lo asumen como “la condición para la redistribución de la riqueza”, y a ésta como el objetivo de toda “política de izquierda”. Esto es notorio en las rebeliones contra la austeridad emergentes ahora en varios países de Europa, pero se trata de una tendencia cuya fuerza decisiva la atribuimos al denominado “giro a la izquierda” experimentado en América Latina en la última década. Aquí, en el marco del acelerado proceso de crecimiento primarioexportador y de la correlativa intensificación de los conflictos socioambientales, los debates sobre el “extractivismo” fueron fraguando una “izquierda oficialista” que rechaza de plano los “planteos ecologistas” y que defiende a rajatabla el “desarrollo con inclusión social”, como vía para la “superación del neoliberalismo” y hasta incluso para el “socialismo del siglo XXI”. Alegando los intereses de las “clases oprimidas” y/o la “lucha contra el imperialismo”, terminan justificando la necesidad de sostener los empleos, los salarios y las políticas sociales. Lamentablemente, se pasa por alto que sostener el empleo, los salarios, el consumo, etcétera, es sostener el crecimiento, las inversiones, las tasas de ganancia… En fin, el sistema mismo. Así, el énfasis “anti-neoliberal” lleva a ocluir el fondo del problema. Las políticas de reactivación solapan los desafíos del cambio revolucionario. (…)

*Crítica de la razón progresista. Una Mirada marxista sobre el extractivismo/colonialismo del Siglo XXI” por HORACIO MACHADO ARAOZ. Revista Actuel Marx. Intervenciones N° 19, segundo semestre 2015

Alternativas emancipatorias

Agronegocio y crisis climática, acceso a la tierra y agroecología

 

23 de mayo de 2023

 

 Rebelión o Extinción / Agencia TierraViva

Los efectos globales del agronegocio están a la vista: desalojo de millones de agricultores, pérdida de biodiversidad y calentamiento global. Como exigen los movimientos campesinos, es urgente debatir la redistribución de tierras y fortalecer la agroecología para desandar el camino del hambre y la dependencia alimentaria.

El agronegocio es una estrategia de explotación propia del capitalismo que tiene como principal objetivo producir commodities, productos primarios para exportación o mercado interno que cumplen estándares y tienen un valor de mercado. El complejo agroindustrial del que forma parte, responsable en la Argentina del 38 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, fue diseñado para beneficio de unos pocos, los dueños de los medios de producción: tierra, semillas, insumos artificiales, maquinaria y tecnología moderna. De hecho, esta estrategia, que no fue pensada para alimentar a la población o derramar riqueza, es una de las actividades que más contribuyen al calentamiento de la atmósfera y está destruyendo la estabilidad climática que hizo posible la agricultura.

El “agro moderno” depende fuertemente de los combustibles fósiles, cuya extracción está subsidiada en todo el mundo, ya que de otro modo no sería económicamente viable (el costo energético de la extracción supera el valor de la energía obtenida).

En sí, la energía fósil es un subsidio del pasado, más precisamente del período carbonífero. Se trata de una forma de energía muy concentrada que se está acabando: se estima que el pico del petróleo ocurrió en 2008.

El problema es que todo el carbono acumulado bajo la tierra durante millones de años, al ser quemado, está pasando de golpe a la atmósfera, donde produce el conocido efecto invernadero —principal causa del calentamiento global— y ya estamos a 1,2 grados centígrados (ºC) de temperatura por encima de los niveles preindustriales.

Hoy sabemos que, de seguir este curso, la Tierra llegará al menos a 3,2 ºC de aumento a finales de este siglo. Si con “apenas” 1,2 grados más estamos viendo semejante quiebre de los patrones climáticos, solo resta imaginar lo que sucederá si no frenamos las emisiones de carbono ya mismo. Los investigadores aseguran que tenemos menos de siete años para reducir los impactos más severos.

La multicrisis climática no es una crisis más. Es el escenario en que transcurre todo lo demás. Hoy, ninguna acción, plan o proyecto puede pensarse sin tener en cuenta el cambio en los patrones climáticos que ya es evidente.

Producir y distribuir comida quemando petróleo y gas resultó bastante «barato» durante los últimos 200 años y, de hecho, los alimentos todavía son relativamente baratos. Esto es así porque las externalidades negativas (pérdida de biodiversidad, por ejemplo) de su producción y transporte no integran su precio final. Ambientalistas y científicos lo vienen advirtiendo desde hace décadas: el actual sistema agroalimentario, lineal (en contraposición al circular, que recicla) y petrodependiente, no va más y tiene que ser cambiado de raíz.

Deuda y agronegocio

Con una sequía sin precedentes, el campo está sufriendo más que otras actividades económicas las consecuencias de un fenómeno que contribuye a crear. Ya todas y todos lo sabemos y lo venimos denunciando desde hace décadas: el agronegocio, basado en combustibles fósiles, maquinaria pesada, monocultivos transgénicos patentados y agrotóxicos que integran un “paquete tecnológico”, no solo ha destruido la biodiversidad que representaban ocho millones de hectáreas de bosques nativos, sino que ha desempoderado a familias y pueblos enteros, expulsándoles a cinturones de pobreza alrededor de las grandes ciudades.

Esta expansión que no cesa, y que con la necesidad de dólares para pagar la deuda externa sufrirá un incremento aún mayor, es inherente al capitalismo. No olvidemos su mito fundacional: “Crecer o perecer».

Si bien resulta obvio que el crecimiento ilimitado es físicamente imposible, la mayoría de las plataformas políticas enarbolan al neoextractivismo como algo normal y deseable: la solución a todos nuestros problemas de desarrollo. Nos quieren hacer creer que solo es posible pagar la deuda con más destrucción de territorios, hábitats humanos y naturaleza (conceptos que deberían ser percibidos y acuerpados como una misma cosa). ¿Es posible honrar un compromiso mal habido sabiendo sus consecuencias catastróficas?

Si con extractivismo y agronegocio llegamos a un 40 por ciento de pobres, porcentaje todavía mayor si solo se consideran las niñeces, ¿es sensato apostar a más de lo mismo para salir de la pobreza?

¿Qué vamos a hacer con el acceso a la tierra?

El planeta se está calentando y se está secando.

¿Quiénes nos van a alimentar cuando la producción de comida se dificulte cada vez más?

A partir de la expansión del agronegocio, en pocos años la tierra se concentró en muy pocas manos y su destino pasó a ser mayormente la producción de monocultivos de exportación. Sin embargo, el 60 por ciento de los alimentos frescos que se consumen en el país es producido por pequeños productores familiares.

Es aquí donde los modelos agroecológicos de producción diversificada, de base indígena, familiar y campesina, son los que tienen más posibilidades de adaptarse, de ser resilientes.

Esta forma de vivir y producir no busca producir dólares, como el agronegocio, sino alimentos. Pero la realidad grita que del “campo que alimenta”, en su gran mayoría pequeños productores, más del 80 por ciento alquila la tierra en que trabaja.

Mientras, la Ley 27.118 de Reparación Histórica de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena fue aprobada en 2014 pero nunca fue reglamentada ni contó con presupuesto.

El proyecto de Ley de Acceso a la Tierra propone una línea de créditos para que los productores de la agricultura familiar puedan comprar tierras rurales. Por otra parte, apunta a crear un banco de tierras, es decir que el Estado destine parte de las tierras públicas ociosas para su venta a los agricultores familiares y campesinos mediante un sistema de créditos blandos (Procrear Rural).

No hay reclamo más genuino que el de quienes luchan por la tenencia de la tierra que trabajan, porque el plazo de un período de alquiler impide construir viviendas dignas o establecer cualquier tipo de cuidado agroecológico: todo emprendimiento que recicla energía, agua y nutrientes tarda un tiempo en establecerse y llegar a un equilibrio.

Sumado a esto, los cultivos que llevan un ciclo más largo de crecimiento requieren que los productores puedan establecerse sin temor a que no les renueven los contratos de alquiler. Por eso, y por respeto a la dignidad humana de quienes producen nuestro alimento, es prioritario facilitar el acceso a la tierra para quienes la trabajan y la cuidan.

Destaquemos la distorsión del diagnóstico sobre la situación efectiva del país que es clave para el embaucamiento popular: el crecimiento en profundidad y extensión del malvivir se debe a “honrar la deuda” o al “desendeudamiento K” que nos forzó a convertirnos en pagadores seriales según CFK. Leamos a continuación que

«la mayoría de las plataformas políticas enarbolan al neoextractivismo como algo normal y deseable: la solución a todos nuestros problemas de desarrollo. Nos quieren hacer creer que solo es posible pagar la deuda con más destrucción de territorios, hábitats humanos y naturaleza (conceptos que deberían ser percibidos y acuerpados como una misma cosa). ¿Es posible honrar un compromiso mal habido sabiendo sus consecuencias catastróficas?»

La tierra para quien la trabaja y la cuida

Garantizar alimentos sanos y nutritivos para la población debería ser la prioridad absoluta de cualquier gobierno, por eso necesitamos con urgencia un debate público, responsable y concluyente alrededor de la propiedad y el uso de la tierra.

Desde Rebelión o Extinción creemos que la forma de instalar ese debate en la sociedad es mediante la acción directa para forzar la voluntad política en pos de un reclamo más que justo, imprescindible. Proponemos una transición hacia la agroecología descentralizada y sin intermediarios.

Existe absoluto consenso científico: estamos transitando el colapso del clima y los ecosistemas. Sin embargo, tenemos una pequeña ventana de oportunidad para repensar el lugar de la agricultura dentro de un nuevo paradigma más realista que el actual, que es claramente inviable.

Para lograrlo es preciso pasar cuanto antes a sistemas agrícolas diversificados que garanticen la soberanía alimentaria, que no dependan del mercado externo de commodities, que estén basados en la agroecología y que no sean el negocio de unos pocos. Un sistema que regenere y revalorice el trabajo humano digno, que reduzca insumos, que permita el acceso a la tierra y, sobre todo, que asegure que la transición hacia una nueva realidad ecológica y climática sea justa y equitativa.

Hoy más que nunca es necesario anteponer la vida, en todas sus manifestaciones, a la generación y concentración de riqueza.

Ignorar la información científica es la ceguera política más criminal de este tiempo.

La agroecología de base indígena, familiar y campesina debe dejar de ser considerada sólo como una alternativa: es la forma de empezar a desandar el camino del hambre y la dependencia alimentaria y de revalorizar el trabajo agrícola.

Rebelión o Extinción (XR) es una organización social que llama a la acción directa no violenta para frenar la crisis climática.

https://agenciatierraviva.com.ar/agronegocio-y-crisis-climatica-acceso-a-la-tierra-y-agroecologia

Fuente: https://rebelion.org/agronegocio-y-crisis-climatica-acceso-a-la-tierra-y-agroecologia/

 «(…) Acelerar el crecimiento como medio para “combatir la pobreza” ha sido instalado como pensamiento hegemónico por los gobiernos progresistas. Bajo sus gestiones, la retórica “redistribucionista” ha mostrado ser mucho más peligrosa en materia de violación de derechos y devastación ecológica que otras variantes ideológicas, puesto que todo atropello socioambiental aparece “suficientemente justificado” cuando su “fin último” es “redistribuir la riqueza”. Y así, emulando a las viejas oligarquías del siglo XIX, que surgieron apropiándose de territorios y explotando a las poblaciones despojadas, racializadas, mediante la imposición de la idea de “Nación” y el imperativo del “progreso”, las fuerzas progresistas gobernantes en América Latina –igual que los gobiernos ultra-conservadores– asumen como propia una concepción sacrificial-desarrollista del territorio. Frente a ellas, enfrentadas al conjunto del espectro ideológico político de los gobiernos, los movimientos socioambientales parecen ser los únicos sujetos colectivos que impugnan y cuestionan la vía del crecimiento extractivista adoptado. (…)».

Fuente: https://www.redalyc.org/pdf/286/28643473002.pdf

Qué Abya Yala

Historia y presente/ Ofensiva del sistema mundo capitalista / Alternativas emancipatorias

Historia y presente

Violencias como condición de los extractivismos

Alberto Acosta, economista ecuatoriano (*)

24 de julio de 2025

Introducción

Páginas y páginas de análisis serían necesarias para dimensionar a cabalidad los pormenores de las múltiples violencias vinculadas a los extractivismos. Los profundos impactos sociales y culturales, psicosociales y de salud pública, al igual que los destrozos de la naturaleza e incluso las afectaciones a los aparatos productivos locales son inconmensurables. Son violencias que impactan, por igual, en el ámbito de la justicia, de la democracia y de la misma economía nacional, mucho más allá de los territorios directamente afectados. Sus impactos aparecen a través de las flexibilizaciones ambientales e inclusive laborales para alentar las inversiones en los diversos extractivismos, así como derivados de las lógicas rentistas, clientelares y autoritarias que conllevan. Todo esto va en línea con el sistemático desmonte de las normas básicas de la seguridad jurídica integral en beneficio de las empresas privadas, sobre todo transnacionales, en un terreno en donde la ilegalidad y la alegalidad trotan juntas. Y estas múltiples violencias se expanden y complejizan más y más en la medida en que esta modalidad de acumulación se interrelaciona con diversas formas del crimen organizado.

Conocer lo que significan los extractivismos y sus orígenes, tanto como su evolución y perspectivas, nos permitirá entender cómo se da la construcción social de las violencias. Eso es lo que proponemos en estas pocas líneas.

De las violencias coloniales a las republicanas

En el terreno práctico, Cristóbal Colón, motivado por acceder a los productos y materias primas de las Indias, con sus cuatro viajes desde 1492, sentó las bases de la dominación colonial, con consecuencias indudablemente presentes hasta nuestros días. Así, paulatinamente se estructuró —de forma violenta— el sistema-mundo capitalista. Los extractivismos, en la actualidad, levantando la promesa del progreso y del desarrollo, se expanden en el mundo, siempre violentando territorios, cuerpos y subjetividades. De hecho, la violencia extractivista hasta podría verse como una forma concreta que toma la violencia estructural del capitalismo en el caso de las sociedades periféricas condenadas a la acumulación primario-exportadora. Tal violencia estructural es su marca de nacimiento, pues —como bien señaló Carlos Marx (2018)— este sistema vino «al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza».

Como elemento fundacional de dicha civilización se consolidó la modalidad de acumulación extractiva, determinada desde entonces por las demandas de los centros del capitalismo metropolitano. Y en este contexto, como veremos más adelante, emergen con creciente fuerza diversas formas del crimen organizado.

En términos amplios hablamos de extractivismos cuando se extraen recursos naturales no renovables en volúmenes altos o bajo procedimientos intensivos; algunos de estos recursos no requieren de procesamiento o se los procesa de manera muy limitada. En su mayoría —no siempre— se trata de grandes montos de inversión y estas actividades provocan efectos macroeconómicos relevantes; ocasionan grandes impactos sociales, ambientales y culturales en los territorios afectados, y al orientarlos a la exportación devienen en commodities. Los extractivismos no se limitan a minerales o petróleo (Gudynas, 2015). Los hay también de tipo agrario, forestal, pesquero. Y, por cierto, sus efectos se esparcen por el resto de la sociedad afectándola e influyendo en los marcos institucionales de justicia y democracia, así como en las economías nacionales e incluso en los países vecinos.

En suma, el concepto «extractivismos», junto con los conceptos «acumulación originaria» (Carlos Marx), «acaparamiento de tierras» (Landnahme, en el sentido de Rosa Luxemburg, 1978), «acumulación por desposesión» (Harvey, 2003) e «extrahección» (Gudynas, 2013), nos permite explicar el saqueo, la acumulación, la concentración, la devastación colonial y neocolonial, así como la evolución del capitalismo moderno. Siguiendo a Gudynas, extraher hace referencia al acto de tomar o quitar con violencia los recursos naturales, atropellando derechos humanos y de la naturaleza. Desde esa perspectiva, en sus palabras, la violencia «no es una consecuencia de un tipo de extracción, sino que es una condición necesaria para poder llevar a cabo la apropiación de recursos naturales».

Aceptando las lecturas legadas por Marx, conocemos de sobra lo que significa el «modo de producción», en tanto particular disposición de las relaciones sociales de producción en una sociedad. En concreto, el modo de producción capitalista crea una modalidad de acumulación que caracteriza y determina la organización del trabajo, incluso la ubicación geográfica y el conocimiento técnico en el uso de las fuerzas productivas, así como los medios y los procesos técnicos empleados y las formas de aprovechamiento de la naturaleza; todo en función de las demandas del capital. Y en este esquema, la imparable mercantilización es el camino a través del que se expande —cual círculos concéntricos— la voracidad del capital, que engulle en sus fauces todas las formas de vida.

Sabemos también que el modo de acumulación primario-exportador dominante en los países periféricos es determinante en las estructuras económicas, sociales e inclusive políticas. Más aún, de él se derivan influencias culturales que terminan en aberraciones como, por ejemplo, una suerte de ADN extractivista enquistado en estas sociedades: amplios segmentos de la población, incluidos ciertos intelectuales y políticos que reniegan del capitalismo, asoman atrapados en las (i)lógicas extractivistas y rentistas.

El capital acumula en cualquier circunstancia. Esa es su esencia y su razón de ser. Ese objetivo se consigue aumentando el plusvalor extraído con la explotación de la fuerza de trabajo. Lucra por igual con la renta de la naturaleza, a través de los extractivismos, por cierto. Y cuando el capital no logra acumular produciendo, busca acumular especulando, incluso mediado por los extractivismos, basta registrar los mercados de futuro del petróleo, los minerales o cereales. De ahí viene la creciente glotonería contemporánea por más y más recursos naturales a los que se mercantiliza incluso antes de extraerlos, todo para cristalizar la acumulación. Esto se registra cada vez con una mayor destrucción de la naturaleza y de las comunidades, sobre todo las cercanas a los lugares de explotación.

En este punto, podemos mencionar otras formas de explotación más sofisticadas, originadas en las propuestas desarrolladas en el marco de diversas cumbres climáticas y en línea con el «consenso de descarbonización» (Bringel y Svampa, 2023), que han derivado en la imparable mercantilización de la naturaleza, con varias opciones de extractivismo verde. Es el caso, a modo de ejemplo, de los mercados de carbono impulsados por el mecanismo de reducción de emisiones causadas por la deforestación y la degradación de los bosques (REDD). Igualmente se podría mencionar la presión extractivista desatada por la transición energética corporativa, que ha aumentado la demanda de minerales como el litio y el cobre para los automóviles eléctricos, o la madera de balsa para los aerogeneradores. Y también influyen aquellas cada vez más agresivas tecnologías que, como el fracking, buscan ampliar la extracción petrolera.

Paradojas y patologías de la maldición de la abundancia

Las historias acumuladas e incluso la evidencia, sin establecer una norma rígida, permiten afirmar que la pobreza económica asoma como consustancial a la disponibilidad de recursos naturales, que determina el funcionamiento de las economías. Así, los países «ricos» en recursos naturales, cuya economía es dependiente de su extracción y exportación, encuentran mayores dificultades para dar bienestar a su gente que los países que no disponen de esas enormes riquezas. Estos países primario-exportadores parecen estar condenados al subdesarrollo; más aún los que disponen de una sustancial dotación de uno o unos pocos productos primarios. Sus economías y sociedades están atrapadas en una lógica perversa conocida en la teoría como «paradoja de la abundancia» o «maldición de los recursos». Para ponerlo en términos provocadores, hablemos de una suerte de «maldición de la abundancia» (Acosta, 2009), que es aún más evidente en aquellas naciones herederas de un cruel origen colonial, que las condenó a seguir alimentando con materias primas la acumulación capitalista globalizada, muchas veces de sus otrora colonizadores.

Así, las violencias —en sus más diversas formas— marcan la vida de los países atrapados por esta «maldición». La miseria de grandes masas parecería ser, por tanto, consustancial a la presencia de ingentes cantidades de recursos naturales (con alta renta diferencial). Esa gran disponibilidad de recursos naturales acentúa la distorsión de las estructuras económicas y de la asignación de factores productivos. En consonancia, muchas veces se redistribuye regresivamente el ingreso nacional, se concentra la riqueza en pocas manos y se incentiva la succión de valor económico desde las periferias hacia los centros capitalistas. Esto genera una dependencia estructural, pues la supervivencia de estos países está subordinada al mercado mundial, donde se cristalizan las demandas de la acumulación global.

A pesar de esas constataciones, los dogmas del libre mercado, transformados en alfa y omega de la economía —ortodoxa— y de la realidad social en general, tozudamente siguen recurriendo al viejo argumento de aprovechar las ventajas comparativas. Este dogma librecambista se complementa con otros: el mercado como regulador inigualable, las privatizaciones como camino único a la eficiencia, la competitividad como virtud por excelencia, la mercantilización de todo aspecto humano y natural…

En suma —como propone Jürgen Schuldt (2005), también para forzar la discusión—, hablamos de países pobres porque son «ricos» en recursos naturales. Y en este empobrecimiento casi estructural, la violencia no solo es determinante, es condición necesaria.

Tengamos presente que las violencias deambulan en diversos ámbitos. Dentro de los países extractivistas, las comunidades en cuyos territorios o vecindades se realizan estas actividades sufren directamente varias violencias socioambientales, culturales, corporales y simbólicas. Esta modalidad de acumulación impacta también porque no requiere del mercado interno e incluso puede funcionar con salarios decrecientes. La renta extractiva mata la presión social que obliga a reinvertir en mejoras de productividad y en el respeto a la naturaleza. Es más, la renta de la naturaleza, en tanto fuente principal de financiamiento de esas economías, tiende a atrofiar las estructuras productivas. Con su accionar, cargado de corrupción y cortoplacismo, estos extractivismos terminan por trabar la planificación económica. Y por igual afloran otras patologías, como la «enfermedad holandesa», la proliferación de la corrupción y de mentalidades rentistas, los conflictos recurrentes entre empresas y comunidades y, en todos los casos, el masivo deterioro del entorno con salida neta de recursos naturales.

Hay más: las compañías extractivistas, en especial extranjeras, junto con Gobiernos nacionales cómplices, construyen un marco jurídico favorable y hasta aprovechan —vía puertas giratorias— que sus propios funcionarios o intermediaros estén incrustados en las instancias gubernamentales, no solo buscando que ingresen al país las inversiones extranjeras, sino, sobre todo, velando para que las reformas legales o inclusive el abierto irrespeto de las leyes les sean ventajosos. Esta relación subordinada a los intereses del mercado extractivista aflora con frecuencia inclusive en las empresas estatales, que actúan de forma parecida a las transnacionales, pero levantando la bandera del nacionalismo…

Los extractivismos permiten que surjan Estados rentistas, autoritarios y paternalistas, cuya incidencia está atada a la capacidad política de gestionar la renta de la naturaleza. Son Estados que al monopolio de la violencia política añaden el monopolio de la riqueza natural. Aunque parezca paradójico, este tipo de Estado, que se desespera por multiplicar permanentemente los ingresos fiscales, muchas veces delega parte sustantiva de las tareas sociales a las empresas extractivistas; es decir, abandona —desde la perspectiva convencional del desarrollo— amplias regiones. En esta desterritorialización del Estado o refeudalización de los territorios (Kaltmeier, 2018), se consolidan respuestas propias de un Estado policial que reprime a las víctimas del sistema al tiempo que declina el cumplimiento de sus obligaciones sociales y económicas, mientras brinda seguridad y defensa a las empresas extractivistas.

La suma de todos estos factores y situaciones incide en el ejercicio político —en especial durante un boom exportador—, profundizando el afán de los gobernantes de eternizarse en el poder, inclusive con el fin de acelerar reformas que a su criterio asoman como indispensables para transformar sociedades «atávicas» desde la todavía dominante visión de la modernidad, que margina y reprime los conocimientos y prácticas de los pueblos originarios particularmente, así como todo aquello que no coincida con su patrón civilizatorio.

Ante la ausencia de acuerdos nacionales para manejar estos recursos naturales, sin instituciones democráticas sólidas, sin respetar los derechos humanos y de la naturaleza, aparecen en escena diversos grupos de poder no cooperativos desesperados por obtener una tajada de la renta de la naturaleza. Así vemos marchar de la mano a las transnacionales y sus aliados criollos, la banca internacional, amplios sectores empresariales y financieros, incluso las Fuerzas Armadas y la Policía, así como algunos segmentos sociales con incidencia política, como la «aristocracia obrera» vinculada a los extractivismos. Así las cosas, en muchos países primario-exportadores, los Gobiernos y las élites dominantes, la nueva clase corporativa, han capturado no solo el Estado (sin mayores contrapesos), sino también medios de comunicación, encuestadoras, consultoras empresariales, universidades, fundaciones y estudios de abogados.

Además, sobre todo en la actualidad, es inocultable el maridaje entre extractivismo y crimen organizado. Como botón de muestra, se sabe muchas veces en dónde existe minería ilegal, incluso vinculada a las bandas criminales, y los Gobiernos no han hecho ni hacen nada para impedirlo. Es más, resulta manifiesta la coexistencia de actividades de las mineras «legales» —que con frecuencia son también ilegales al funcionar atropellando el marco institucional de sus países— con las propiamente ilegales, y de todas, directa o indirectamente, con los capitales del crimen organizado. Esto se da sea porque compran el mineral extraído de forma ilegal o porque incluso las mineras «legales» alientan la actividad ilegal, quizás aprovechando los trabajos de prospección de los mineros ilegales o entregando informaciones de estudios geológicos de yacimientos superficiales a esos mineros, para luego aparecer como salvadores de una situación caótica. También es cada vez más notoria la presencia de comunidades campesinas e indígenas que se pliegan a estas prácticas extractivistas, basta ver las cooperativas mineras en Bolivia.

En este breve recuento se podría mencionar la creciente intromisión de cargamentos de droga en las exportaciones de banano, harina de soja, maíz o café, productos provenientes de monocultivos agroexportadores. En paralelo avanzan imparables la extracción ilícita y la exportación masiva de maderas. Y estas actividades se entrelazan con otras, como el tráfico de personas, de vida silvestre, de combustibles, de armas.

Todo este complejo entramado de actividades lícitas e ilícitas a la postre desemboca en brutales afectaciones a la naturaleza, puesto que no se respetan las áreas naturales protegidas, los territorios indígenas, las selvas y bosques, las cuencas hidrográficas, así como tampoco a las comunidades. Para mencionar un caso dramático, vemos como la Amazonía enfrenta ya no solo los tradicionales emprendimientos extractivistas y procesos de colonización descontrolados, sino que está cada vez más atrapada en la lógica del narcotráfico, incluso transnacional, al haberse convertido también en lugar de producción de la coca y de refinación y tráfico de la cocaína. Es importante comprender estas múltiples y complejas interrelaciones en lo que Fernando Carrión (2024) denomina «la red global del crimen», cuya incidencia configura verdaderos modelos de reproducción de la vida sobre bases de violencias estructurales y lógicas de creciente autoritarismo paraestatal.

En estas sociedades, en consecuencia, hay una inhibidora monomentalidad exportadora que ahoga la creatividad y los incentivos de los empresarios nacionales que, potencialmente, habrían invertido en ramas económicas con alto valor agregado y de retorno. Todo esto lleva a despreciar las capacidades y potencialidades humanas, colectivas y culturales del país. En este entorno se abre la puerta a una suerte de barbarie institucionalizada a través de la normalización de prácticas violentas, lo que hasta naturaliza los continuos irrespetos a derechos humanos y de la naturaleza, así como a la misma institucionalidad de los Estados.

Más allá de algunas diferenciaciones menores, en América Latina, la modalidad de acumulación extractivista está en la médula de la propuesta productiva de los Gobiernos tanto neoliberales como «progresistas». Lo que sí cabe destacar es que estos procesos, diversos y complejos, encontraron un terreno propicio en las presiones neoliberales para «achicar el tamaño del Estado», que, inclusive, abrieron la puerta a nuevas y más violentas actividades ilícitas. Los duros años de la pandemia contribuyeron también en este sentido.

A más extractivismos, más patriarcado, más colonialidad y menos democracia

Los extractivismos y sus violencias tienen una larga historia de destrucción y de enajenación. Su presente es aún peor que lo anteriormente experimentado e inclusive las expectativas —al menos inmediatas— auguran una agudización de esta dura realidad.

Estamos frente a una situación perversa pues —con demasiada frecuencia— se acepta el despojo extractivista como el precio a asumir para conseguir el progreso-desarrollo. Así, parecería que no hay capacidad para sacar conclusiones de la dura historia colonial y también republicana de estas economías primario-exportadoras, que explican las raíces de tantos problemas estructurales. El fin de acumular para progresar justifica los medios y los sacrificios a asumir…

En suma, para nada se incorporan en el análisis convencional —esbirro del capital— las aberraciones derivadas de economías atadas históricamente a un esquema de comercio exterior injusto y desigual, incluso en términos ecológicos. Nada se dice de las deudas históricas y ecológicas (no solo climáticas) que deberían asumir las naciones del capitalismo metropolitano. Aquí cabe añadir la biopiratería, impulsada por varias transnacionales que patentan en sus países de origen múltiples plantas y conocimientos indígenas.

En este complejo mundo —donde Estado y mercado se funden en una misma lógica— las violencias patriarcales encuentran territorio fértil. Bastaría ver los papeles de cada grupo humano en los diversos extractivismos: los hombres están destinados a asumir la mayoría de los trabajos «duros», propios para «los machos», en una compulsión derivada del imperativo de la masculinidad (Ortega, 2018), sea en las actividades petroleras, mineras, pesqueras o agroindustriales; mientras la mujeres normalmente se dedican a ocupaciones menos «duras» pero igualmente extenuantes, a más de otras tareas complementarias sobre todo en los enclaves extractivistas, como la prostitución. Y en este escenario la violencia de género y los femicidios están a la orden del día. Sin embargo, son las mujeres quienes, cada vez más, lideran la resistencia y la construcción de alternativas, pues entienden tempranamente los efectos de tanta violencia.

Aquí emerge con fuerza la violencia generada por las empresas extractivistas que avasallan a las comunidades y la violencia estatal, vinculada a la anterior, fundada en reprimir, hostigar, criminalizar y perseguir a los defensores de la vida. Víctimas en primera línea son los pueblos originarios, incluso por ser portadores de otras visiones de mundo contrarias a las lógicas impuestas por la modernidad.

Son muchos y diversos los mecanismos de control territorial utilizados por las empresas extractivistas con el apoyo y protagonismo de los Estados, a través, por ejemplo, de irregulares y abusivas compras de tierra, desalojos respaldados por la fuerza pública y con la complicidad de la justicia. La perversa combinación del poder transnacional-estatal, con el respaldo de los grandes medios de comunicación e inclusive de algunos centros académicos, margina y hasta ataca violentamente a quien se opone o simplemente cuestiona estas actividades.

Así, con este cúmulo de violencias, aprovechándose del manejo clientelar de los servicios públicos, manejados muchas veces por las empresas extractivistas, se logra asegurar el control sobre los territorios, a los que se vacía de su esencia de vida. La mayor erogación pública en actividades clientelares o a través del pago anticipado de regalías reduce las resistencias. Se da una suerte de «pacificación fiscal», dirigida a reducir la protesta social. Ejemplos son los diversos bonos empleados para paliar la extrema pobreza enmarcados en un clientelismo puro y duro, que premia a los grupos sumisos.

Los altos ingresos del Gobierno le permiten prevenir la configuración de grupos contestatarios o desplazarlos del poder, tanto los que defienden sus territorios como los que demandan derechos políticos y libertades. Estos Gobiernos pueden asignar cuantiosas sumas de dinero para reforzar sus controles internos, incluida la represión a opositores y a quienes critican las «indiscutibles bondades» extractivistas. Además, es común el irrespeto a las consultas socioambientales, por lo que, sin una efectiva participación ciudadana, se vacía la democracia, por más que se consulte repetidamente al pueblo en las urnas.

A la postre, la mayor de las maldiciones es la incapacidad para enfrentar el reto de construir alternativas a la acumulación primario-exportadora que parece eternizarse a pesar de sus inocultables fracasos. Esta es una violencia subjetiva potente que impide tener una visión clara de los orígenes y las consecuencias de los problemas, lo que termina por limitar y hasta impedir la construcción de alternativas.

Conclusiones: las urgentes demandas del futuro

Para concluir, entendamos que los extractivismos y las políticas públicas que los cobijan y alientan forman parte de una suerte de necropolítica (Achille Mbembe dixit) destinada a sostener la civilización de la mercancía y el desperdicio, que se nutre de atropellar la vida. Es más, en la actualidad los extractivismos, con su patrón colonial de violencias presentes en toda la época republicana, se fusionan con nuevos esquemas y dispositivos tecnológicos, comunicacionales y financieros, en los cuales las diversas formas del crimen organizado han permeado casi del todo las economías, así como la vida política y la institucionalidad estatal de estas sociedades.

Referencias (…)

Notas

(1) Este texto sintetiza varias reflexiones sobre el tema realizadas desde hace muchos años por el autor.
(2) Cristóbal Colón menciona 175 veces la palabra oro y menos de 50 veces las palabras Dios o Ser Supremo en su bitácora de viaje (Colón, 1986)
Artículo original publicado en: Ecología Política 63   


*Alberto Acosta, economista ecuatoriano. Compañero de lucha de los movimientos sociales. Ministro de Energía y Minas en 2007. Presidente de la Asamblea Constituyente entre 2007 y 2008. Profesor universitario. Autor de varios libros.


La línea de fuego: https://lalineadefuego.info/violencias-como-condicion-de-los-extractivismos-alberto-acosta/ 

también editado en https://www.servindi.org/seccion-actualidad/24/07/2025/violencias-como-condicion-de-los-extractivismos-alberto-acosta

fuente: https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2025/07/25/violencias-como-condicion-de-los-extractivismos/

  Ofensiva del sistema mundo capitalista

Ante la amenaza de invasión, la defensa de
la soberanía es la tarea fundamental

26 de octubre de 2025

Por Oto Higuita | Rebelión

El 24 de septiembre, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, pronunció un discurso en la 80ª Asamblea General de las Naciones Unidas, que marcó un antes y un después en la historia de las intervenciones de los presidentes colombianos ante dicho foro mundial.

Esta intervención se produce en un contexto de dura disputa geopolítica entre grandes bloques de poder: la lucha por un nuevo orden mundial, donde la soberanía de las naciones más débiles —la mayoría del Sur global— está permanentemente expuesta a ser invadida y sometida a los intereses geoestratégicos del imperialismo. Este es el caso concreto de Colombia y Venezuela, los dos países que nos ocupan principalmente en este artículo.

En esta lucha global, la humanidad asiste al enfrentamiento entre el viejo orden unipolar, representado por Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN; y un nuevo orden multipolar, encabezado por China, Rusia, India, Brasil (BRICS, creado en 2006), entre otras naciones.

Por un lado, el viejo orden global lucha por sostener su ineficiente modelo económico capitalista neoliberal, su gobernanza neocolonial y su sistema de intercambio comercial ventajoso, basado en la presión, el chantaje (aranceles), la amenaza (invasión a Venezuela bajo la falacia de que su presidente es “jefe” del narcotráfico, con la intención real de apropiarse de su riqueza petrolera) y las sanciones.

Por otro lado, emerge un nuevo orden mundial que apuesta por tratados multilaterales, nuevas reglas de gobernanza global y un mundo con varios centros de poder legítimos, basado en el diálogo como único camino hacia la paz global.

El choque entre estas visiones tiene a la humanidad al borde de una tercera guerra mundial, agravada por las contradicciones expuestas y el potencial nuclear de las potencias.

Asistimos al reemplazo del libre comercio por un modelo proteccionista, con altas tasas arancelarias, que prioriza la producción nacional y la reindustrialización.

El genocidio contra el pueblo palestino —denunciado masivamente en el mundo— es una prueba irrefutable de la violación de los tratados y normas internacionales que regulan los conflictos.

En su discurso, calificado de histórico, el presidente Petro llevó al más alto nivel la defensa de la dignidad nacional. Denunció sin ambages el genocidio en Gaza con la complicidad de Estados Unidos y la OTAN; abordó la crisis climática, la soberanía de las naciones y la fracasada “guerra contra las drogas” impuesta por EE.UU. a Colombia y América Latina durante las últimas siete décadas.

Sin embargo, el presidente Petro se equivoca al afirmar que apoya al pueblo venezolano ante la amenaza de invasión, pero no al presidente Nicolás Maduro ni al gobierno bolivariano, por considerar que no son legítimos al no mostrar las actas de las elecciones de julio de 2024.

Esta postura coincide con la de Gabriel Boric y Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro cae en la misma trampa de las “actas electorales” que la oposición venezolana nunca ha podido probar.

No es posible separar la legitimidad del gobierno bolivariano del apoyo popular que desde 1998, con la victoria de Hugo Chávez, derrotó por primera vez en la historia republicana a la oligarquía venezolana. El gobierno de Nicolás Maduro es el heredero legítimo de esa gesta, que ha resistido bloqueos, sanciones y guerra mediática (cognitiva) con unidad y sacrificio.

Poco se ha avanzado, sin embargo, en la construcción de un frente antimperialista de los pueblos y naciones, hoy más urgente que nunca ante los crímenes de lesa humanidad que comete Donald Trump al ordenar bombardear lanchas con pescadores en el Caribe.

Como dijo Hugo Chávez en la Cumbre de las Américas de 2009:  

“Ya no somos patio trasero… Ni pretenda nadie más nunca que seamos patio trasero, que seamos colonia de nadie. Somos pueblos libres”.  

“No podemos seguir siendo patio trasero de nadie. Nuestra soberanía es la de nuestros pueblos, no la de imperios”.

Ante la amenaza de invasión, destrucción y sometimiento con el objetivo de saquear las riquezas naturales, es imperativo recuperar plenamente la soberanía nacional. Esto pasa por expulsar las tropas extranjeras y recuperar las bases militares.

En el orden interno, la Asamblea Nacional Constituyente, la movilización y organización popular son tareas urgentes en Colombia. A nivel regional, la conformación de un bloque antimperialista, es la prioridad de las naciones libres de Américalatina.

¡NO SEREMOS PATIO TRASERO DE NADIE! 

Fuente: https://rebelion.org/ante-la-amenaza-de-invasion-la-defensa-de-la-soberania-es-la-tarea-fundamental/

Alternativas emancipatorias

¿Mal clima, sistema perverso?

Por qué necesitamos la historia del clima para
comprender la lucha de clases y la crisis actual

28/10/2025

Por Jason W. Moore, Yoan Molinero, Álvaro San Román

Viento sur

Nos encontramos en una encrucijada. El planeta arde, hay tormentas e inundaciones, y no porque los individuos humanos nos comportemos mal, sino por culpa de un sistema que busca insaciablemente convertir la vida, simultáneamente, en un recurso de explotación y en un objeto de consumo.

La crisis climática no es antropogénica, es capitalogénica: nace del implacable impulso del capitalismo por degradar a las personas, los animales, las plantas y el planeta en aras del beneficio.

Pocas personas niegan la realidad del cambio climático. Solo el 9 % de los españoles 1 y el 14 % de los estadounidenses 2, por lo general mayores de 65 años, rechazan los factores sociales que impulsan el cambio climático. Sin embargo, para la gran mayoría, el clima es real, peligroso y empeora por momentos. Esta desaparición del negacionismo climático podría considerarse un logro significativo, fruto del gran trabajo de concienciación llevado a cabo por teóricos y activistas ecologistas. Sin embargo, el trabajo no ha hecho más que empezar.

Tan pronto como decae el ya pretérito negacionismo climático, surge un nuevo negacionismo, aquel que oculta la influencia del sistema capitalista sobre el clima. Podríamos llamarlo negacionismo capitalogénico. Hoy en día, existe una notable conciencia climática en todas las capas de la sociedad. Pero, en su mayor parte, se trata de una postura que obvia la historia capitalista y las causas específicas de la crisis climática, que no son, contrariamente a la creencia popular, el consumo excesivo, los combustibles fósiles o una huella ecológica desmesurada.

Esa conciencia unilateral no es casual. Las ideas dominantes sobre el cambio climático están financiadas por las instituciones más poderosas del mundo: gobiernos, universidades, fundaciones multimillonarias. Ninguna de ellas quiere oír que el problema es el capitalismo. Ninguno quiere oír que la revolución es la respuesta. Únicamente quieren oír a académicos bien educados que se limiten a realizar meras recomendaciones políticas que impliquen poco compromiso, permitan eludir responsabilidades y posean un alcance limitado.

El nuevo consenso hegemónico pasa por aceptar el cambio climático antropogénico mientras se niega el poder geomórfico capitalogénico. Esto no es un mero error; es una decisión política. Es una historia tan antigua como el propio capitalismo: crear problemas masivos para obtener beneficios, culpar a la naturaleza humana y luego proponer soluciones que benefician a unos pocos y extorsionan a la mayoría.

Seamos realistas. Reconocer el cambio climático como causado por el ser humano es totalmente compatible con la pervivencia del poder corporativo. El director ejecutivo de ExxonMobil 3, Darren Woods, por ejemplo, reconoce abiertamente el cambio climático antropogénico. Y no es el único. Las soluciones climáticas propuestas por la élite mundial y su clase intelectual servil en el foro de Davos son idénticas, consistiendo en diseñar tecnologías y planes de mercado unidos por un único objetivo: preservar el control del poder y fomentar el aumento de la riqueza de la superclase planetaria.

Este es el nuevo consenso climático. Se trata de un acuerdo entre los Estados y las empresas más poderosos de Occidente: el cambio climático es un problema y el resto de nosotros debemos pagar para solucionarlo. Cada vez más, los capitalistas transnacionales occidentales reconocen la realidad climática, pero de una manera excesivamente parcial. Están trazando un rumbo peligroso entre el calentamiento como algo malo para los negocios (que lo es) y el calentamiento como fuente de inestabilidad política (que se está gestando). Pero para ellos, la verdadera amenaza debe venir de una política climática popular que busque soluciones genuinas, redistribuyendo la riqueza y el poder de las personas ricas a las pobres.

El nuevo consenso climático desafía el ecologismo occidental. Joan Martínez-Alier lo denomina “ecologismo de los ricos”. Una perspectiva que, durante más de medio siglo, ha centrado su atención en las sustancias nocivas –la contaminación, que ahora incluye los gases de efecto invernadero– mientras ignoraba las relaciones sociopolíticas tóxicas del capitalismo. De ahí el reciente teatro político: activistas de Just Stop Oil lanzando pintura en museos, interrumpiendo trenes de cercanías o pintando Stonehenge. Pero el enemigo no es el petróleo, ni el carbón. Ni siquiera lo son las moléculas de gases de efecto invernadero: al fin y al cabo, el dióxido de carbono sustenta la habitabilidad del planeta. El problema es cómo el capitalismo utiliza estas sustancias como arma para obtener el máximo beneficio posible.

El villano climático es el consorcio imperialista conformado por las clases capitalistas de Occidente. Las pruebas son innegables: solo 78 empresas han producido el 70 % de todas las emisiones de gases de efecto invernadero desde mediados del siglo XIX, según el último informe de Carbon Majors (2024) 4. El lema del movimiento por la justicia climática, Cambiemos el sistema, no el clima, es correcto en lo que se refiere a su alcance. Pero no va lo suficientemente lejos. Al igual que los arquitectos del comercio de esclavos, la Alemania fascista o el genocidio que están llevando a cabo Estados Unidos e Israel en Gaza, estas empresas tienen nombres, direcciones y activos. Los plutócratas deben rendir cuentas por el ecocidio capitalogénico. Su nuevo consenso climático no es más que otra cortina de humo (nótese la ironía) para eludir la responsabilidad de sus acciones imperialistas y ecocidas.

La ciencia climática identifica acertadamente el exceso de gases de efecto invernadero como un problema. Pero esas declaraciones científicas poseen un alcance limitado a la hora de proponer soluciones, al limitarse a describir la realidad sin interpretarla.

Las moléculas per se no provocan un clima adverso. El clima adverso lo produce la exacerbación molecular capitalista. Es decir, el clima adverso es obra del capitalismo, de un sistema patológico que dinamita y expropia sistemáticamente las condiciones de buena salud y abundancia a los seres humanos en particular y al resto de la vida planetaria en general.

El Antropoceno, la era del hombre, es el ejemplo paradigmático del problema ideológico que estamos señalando. Arraigado en el pensamiento propiamente Occidental, que encontró su apogeo en el siglo XVII y en el elitismo del siglo XIX de Malthus, el relato del Antropoceno delimita la interpretación del cambio climático a las premisas ideológicas de un supuesto conflicto primordial: el ser humano contra la naturaleza, un conflicto eterno que desvía nuestra atención de la lucha de clases, del componente sistémico del cambio climático.

Este supuesto conflicto primordial del ser humano contra la naturaleza está lejos de ser una inocente descripción científica de la relación entre los seres humanos biológicos y el resto de la vida. Los inicios de esta perspectiva pueden ubicarse ya en la Grecia antigua, cuna de occidente 5. No obstante, su versión contemporánea se la debemos a imperialistas modernos y pensadores como René Descartes y John Locke, quienes renovaron el pensamiento del hombre contra la naturaleza para justificar convenientemente el proyecto civilizador tildando de salvajes a los pueblos colonizados. Como siempre, había dinero de por medio, mucho dinero.

Una política emancipadora no puede centrarse en detener los gases de efecto invernadero a toda costa. Haciendo volar por los aires un oleoducto, como sugiere Andreas Malm, no conseguiremos hacer volar por los aires una relación social, un sistema como el capitalista.

Naomi Klein, en Esto lo cambia Todo (2014), puso el dedo en la llaga: la crisis climática es una crisis de la democracia. Obsesionarnos con los gases de efecto invernadero es lo que el nuevo consenso climático quiere que hagamos. El mundo se acerca al pico de emisiones de CO2, y el pico en el uso de combustibles fósiles llegará a principios de la década de 2030, si no antes. Es posible que China haya alcanzado el pico de emisiones en 2024, habiendo experimentado un ligero descenso este año 6. Sin embargo, la retórica occidental sobre la emergencia climática está empezando a allanar el camino para una descarbonización autoritaria, reproduciendo los peores excesos de la austeridad neoliberal y haciendo poco o nada para abordar y señalar certeramente el problema real: el proyecto civilizatorio occidental tecnocapitalista.

El Pacto Verde Europeo es un buen ejemplo de ello. Como argumentó recientemente Thomas Fazi, esta iniciativa, que se lanzó para transformar la economía europea hacia la neutralidad en carbono para 2050, ha llegado a un punto muerto. A pesar de los 600 000 000 000 de euros asignados para el periodo 2021-2027, las emisiones habían aumentado a finales de 2024 7. La reducción de los gases de efecto invernadero se debe más al estancamiento económico que al éxito de unas políticas que han exprimido a las y los agricultores modestos, las pequeñas empresas y los hogares de clase trabajadora, desencadenando protestas populares y alimentando el populismo de derechas. Al dar prioridad a la agroindustria corporativa frente a las pequeñas explotaciones agrícolas y al externalizar las emisiones mediante la desindustrialización, el Pacto Verde ha sido un buen negocio para el capital y culturalmente satisfactorio para las clases profesionales, al tiempo que ha sembrado las semillas de la ruina socioecológica. Esta es la nueva cara del negacionismo climático, envuelta en piadosas declaraciones de sostenibilidad.

Si el Antropoceno es una historia que sirve a los poderosos, ¿cómo podemos entonces dar sentido a nuestra época? Comencemos estudiando la historia. Los seres humanos modernos existen desde hace mucho tiempo, al menos 300 000 años, y las civilizaciones tienen una larga historia que también es anterior al capitalismo, al menos 6000 años. Sin duda, estas sociedades de clases crearon problemas medioambientales. Pero en ningún momento las y los cazadores y recolectores, ni las civilizaciones precapitalistas, crearon nada que se pareciera a la crisis climática actual.

El auge del capitalismo como ecología-mundo, en 1492, con la conquista europea de América generó una ruptura dramática con los sistemas precapitalistas. El feudalismo europeo tardó siglos (entre el X y el XIV) en deforestar vastas extensiones del continente. El capitalismo, no obstante, entre los siglos XVI y XVII arrasó durante décadas los bosques de Brasil, Irlanda y Polonia. Esto no fue excepcional. En toda Europa y América, el capital y el imperio remodelaron los paisajes para alimentar la insaciable hambre de naturalezas baratas de todo tipo: mano de obra, alimentos, energía y materias primas. El punto más espectacular fue la conquista de América, organizada a través de un vórtice capitalista de esclavitud, minería de plata y plantación de azúcar, que remodeló la ecología planetaria a una escala nunca vista desde la fractura de Pangea hace 175 millones de años. Los costes fueron horribles y dio pie a una Pangea moderna de extracción ilimitada, construida sobre la matanza de millones de indígenas.

Esto fue algo más que una tragedia. La destrucción de los pueblos indígenas provocada por la esclavitud reconfiguró el capitalismo y el clima. En el siglo posterior a la llegada de Colón se produjo una extinción de una magnitud abrumadora. En torno al 95 % de la población indígena, que representaba unos 50 millones de personas, pereció violentamente aniquilada o a causa de las enfermedades importadas por los colonizadores, algo que tuvo notables efectos sobre el clima. Los geógrafos Lewis y Maslin lo denominan Orbis Spike (el pico de Orbis). El genocidio supuso la regeneración de los bosques y la absorción de dióxido de carbono por los suelos sin cultivar. La descarbonización resultante, junto con los cambios naturales, provocó uno de los periodos más fríos del hemisferio norte en 8000 años 8.

Esta fue la primera crisis climática del capitalismo, y lo que sucedió a continuación nos dice mucho sobre la política climática actual. Durante la fase más dura de la Pequeña Edad de Hielo, se agudizaron las contradicciones de un orden capitalista poderoso, pero muy frágil. Las y los campesinos se rebelaron. Las economías se estancaron. Los imperios entraron en guerra. Frente a unas condiciones climáticas mucho más duras que las que desmantelaron el feudalismo dos siglos antes, el capitalismo podía haber colapsado. 

¿Entonces, qué lo salvó? En el siglo XVII, los banqueros, reyes y generales europeos dieron con una solución ingeniosa. Una nueva solución climática les permitió salir victoriosos de las garras de la derrota civilizatoria. En las colonias tropicales, una nueva fase de la trata de esclavos africanos rescató el sistema de plantaciones de la crisis laboral provocada por los genocidios. En el corazón de Europa, una violenta reorganización del trabajo femenino reinventó el régimen patriarcal necesario para reproducir la mano de obra barata. En Perú y Nueva España, los administradores coloniales impusieron sistemas coercitivos de trabajo asalariado como la mita y la servidumbre por deudas. En todas partes, las modernas categorías raciales y de género, esculpidas a partir de la materia prima de la ley natural, impusieron duras sanciones legales para garantizar la división y la desmovilización de los trabajadores y trabajadoras. Estas transformaciones marcaron los orígenes de la trinidad capitalogénica: la división de clases climática, el patriarcado climático y el apartheid climático. Esta trinidad salvó al capitalismo del siglo XVII al trasladarse a nuevas fronteras de la naturaleza barata, proporcionando una plantilla básica para la proletarización y descargando los costes de la adaptación climática sobre las espaldas y los estómagos de las y los productores directos del mundo. Tras este periodo, cada nueva era capitalista reinventaría su estrategia. Mientras los imperios capitalistas pudieran resolver sus problemas conquistando nuevas fronteras, sus problemas podrían resolverse y se producirían nuevas edades de oro.

Hoy en día, esas fronteras han desaparecido. Es cierto que quedan algunos reductos apropiables por el sistema. En lugares como Sumatra o la Amazonia podemos ver cómo se repite la vieja dinámica: los monocultivos de aceite de palma y soja devoran los bosques, sobreexplotando la mano de obra y envenenando los ecosistemas. Pero las vastas fronteras de la naturaleza barata de los siglos XVII, XIX o incluso XX se han agotado. No hay nuevas Américas, Indias o Áfricas que esperen el saqueo capitalista. Existe el espacio exterior, pero no es barato. El Occidente imperial ya no puede resolver su crisis de la naturaleza barata para reactivar la acumulación y, mientras tanto, la atmósfera, que durante mucho tiempo ha sido un vertedero de gases de efecto invernadero, está saturada. Ha llegado la hora de pagar las cuentas.

Y, sin embargo, la estrategia climática del siglo XVII persiste. El nuevo consenso climático la utiliza para garantizar que la mayoría mundial soporte los costes de la mitigación y la adaptación. Esto convierte la crisis climática en una lucha de clases con otro nombre, vinculando el destino de las y los trabajadores humanos –remunerados y no remunerados– al trabajo de las plantas, los animales, los mares y los bosques. Un ataque contra uno es un ataque contra todos, como reza el viejo lema de los Wobbly. Y con Marx, insistimos en que la solidaridad significa que “todas las criaturas también deben ser libres”.

¿Cuáles son, entonces, las tareas de una política climática revolucionaria y democrática? Una respuesta necesaria, pero lejos de ser suficiente, comienza por reelaborar el relato hegemónico de la historia del clima y las clases sociales.

Debemos dar sentido a nuestra época desde una perspectiva histórica, y eso significa romper y desmantelar las explicaciones de la crisis que ofrecen las élites. La narrativa del Antropoceno nos dice que el problema reside en el mal comportamiento de los mercados, la tecnología contaminante y los codiciosos seres humanos. Se trata de un viejo argumento que se remonta a la defensa del poder y de los privilegios que hizo Thomas Malthus a principios del siglo XIX. Una política socialista que no pueda contrarrestar estas grandes mentiras está condenada al fracaso.

El Antropoceno vende una fantasía: el cambio climático sería el resultado natural del progreso humano, solucionable con soluciones tecnológicas como la geoingeniería. Constituye así un ejemplo clásico de lo que los filósofos marxistas llaman inconsciente ideológico, véase un anhelo de una eco-utopía capitalista cuasi totalitaria que necesariamente borra al culpable: el capitalismo. Mientras tanto, los océanos se convierten en vertederos tóxicos, los bosques en monocultivos, los animales en ganado de granja y los trabajadores y trabajadoras en “material humano desechable” (Marx). Al igual que Malthus, el argumento del Antropoceno nos dice que las y los trabajadores moralmente defectuosos e ignorantes son los causantes de los problemas del mundo. Para Malthus, el problema residía en una clase trabajadora que se reproducía demasiado y ahorraba muy poco. Para los antropocenistas, los culpables son las y los consumidores egoístas. Ambos argumentos están impregnados de la misma idea biologicista. Consideran que hay algo malo en la naturaleza humana, especialmente en aquellos seres humanos que no poseen capital.

Si el Capitaloceno es el problema, la solución es un Proletarioceno: un ecosocialismo revolucionario adecuado para hacer frente a la propaganda de la burguesía, sus servicios de seguridad, sus máquinas de guerra y su manipulación de la ciencia para elaborar argumentos autoritarios. No nos hacemos ilusiones sobre el desafío que tenemos por delante. Argumentar esto con claridad no es más que un tímido inicio; sin embargo, sin construir otro relato no podemos formar las coaliciones de clase necesarias para hacer frente al nuevo consenso climático y sus soluciones distópicas. Dicha claridad debe ganarse en el “terreno real de la historia”, como nos recuerdan Marx y Engels. Solo entonces podremos afrontar los retos –y las oportunidades– del largo camino revolucionario que tenemos por delante. Al situar la lucha de clases en el centro de la trama de la vida, este ecosocialismo debe perseguir erigir una democracia radical e igualitaria, en el que la vida en todas sus manifestaciones sea protegida y defendida, más allá de su valor comercial capitalista, en su valor vital ecologista.

Notas:

1. https://efe.com/medio-ambiente/2024-09-17/cambio-climatico-negacionistas/#:~:text=Madrid%20(EFE).,en%20colaboraci%C3%B3n%20con%20Sigma%202

2. Yale Climate Opinion Maps 2024

3. “ExxonMobil Chairman and CEO, Darren Woods, talks about reframing the challenge during the APEC CEO Summit,” 2023.

4. Carbon Majors Database Report, Launch Report, 2024

5.  https://www.elsaltodiario.com/opinion/occidentaloceno-origen-occidental-crisis-climatica

6. Nearing peak global CO2 emissions: Climate Analytics, “When will global greenhouse gas emissions peak?,” 2023; Rachel Dobbs, “Have global emissions peaked?,” The Economist (18/11/2024). Peak fossil fuel use: Jillian Ambrose, “BP predicts global oil demand will peak in 2025, bringing to end rising emissions” The Guardian (10 de julio de 2024); Goldman Sachs, “Peak oil demand is still a decade away” 17 de julio de 2024. China’s emissions: “China’s carbon emissions may have peaked” The Economist (29/05/2025).

7. 600 billion euros as conservative estimate: “POLITICO’s guide to the EU budget deal,” Politico EU (21/07/2020); EU emissions rose in 2024, ver “EU economy greenhouse gas emissions up 2,2 % in Q4 2024” Eurostat, https://ec.europa.eu/eurostat/web/products-eurostat-news/w/ddn-20250515-1

8. 8000 years: Wanner, Heinz, Christian Pfister y Raphael Neukom. “The variable European little ice age” Quaternary Science Reviews 287 (2022): 107531.

Autores:

Jason W. Moore: Professor, Binghamton University, USA.

Yoan Molinero: investigador del instituto universitario de estudios sobre migraciones (IUEM), Universidad Pontificia Comillas, y director de la revista Migraciones.

Álvaro San Román: Investigador en el programa de Doctorado de Filosofía la UNED.

https://vientosur.info/mal-clima-sistema-perverso-por-que-necesitamos-la-historia-del-clima-para-comprender-la-lucha-de-clases-y-la-crisis-actual

Fuente: https://rebelion.org/mal-clima-sistema-perverso-por-que-necesitamos-la-historia-del-clima-para-comprender-la-lucha-de-clases-y-la-crisis-actual/

Autonomías de pueblos indígenas en México

31/10/2025

Por Gilberto López y Rivas | La Jornada

(..)Los Acuerdos de San Andrés, firmados entre el gobierno federal y el EZLN en febrero de 1996, fueron producto de un análisis profundo y riguroso por parte de dirigentes de las más diversas organizaciones sociales y políticas, intelectuales, especialistas, juristas, convocados por la comandancia zapatista en el proceso de diálogo con la contraparte gubernamental. Es a partir de entonces que las demandas de autonomía para los pueblos indígenas se convierten en una de las principales reivindicaciones de sus movimientos. Así, las autonomías realmente existentes que contra viento y marea se establecen en la geografía nacional resultan principalmente del esfuerzo teórico, organizativo y político del EZLN, del Congreso Nacional Indígena (CNI), y de organizaciones indígenas regionales de Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Veracruz y de otros estados en los que tienen presencia las resistencias de los pueblos indígenas.

Fuente: rebelion.org/autonomias-de-pueblos-indigenas-en-mexico/