Independencia del peronismo y progresismos

«Necesitamos recrear radicalmente la noción de “derechos humanos”, pero no como una tarea intelectual; no se trata de redactar una nueva declaración formal ni una fórmula jurídico-política. Estamos hablando de la necesidad de recrear como un proceso material de reinventar formas de relacionamientos, de materialidades, de prácticas; instituir otras formas concretas de relacionarnos entre seres vivos, humanos y no humanos, como seres con-vivientes, como comunidades de vida enraizadas y encarnadas en los territorios; creando nuevas formas de vivir y de producir la con-vivencia; de producir la habitabilidad de la tierra que hoy está en juego.

Seamos conscientes de que, incluso esa habitabilidad, está hoy amenazada por esa idea heredada, colonial, e institucionalizada de “derechos humanos”. Por eso necesitamos deconstruir, reconstruir, refundar de raíz, esa idea de “derechos humanos”; para ampliar, precisamente, el horizonte de la emancipación y para que, en nombre de los derechos humanos, no se generen nuevas formas de legitimación de violentamientos y de opresiones. Porque no podemos pasar por alto que venimos de experimentar y sufrir gobiernos que, en nombre de la defensa de “derechos humanos”, han ampliado la frontera del extractivismo. Que, en nombre presuntamente del “reconocimiento y la ampliación de derechos” o bajo su justificación, han producido nuevas oleadas de despojo, de avasallamiento, de destrucción de territorios habitables. Entonces, vuelve a surgir ahí esa gran contradicción fundamental. (…)

(…) No hay cómo pasar por alto que esta “primera declaración de los derechos del Hombre” acontece en pleno auge del colonialismo; de naturalización y apogeo del comercio de carne humana viva traficada como fuerza de trabajo esclava; de imposición y extensión de un régimen oligárquico de apropiación y explotación diferencial de las energías vitales de la Tierra. Esa idea de “derechos humanos” se hace, entonces, en un momento de consolidación de las conquistas modernasEsas conquistas no son de “derechos”, sino de tierras y cuerpos objetualizados. La tierra toda pasa a ser pensada como objeto de conquista y explotación. Continentes enteros con sus respectivas poblaciones originarias pasan a ser tratados como colonias, es decir, reducidos a zonas de saqueo y sacrificio para el abastecimiento de los privilegios imperiales que se afirman como el anverso necesario de ese intercambio desigual.

Civilización y progreso como sinónimos de colonialismo y racismo

Como contracara a la instauración del «Hombre» como único titular de derechos, la Tierra es drásticamente devaluada y despojada de su atributo principal: el de ser un planeta viviente, para ser sólo concebida como mero objeto de conocimiento, objeto de explotación. Y esto no fue sólo ni principalmente de una operación mental (el pasaje de una cosmovisión orgánica y viva de la naturaleza, a la concepción mecanicista y muerta que instaura la primitiva ciencia moderna), sino que se trató de una transformación práctico-material, económica y militar, a través de la cual la tierra pasó a ser arrasada en su sociobiodiversidad, para ser luego “ocupada” y explotada “racionalmente” como “medio de producción”.

Ese proceso de conquista moderna se materializa así, por la doble vía de la imposición de un patrón racista y patrimonialista de regímenes de trabajo forzado sobre la inmensa mayoría de seres humanos despojados de sus tierras. Y, por otro lado, por la imposición de un patrón de racionalización del mundo, por medio del cual todos los seres vivos pasan a ser concebidos, tratados y producidos como meros “recursos” mercantilizables, solo valorados como materias primas para procesos industriales, o como mercancías en sí; desde la plata y el oro, a la caña de azúcar y el algodón, las aguas, la tierra, los bosques y las montañas; todo; toda la biodiversidad.

Pues bien, el hecho es que la noción occidental de “derechos del Hombre” emerge como punto culminante de un proceso de ocupación colonial del mundo. Y esto no es mera casualidad o coincidencia fortuita. La concepción moderna de los Derechos del Hombre hace parte de todo ese proceso de reconfiguración / mercantilización del mundo de la vida toda, en nombre de la “Civilización” y el “Progreso”. Esta noción de “Derechos del Hombre” es una pieza clave de la consagración y legitimación de la conquistualidad moderna; de la imposición del valor de cambio, el precio de mercado, como lenguaje universal de valor de la vida toda; de toda vida.

En ese marco, las revoluciones políticas del siglo XVIII evocan la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad sólo como aspiraciones blancas, como drásticamente lo muestra el aplastamiento sangriento de la revolución haitiana de 1808. El liberalismo es, histórica y políticamente, ideológica y materialmente, un constructo emergente del colonialismo. Los derechos políticos y humanos que consagra son los derechos del usurpador; del conquistador.

Así, por tanto, desde su propio origen histórico, el extractivismo es el anverso colonial de los “Derechos del Hombre”. La facticidad de la usurpación; el despojo territorial y el desplazamiento poblacional como hechos consumados; la explotación de seres y procesos vivos para la extracción de mercancías a ser valorizadas en el mercado mundial, ese el marco histórico-estructural, la materialidad de las prácticas sobre las que se erigen y producen las ideas, las normas, los valores y las aspiraciones del liberalismo. No hay cómo redimir esto.

Una matriz contraindicada para la reproducción de la vida

El problema fundamental de la noción occidental de derechos humanos no es sólo un problema de “exclusión”; sino que se trata de un problema radical, ontológico de su matriz de concepción y producción del mundo. No se trata sólo de la inmensa mayoría y la vasta diversidad sexo-genérica y sociocultural de modos humanos de ser y existir que quedan por afuera del patrón blanco, heteropatriarcal-patrimonialista del molde de “Hombre” pensado y consagrado por sus fundadores. El problema no es sólo el colonialismo, ni el patriarcado; el problema es el nuevo patrón de poder en su conjunto, como matriz integral de relacionamiento que se supone y se impone como modo de existencia único, superior, legítimo, universal. Esa matriz de relacionamiento se construyó sobre presupuestos y principios que van a contra-corriente de los requerimientos más elementales de producción social de la vida en la Tierra y de la Tierra. Supone una concepción del mundo que contradice absolutamente el proceso histórico-material de conformación, emergencia y devenir de la materia viva terrestre y de co-evolución de los ecosistemas y el conjunto integral de las comunidades bióticas que habitaron y habitan la Tierra. (…)»

Fuente: https://huelladelsur.ar/2024/12/13/democracia-derechos-humanos-y-colonialismo-contradicciones-fundacionales-y-territorios-para-la-vida/