Mito del Estado presente
«Pensar que el “Estado presente” soluciona los problemas que tiene la clase trabajadora, que juega un rol “igualador” en la sociedad interviniendo en los mercados para “reparar sus fallas” es sólo una ilusión y no es menos fetichista que la idea de que el mercado se autorregula.
Como tal, el fetichismo, lo que hace es transferirle propiedades a algo que en realidad no tiene, su función es mantenernos encadenados a una ilusión sin poder identificar el camino correcto.
Pero este fetichismo estatal lo que realmente oculta es nuestra existencia en tanto trabajadores, en tanto clase social que está en lucha con otra, es decir oculta la lucha de clases, el verdadero terreno donde se consiguen conquistas y el único donde se le puede poner un límite al capitalismo.
Al soslayarse la lucha de clases, al fragmentarse la clase trabajadora, dispersa y desorientada, es presa fácil de las promesas y la ilusión de un Estado presente, de bienestar, identificándose con él.
En esta operación de supervivencia hay una trampa: se reemplaza la lucha de clases por una lucha imaginaria entre Estado y Mercado.
Se mutila nuestra imaginación política al punto de que no se pueda pensar en nada que no sea un “Estado presente».
Ante el avance del neofascismo, sectores progresistas y de izquierda repliegan sobre el Estado en lugar de replegar sobre la clase.
Y curiosamente, por más que lo nieguen quienes son parte de esta política estatista, quedan a merced de una curiosa pero antigua política individualista: las elecciones burguesas, que se presentan como única política valida, una suerte de sucedáneo de democracia que invisibiliza el proceso de delegación en los aparatos partidarios que sostienen tanto al Estado como a su socio, el propio capitalismo.
Como decíamos más arriba no es algo inocente, es una operación política que tiene como objetivo eliminarnos a lxs trabajadorxs en tanto sujetos para poner en ese lugar al Estado, reduciéndonos al papel de espectadores y comentadores que ven la realidad a través de una pantalla, cual si fuera el fútbol de los domingos.
Es sobre este mito del Estado presente desde donde se construye la idea del reformismo y el parlamentarismo (que contiene al peronismo, al radicalismo y a buena parte de la izquierda nacional), claro límite con el que nos encontramos quienes queremos construir una política de intención revolucionaria.
El no emerger como sujetos, el delegar la política en el aparato estatal y en sus representantes, el pretender disputar el Estado (¿cómo podría disputarse una relación social de dominación burguesa?) en lugar de apostar a la lucha de clases, es el terrible aprendizaje del genocidio militar».